Un mapa desplegable de literatura

Biblioteca mínima es una suerte de conversación lúdica que también funciona como un ejercicio transdisciplinar

POR Alejandro BADILLO

Uno

Cada tarde, terminada su tarea, volvía a su buhardilla y buscaba en los libros un medio de justificar sus sueños”, dice el epígrafe de Biblioteca mínima, obra ganadora del Premio Bellas Artes de Minificción Edmundo Valadés. Esta sentencia describe muy bien el poder que tienen los libros para estimular la imaginación. A lo largo de la historia, los hombres han creado bibliotecas que funcionan como herramientas para explorar el mundo y la memoria. Cada biblioteca es una especie de autobiografía de quien la posee; ahí podemos encontrar obsesiones, descubrimientos y conversaciones. Pero, ¿qué pasa cuando los libros que existen no son suficientes? Tal vez ese sentimiento de inconformidad, ese vacío que pulsa entre los estantes de una biblioteca, es uno de los motores de la escritura: si no se puede encontrar el libro deseado se puede emprender la esforzada labor de crearlo. Alejandro Arteaga (Ciudad de México, 1977) ha tomado como punto de arranque la construcción de una biblioteca imaginaria para dialogar con las posibilidades que ofrece la literatura. Esta idea recuerda una anécdota que cuenta el escritor Alberto Mangel en Una historia de la lectura: Paul Masson, magistrado francés, se percató de que la Bibliothèque Nationale de París tenía pocos libros del siglo XV en latín e italiano. Molesto por la omisión, decidió inventar una lista de libros según una nueva categoría que pondría “a salvo el prestigio del catálogo”. Esa lista sólo tenía libros que él había inventado. Cuando Colette, amiga suya, le preguntó para qué servía una lista de libros inexistentes, Masson le contestó: “¡Caramba! ¡No se me puede pedir que piense en todo!”

Dos

Biblioteca mínima es una suerte de conversación lúdica que también funciona como un ejercicio transdisciplinar. Alejandro Arteaga emprende la escritura de la minificción entendiendo el componente experimental que ofrece el género: la ironía. La minificción, para evitar convertirse en un microcuento, debe expandir los límites de lo literario y jugar con la forma. De esta manera puede prescindir de personajes y acciones. También, por supuesto, evita el vicio en el incurren muchos escritores de ficción breve: hacer chistes o superficiales juegos de palabras. El autor de Biblioteca mínima introduce sus textos como contraportadas de libros imaginarios que, en algunos casos, funcionan como una brevísima reseña. A través de la reinvención o, mejor dicho, intervención de los formatos de editoriales conocidas, se crea la ilusión de portadas -meme- Cada capítulo de esta biblioteca es, por decirlo de alguna manera, un libro en potencia, una idea que puede germinar en cualquier momento y romper el límite que separa la imaginación de la realidad. Por supuesto, Alejandro Arteaga no es el primero en hacerlo. Basta recordar los ejercicios de Borges en sus cuentos más famosos. El autor argentino pasó de las referencias a libros imaginarios a civilizaciones encontradas en una misteriosa entrada de la Enciclopedia Británica, como ocurre en el legendario “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. De esta forma el libro real se disfraza de invención gracias a su contenido. Otra referencia ineludible es el libro Vacío perfecto. Biblioteca del Siglo XXI, de Stanislaw Lem. El autor polaco, a través de 16 reseñas de libros inexistentes, invierte los papeles: la crítica literaria que imagina su campo de estudio. También entra en el juego la posibilidad de llevar teorías, acaso insinuaciones, hasta sus últimas consecuencias.

Tres

En los estantes de Biblioteca mínima hay espacio para todo: una novela que aborda la vida entera de una mujer o las aventuras en las que un secreto se revela después de una serie de situaciones rocambolescas. Hay, también, libros que pertenecen al universo de los bestsellers, o aquellos que se meten de lleno a las historias policiales. Por supuesto, también hay volúmenes que se regodean en lo metaliterario: Los escritores imaginarios, uno de los miembros ilustres de esta biblioteca, podrían ser una derivación de las Vidas imaginarias de Marcel Schwob que, por su parte, es una prolongación de las Vidas paralelas de Plutarco. Hay incursiones a la obra del autor como Shit & McGuffin. Una novela apócrifa de Lucio Artemio y Juan Cerbero, altri egi, por llamarlos de algún modo, de Alejandro Arteaga y Alfonso Nava que con Sick & McFarland. Una novela pretenciosa, ganadora del Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo en el 2016. A la postre, el libro imaginado es un compendio de novelas apócrifas pergeñadas por Artemio y Cerbero, adjudicadas a parejas de escritores famosos: Lem y Wells; Baudelaire y Poe; Cheever y Carver, entre otros. En otra posible clasificación están libros largamente deseados, pero que nunca salieron de la pluma del autor, como el hallazgo de Los difuntos, una novela encontrada de forma milagrosa en el antiguo departamento de Juan Rulfo. Más allá de la provocación inicial, Alejandro Arteaga nos invita a pensar: ¿qué pasaría si retomamos proyectos inconclusos de escritores famosos? Ahí está, entre otros, la obra largamente acariciada de Truman Capote después de haber revuelto las aguas de la literatura estadunidense con A sangre fría y de la cual apenas publicó unas páginas en revistas. También están, quizás, las ideas que anotaba Nathaniel Hawthorne para la redacción de algún cuento y que esperan a un autor empecinado en hacerlas realidad.

Cuatro

Biblioteca mínima es un guiño burlón al lenguaje que se usa en las contraportadas de los libros: el elogio desmedido a veces roza la caricatura. En el mundo editorial, los grandes emporios usan la cuarta de forros como un espacio publicitario que manda cualquier tipo de mensaje siempre y cuando se ajuste a los parámetros que pide el mercado. No hay profundidad y, a menudo, parece que leemos un algoritmo que combina las mismas frases y lugares comunes. Alejandro Arteaga reinventa ese formato a través del lenguaje y, sobre todo, de la imaginación. Cada uno de los pequeños textos está pensado para aguijonear la curiosidad y convertir al lector en un ente activo. En Cien cartas a un desconocido, el ensayista y editor italiano Roberto Calasso recopila cien textos de contraportada de títulos que publicó en su editorial Adelphi. El humilde texto que aparece atrás de cualquier libro es la primera aproximación de una obra con su destinatario. Calasso lo entendió muy bien e inició una conversación con sus probables compañeros de viaje desde ese punto de partida. Alejandro Arteaga lleva más allá esta tarea y convierte su biblioteca imaginada en un mapa desplegable que no se agota con una primera mirada. Esta propuesta nos enseña que, afortunadamente, la originalidad pura no existe, porque la literatura es un juego continuo, una maraña de conversaciones que nunca termina.

Biblioteca mínima

Alejandro Arteaga

Rhythm & Books editores / INBA

1era edición 2019

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