Repensando la metropolización: De Calli a Calme (1)

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Jesús TAMAYO


Julio 20, 2018

Se nos ha enseñado a entender la urbanización como un proceso civilizatorio, positivo y benéfico. Quizá ello no sea así.

Gordon Childe nos dejó ver la revolución (que llamó urbana) derivada del descubrimiento, hace milenios, de la agricultura. Tal hallazgo nos permitió abandonar la recolección para sobrevivir e iniciarnos en el papel de productores agrícolas. El nuevo hombre debió asentarse; y con otros cultivadores como él, conformó pequeñas comunidades, al principio familiares y al paso del tiempo pequeñas aldeas, algunas de las cuales habrían devenido en pequeñas concentraciones de población, que hoy llamaríamos villas o villorrios, algunos de los cuales con el tiempo se consolidaron y hoy les reconocemos como ciudades antiguas. A lo largo de milenios, en estas ciudades florecieron nuestras civilizaciones más remotas.

Sabemos también que estos núcleos urbanos, dadas las limitaciones tecnológicas de su tiempo, no pudieron ser muy extensos, pero también sabemos que, hace unas cuantas centurias, el desarrollo científico y tecnológico de la raza humana derivado de la Revolución Industrial hizo posible que algunas ciudades, viejas ciudades medievales, llegaran a contener poblaciones millonarias.

Es el caso de Londres, cuna de la Revolución Industrial, que en fecha temprana como 1810 alcanzara el millón de habitantes. En materia de crecimiento poblacional, a Londres siguieron numerosas ciudades del globo, en un principio europeas. Habían nacido las metrópolis.

Los problemas de vivir en ciudades populosas fueron pronto conocidos y enfrentados por pobladores y autoridades, quienes les dieron casi siempre una respuesta tecnológica, nacieron así para ciudades y metrópolis el alumbrado público, las redes de agua potable y de drenaje, los pavimentos o adoquinados y, finalmente, para resolver la movilidad, el automóvil y su correlato: el sistema de transporte público.

En el pasado reciente la humanidad entera se urbanizó. La población viviendo en ciudades (urbana) pronto superó a la población rural (la que no habita en ciudades). La urbanización fue vista como indicador de civilización. Nosotros mismos vemos como indicio de progreso el que de nuestros 119 millones de mexicanos, el 78% sea urbano o que más del 60% ya sea metropolitano, es decir, que habita en nuestras grandes ciudades.

Al llegar a este punto, aparentemente, todo es miel sobre hojuelas. No hay problema urbano que no tenga una respuesta ingenieril eficiente. Y los problemas metropolitanos son, simplemente, los problemas de una gran ciudad y que, aunque mayores, siempre pueden ser resueltos con una mayor inversión de recursos.

Pero en el camino, muchos hemos caído en la cuenta de que quizá la urbanización, y su correlato: la metropolización, no sea tan maravillosa. Ello lo comentaremos en nuestra próxima colaboración.

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