Viernes 12 Octubre 2012
* Felipe Morales González, hijo de México y España, persiguió su sueño en la fiesta brava, después, en el arte de la panadería; ahora es un bolero orgulloso, pues dice que “aquí sólo salen los que tienen la voluntad de enfrentar la vida” Karen MEZA  “MIL OFICIOS, mil necesidades”, dicho popular que aplica Felipe Morales González, quien a sus 77 años ha hecho trabajos de panadero, novillero y bolero. Un hombre de metro y medio de altura, con algunas marcas en las manos, las que reflejan su trabajo. Hijo de una española y padre mexicano, dejó la escuela secundaria para ayudar a su familia a los 17 años, cuando comenzó a trabajar en una panadería; sus manos moldeaban las piezas que en aquel tiempo tenían un costo de 20 centavos. A la par, se dedicaba a la novillada, donde los toros dejaron marcas en su espalda, lo que motivó a su madre a regañarlo muchas veces; tras un ultimátum de correrlo de casa, dejó su “juego de muerte” -como le decía su madre- para empezar otro empleo que le diera sustento. Triste y abandono es ese oficio, al que ahora alega no “era su misión, sino otra cosa”, luego de haber participado en la plaza del Charro, edificio que hoy en día alberga el departamento de Finanzas del gobierno del estado. El sueño “Yo quería irme a España a participar, esa es la tierra de mi madre, pero cuando supo que iba para allá, mamá me dijo que no, cuando ella salió de ese país fue por la crisis: había mucha migración”, destacó. No pasaron muchos años para que en su oficio de panadero lo contrataran en una de las principales panificadoras de la capital: San Javier, empresa que distribuía a las grandes tiendas comerciales de la capital. Desde los 22 años, fue líder, “maestro de la masa” le catalogaron sus colegas, a quienes enseñó el tiempo de cocción de las conchitas, camberinas, rombos y bolillos. “Yo aprendí muchas cosas, era un hombre con todas las ganas para salir adelante, siempre he dicho que aquí sólo salen los que tienen la voluntad de enfrentar la vida; los que no, se pueden quedar muchos años y no hacer nada”, precisó. Afirma que tienen cerca de 30 años que la empresa que lo hizo famoso y amigo de muchas personas paró, por malos manejos de recursos económicos por parte de los dueños, pero sobre todo de Pedro Vázquez -su primer jefe- de quien acusa no supo liderar las negociaciones con las empresas transnacionales. Sentando en su banca de trabajo, bajo una sombrilla en tono azul, color impuesto por el municipio, comentó con lágrimas en los ojos que lo que añora en su vida es el amor. El amor tardío La mirada cae al piso cuando expresa que la mitad de su juventud trabajó. Intenta ser fuerte mientras señala que en su recorrido diario por las calles en dirección a su hogar conoció a la mujer de su vida -de quien evita el nombre-, a los 35 años de edad. “Yo me casé enamorado, como cualquier pareja, pero la vida es extraña, a mi me dio el amor muy tarde y me lo quitó temprano. Falleció mi esposa, tenía diabetes. Sólo Dios sabe por qué pasan las cosas”. A los 45 años, se dedicó al oficio de bolero; sin conocerlo, un día tomó la grasa, un trapo y boleó decenas de zapatos. Su inquietud por el oficio lo llevó a estados como Guanajuato, Guadalajara y Aguascalientes. Su equipo de trabajo es una silla, que él mismo fabricó hace 20 años. “Le puse llantas, la tapicé y compré los aditamentos, además de un espacio para guardarlos”, dijo al momento de enseñar su herramienta de trabajo, que además está cerca de dos fotografías de su juventud y de su antiguo oficio de panadero. “Ganábamos, por bolear, un peso; lo que se uno se llevaba eran 70 pesos. Las madres de los niños de las escuelas nos daban trabajo y los licenciados; antes, sólo se limpiaban los que tenían estudios y dinero”. Las manos arrugadas demuestran que siempre se ha entregado a su trabajo: “Yo no usé guantes, no los necesito” y añadió: “Sí, he limpiado los zapatos, de los pachuquitos, esos que tenían dos colores y eran medios puntiagudos”. Quien tiene su negocio en la calle 5 de Mayo frente a la iglesia de San Francisco alerta que los nuevos zapatos dificultarán la labor de los boleros. “Esos zapatos ya no sirven, les recomiendo a aquellos que apenas van a iniciar que usen Jabón de calabaza, sirve también para los tenis”. Las metas a futuro, afirma se han terminado; luego de ejercer por más de 20 años en la limpieza del calzado, asegura que sólo espera el día de su muerte al lado una de sus dos hijas.