Dar testimonio es escribirle una carta a la sombra

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Efrén CALLEJA MACEDO


Abril 23, 2018

En la reconstrucción de la memoria familiar, más allá del anecdotario, se cruzan la desolación de la pérdida y el deseo de lo imposible. Por ello, documentar los acontecimientos filiales siempre implica buscar presencias, perseguir sensaciones y remediar dolores o intentarlo.

Esto es visible en un párrafo demoledor de Héctor Abad Faciolince que explica el origen de El olvido que seremos (Alfaguara, 2018): "Como niño yo quería algo imposible: que mi padre no se muriera nunca. Como escritor quise hacer algo igual de imposible: que mi padre resucitara. Si hay personajes ficticios -hechos de palabras- que siempre estarán vivos, ¿no es posible que una persona real siga viva si la convertimos en palabras? Eso quise hacer con mi padre muerto: convertirlo en alguien tan vivo y tan real como un personaje ficticio".

Con este objetivo, Abad Faciolince escribe la historia que comienza en la casa donde vivían "diez mujeres, un niño y un señor". El niño -él- "amaba al señor, su padre, sobre todas las cosas. Lo amaba más que a Dios".

Y el señor, su padre, le correspondía, entre otras cosas, enseñándole a escribir para evitar que se sintiera ridículo o risible, y al celebrar las cartas infantiles "como si fueran las epístolas de Séneca u obras maestras de la literatura".

En este vínculo de palabras se sustenta la necesidad de recuperar la biografía del médico colombiano que explicaba así su cruzada existencial: "La medicina no se aprende solamente en los hospitales…, sino también en la calle, en los barrios, dándonos cuenta de por qué y de qué se enferman las personas".

Al paso de los años, este lazo alfabético entre padre e hijo -siempre rodeado y afectado por la vida familiar y la realidad colombiana- se transforma en la motivación vital de quien se convertirá en uno de los más importantes escritores y periodistas colombianos contemporáneos: "Cuando me doy cuenta de lo limitado que es mi talento para escribir… recuerdo la confianza que mi papá tenía en mí… Creo que el único motivo por el que he sido capaz de seguir escribiendo todos estos años, y de entregar mis escritos a la imprenta, es porque sé que mi papá habría gozado más que nadie al leer todas estas páginas mías que no alcanzó a leer. Que no leerá nunca. Es una de las paradojas más tristes de mi vida: casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme, y este mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra".

A lo largo de El olvido que seremos la realidad familiar y nacional es desgarrada por la violencia que también toma la letra para informar futuros asesinatos. Como este anuncio del lunes 24 de agosto de 1987: "Héctor Abad Gómez: Presidente del Comité de Derechos Humanos en Antioquia. Médico auxiliador de guerrilleros, falso demócrata, peligroso por simpatía popular para elección de alcaldes en Medellín. Idiota útil del PCC-UP".

Lo demás es el dolor, el remordimiento, la revisión de lo no acontecido, la sublimación de posibilidades, la certeza del olvido que seremos: "Sobreviviremos por unos frágiles años, todavía, después de muertos, en la memoria de otros, pero también esa memoria personal, con cada instante que pasa, está siempre más cerca de desaparecer. Los libros son un simulacro de recuerdo, una prótesis para recordar, un intento desesperado por hacer un poco más perdurable lo que es irremediablemente finito".

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