El brío que brota del alma

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Efrén CALLEJA MACEDO


Mayo 14, 2018

La Sierra Gorda cubre parte de los estados de San Luis Potosí, Guanajuato y Querétaro. En esos caminos de nubes, avistaderos, lagunas y enramadas suenan los instrumentos y las voces del huapango arribeño. Ahí ocurren las topadas, esos míticos encuentros de músicos y versadores. Por esos senderos anduvo Eliazar Vázquez para escribir historias que reflejan un modo de convivir.

Como se consigna en el prólogo de Poetas y juglares de la Sierra Gorda. Crónicas y conversaciones (Ediciones La Rana/Conaculta, 2004): "Cuando algún trovador canta ¡Viva el huapango!, eso encierra un sentido; decir viva el huapango es decir ¡viva la tierra!, viva la memoria, viva la palabra, viva la poesía pública, vivan los viejos que guardan la memoria de las cosas del mundo, viva la capacidad de curarnos con hierbas, viva todo eso que son reservas de la viva. Tradiciones como ésta invocan propuestas civilizatorias, claves del ser de tierra, claves de la armonía con la naturaleza, con el viento, con el conocimiento, con el espacio. El huapango y la poesía decimal campesina son una manera de percibir el tránsito por el mundo; son un grito de dignidad".

Esta aseveración se desglosa página tras página mediante los testimonios de trovadores y músicos. La suma de las voces delinea los perfiles de una tradición nutrida por la tierra y el gozo.

Don Agapito Briones, por ejemplo, describió cómo la mirada del poeta campesino tenía la obligación de abarcar el mundo: "El poeta debe abarcar en su bonanza todas las cosas. En nuestra época, cuando se empezó a hacer 'poesía visible', había que hablar de acontecimientos como la Segunda Guerra Mundial, de aquellas noticias que surgieron de los platillos voladores. […] Se hablaba de cuando el peón maduro ganaba 25 centavos y el joven la mitad.

Por su parte, don Juan Rodríguez entregó la receta para elaborar un buen instrumento: "Para hacer una guitarra, al tiempo de cortar la madera se necesita la luna, pero cuando se va a hacer no interviene el planeta. Como ya es madera muerta, no recibe premio ni castigo. Una guitarra 'quinta' está formada de dos tapas. El cedro huasteco es el propio para que el instrumento desarrolle el sonido. A la madera se le nombra de dos clases, como la humanidad: hembra y macho. Para que quede un buen instrumento se necesita madera hembra. En el mezquite, al tiempo de cortar se conoce: el macho está medio negro del corazoncito, y el otro es blanco. En el palo negro el hacha entra poco, esta macizo y cerrado; y en la hembra es más liviano, todos los árboles son así, es género y viviente.

Don Guadalupe Reyes compartió la dualidad del campesino que es poeta: "Mi primer destino fue arar la tierra, pero llevaba en la inspiración el gusto del verso. En el campo me acordaba de alguna historia y decía: 'La voy a sacar…' Andando con la yunta cargaba un papel o una libreta, y allí escribía lo que de pronto se me inspiraba. En sueños también llegué a hacer versos: recordaba y los apuntaba, porque si no en la mañana no tenía nada, se me escapaban".

Don Ceferino Juárez, describe la importancia que tenían los músicos: "En el tiempo anterior la gente de los ranchos ponía más cuidado a las músicas, porque no había tanto conjunto ni tanto mar de músicas en radios, tocadiscos. Los poetas y violinistas eran una gran novedad, y por eso hasta les ponían alfombras. Por una tocada a mi padre solito le llegaron a pagar 50 pesos 'de a caballo', de la balanza. Era mucho dinero. Ahorita son miles, porque dicen que un peso de la balanza vale tres mil pesos. Fíjese nomás cuánto dinero. Los trataban con un cariño inmenso, casi como unos señorones. […] Y es que llegaban a informarle a la gente muchas cosas que se ignoraban, desconocidas para ellos. Como simplemente, cuando salió el cometa. [O cuando apareció] el primer automóvil y como no traía mulas no entendíamos cómo caminaba, y corríamos pensando que era el demonio".

Quizá el espíritu del libro se concentre en la décima de don Ernesto Medina: Sé que todo en la vida se agota/ los placeres, igual que el dinero,/ pero yo, como viejo versero,/ nunca voy a aceptar mi derrota,/ pues del alma es el brío que me brota/ cual si fuese rocío matutino/ o algo bello que atento examino,/ porque siempre luché por hacerlo/ y aunque muchos no quieran creerlo/ soy el viejo cantor potosino.

En lem estamos convencidos de que la música popular es memoria, gozo y renovación.

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