La sencillez de lo majestuoso

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Efrén CALLEJA MACEDO


Junio 18, 2018

Lo majestuoso puede ser, entre otras posibilidades, tan sólido como la arquitectura lo permita, tan grupal como la coordinación lo establezca, tan arrebatador como lo conciba el artista o tan solitario y menudo como un bailarín de malambo en el escenario de Laborde, Argentina, un pequeño pueblo de seis mil habitantes al que viajó la cronista Leila Guerriero en agosto de 2011.

Así describe sudeslumbramiento la periodista en Una historia sencilla (Anagrama, 2013): "Rodolfo González Alcántara llegó hasta el centro del escenario como un viento malo o como un puma, como un ciervo o como un ladrón de almas, y se quedó plantado allí por dos o tres compases, con el ceño fruncido y mirando alguna cosa que nadie podía ver. El primer movimiento de las piernas hizo que el cribo se agitara como una criatura blanda mecida bajo el agua. Después, durante cuatro minutos cincuenta y dos segundos, hizo crujir la noche bajo su puño.Él era el campo, era la tierra seca, era el horizonte tenso de la pampa, era el olor de los caballos, era el sonido del cielo del verano, era el zumbido de la soledad, era la furia, era la enfermedad y era la guerra, era lo contrario de la paz. Era el cuchillo y era el tajo. Era el caníbal. Era una condena. Al terminar golpeó la madera con la fuerza de un monstruo y se quedó allí, mirando a través de las capas del aire hojaldrado de la noche, cubierto de estrellas, todo fulgor. Y, sonriendo de costado -como un príncipe, como un rufián o como un diablo-, se tocó el ala del sombrero. Y se fue".

En ese momento,Guerriero decidió que la historia no estaba en el Festival Nacional de Malambo de Laborde, celebrado desde 1966, sino en ese profesor de danzas originario de Santa Rosa, La Pampa, y residente en Buenos Aires.Sería "una historia difícil. La historia de un hombre común […] un hombre muy bajo, de no más de un metro cincuenta" al que, una vez que se ha despojado de la vestimenta de baile, la periodista sólo identifica porque jadea dentro del camerino.

Lo que sigue es un acompañamiento amplio y acucioso del personaje, sus pasados, sus esperanzas y su preparación para regresar al torneo en 2012. Es la narrativa del hombre que, como muchísimos otros, persigue el honor que lo mantendrá en éxtasis taciturno el resto de su vida: quien gana en Lamborde no pude volver a participar en ningún otro torneo.

En aras de esta meta, los bailarines se endeudan, entrenan sin cesar, se desvelan y arrastran a sus familias y sus amores. Losfieles del malambo sonintegrantes de familias trabajadoras, humildes, habitantes de las periferias, productos de migraciones regionales, receptores de salarios menores, reflejos de una cultura del esfuerzo que, sin desdeñar la búsqueda de mejora económica, invierte años -o generaciones- en el peregrinar al festivalcon la esperanza deobtener el premio máximo:una copa sencilla firmada por un artesano local.

Pero no basta con el adiestramiento exhaustivo, como le explica Marcelo, Campeón en 1995, a la periodista: "El poder de la danza está en el espíritu y en el corazón. Lo de afuera es técnica. El repique tiene que ser perfecto, hay que saber levantar, clava el empeine, ir subiendo en energía, en actitud. […] Hay que palpar la madera, sentirla, enterrarse en el escenario. El día que se pierde eso, se pierde todo.Tenés que sentir golpe por golpe. Como el latido del corazón. El mensaje tiene que llegar claro a la gente". Cuando la periodista pregunta cuál es el mensaje, la respuesta es tan parca como un surco en la milpa: "Acá estoy, vengo de esta tierra".

Porque al final, la historia de un hombre común se trata de eso, de contar la manera en que una persona se planta ante la vida, toma aliento, embiste y dice: Soy.Para ello, hay que enfrentarse a lotemido, como lo muestra esta conversación entre Guerriero y Rodolfo González.

Dice el bailarín: "A mí lo que me cuesta es subir al escenario y decir: 'Esto es lo mío'".La periodista interroga: "¿Porqué?". González responde: "Porque es inmenso. Y yo le tengo miedo a la inmensidad. Tengo pánico a lo que no tiene fin. Recién el año pasado pude mirar el mar. Pararme frente al mar y mirar la inmensidad y no tenerle miedo".

En lem estamos convencidos de que eso es lo que importa cuando decidimos releer nuestra vida o la de nuestras familias, enfrentar la inmensidad de los pequeños escenarios. A diferencia de la historia monumental, hecha de glorias, conquistas y próceres. La nuestra es siempre una historia sencilla, majestuosa. ¿Qué esperamos para contarla?

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