El hombre se despide, el mito se fortalece

La desaparición física del padre de la revolución cubana tendrá un efecto marginal sobre las condiciones de vida en la isla

Las salas de redacción de todo el mundo ya estaban preparadas: sus retrospectivas y artículos de opinión llevaban años esperando el momento de su publicación, ya sea en un cajón de escritorio o, más probablemente, en una carpeta digital. Sin embargo, la abundancia de las notas de prensa sobre el fallecimiento del "líder máximo" no se explica solamente por este alto nivel de preparación, sino también por el peso simbólico de esta noticia a nivel internacional.

Desde hace una década completa, el revolucionario cubano ya no ejercía ningún rol político, ni siquiera de manera indirecta: las reformas emprendidas por su hermano Raúl no eran de su agrado pero aun así están siendo gradualmente implementadas, al igual que el más espectacular acercamiento con EEUU, iniciado a finales de 2014. Sus apariciones públicas se habían vuelto sumamente escasas: se limitaban a unas breves secuencias filmadas, cuidadosamente seleccionadas por un régimen cubano deseoso de evitar que las imágenes de un anciano tembloroso y con la mirada apagada hicieran daño al mito que se había basado en una personalidad enérgica, impetuosa e impertinente.

Para efectos prácticos, el Fidel que todos conocíamos y que había imprimido con fuerza su marca personal en el siglo XX, ya era historia. Pero mientras no daba su último respiro, sobrevivía esta sensación de que esta reliquia histórica nos seguía conectando a todos con la época de la Guerra Fría, un contexto que él supo aprovechar tan bien que un país de dimensiones reducidas -por donde fuera que se viera- consiguiera convertirse en uno de los jugadores más activos en el tablero mundial.

Con el derrumbe del escenario global bipolar y de la URSS, Cuba experimentó serias dificultades en la década de 1990. Durante el llamado "periodo especial", las privaciones económicas revelaban las fallas del modelo implementado en la isla, que solamente la ayuda soviética había podido ocultar mientras Moscú subsidiaba varios sectores clave de su economía. La incertidumbre propia de la posguerra fría así como la combatividad todavía vigorosa del "Comandante" mantuvieron la ilusión de que, pese a este escenario adverso, la Revolución Cubana seguía viva y de pie. Las apariencias pudieron preservarse una década más gracias a la alianza providencial establecida con el gobierno de Hugo Chávez, que utilizó sus propios recursos petroleros para vender la idea de que el "socialismo del siglo XXI" no era una utopía sino una realidad tangible en Venezuela y más allá.

Al igual que las leyendarias fachadas de La Habana, las grietas en la imagen exterior de Cuba pasaron de ser una preocupación estética a una amenaza para la integridad estructural del edificio. El vital apoyo recibido por parte de Venezuela se fue agotando, consecuencia de la profunda crisis en la que se sumergió el país ahora encabezado por Maduro. La agenda internacional actual, dominada por las rivalidades étnicas, el separatismo, retos medioambientales y el extremismo religioso junto con sus manifestaciones violentas, ya no le permite a Cuba jugar un rol de primer plano. No menos importante, la salud declinante del ícono barbudo y su eventual renuncia al máximo cargo político en la isla -inicialmente presentada como transitoria, recordémoslo- le arrebató a Cuba su última oportunidad para seguir conectado con esta línea histórica que le había permitir gozar de tanto prestigio y ejercer tanta influencia.

La desaparición física del padre de la revolución cubana tendrá un efecto marginal sobre las condiciones de vida en la isla y sobre la dirección escogida por el gobierno cubano, forzado por necesidad y pragmatismo a abandonar, uno tras otro, estos principios que habían hecho de la isla un lugar tan especial, causando tristeza en los nostálgicos y dando esperanzas -aún pendientes de confirmarse- a los defensores de los derechos humanos.

Sin embargo, el impacto simbólico de esta noticia es real: ahora el último hilo que existe entre el intrigante Cuba de ayer y el de hoy se resume a las seis letras del apellido de su actual presidente. Pero en el imaginario colectivo, el ya mítico "Comandante" tiene su lugar apartado entre las figuras más controversiales e icónicas del siglo XX.

* Internacionalista en el Tecnológico de Monterrey en Puebla

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de El Popular, periodismo con causa.