Otras historias son posibles y necesarias

“A partir del 26 de julio todo cambió… Yo no soy el mismo; todos somos otros. Hay un México antes del movimiento Estudiantil

"A partir del 26 de julio todo cambió… Yo no soy el mismo; todos somos otros. Hay un México antes del movimiento Estudiantil y otro después de 1968. Tlatelolco es la escisión entre los dos Méxicos", testimonia Luis González de Alba, delegado de la Facultad de Filosofía y letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ante el Consejo Nacional de Huelga, preso en Lecumberri, en La Noche de Tlatelolco (Era, 2014), de Elena Poniatowska.

De Alba se refiere a los dos actos públicos llevados a cabo en la Ciudad de México cuatro días después de que el pleito entre los alumnos de la Vocacional 2 del Instituto Politécnico Nacional y de la Preparatoria Isaac Ochotorena, incorporada a la UNAM, provocara la represión policial. A esto le siguieron las demandas de libertad para los presos políticos, diálogo público, desaparición del cuerpo de granaderos y del delito de disolución social, entre otras.

Porque para llegar al emblemático 2 de octubre se recorrió un largo camino de opresiones, euforias, levantamientos y aprendizajes. En ese trayecto se construyó otra historia, una con tantas voces en su interior que fue capaz de oponerse a la versión oficial.

Tras cincuenta años de los hechos que culminaron en la emboscada a los estudiantes, maestros y ciudadanos reunidos en el mitin de la Plaza de las Tres Culturas, y 47 de que Era publicó por primera vez La noche de Tlatelolco, la pieza narrativa se ha consolidado como un ejemplo de que es posible contar las historias desde las palabras de aquellos a los que las instituciones han decidido silenciar.

Para justificar el ataque a los reunidos en Tlatelolco aquel 2 de octubre de 1968, el veredicto gubernamental aseguró que los estudiantes habían provocado la respuesta de las fuerzas de seguridad y que estaban armados, entre otras aseveraciones que establecían una lógica de defensa patria.

Eso es el poder, explica la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie en su conferencia El peligro de una sola historia, "es la capacidad de no sólo contar la historia del otro, sino de hacer que esa sea la historia definitiva. El poeta palestino Mourid Barghouti escribió que si se pretende despojar a un pueblo la forma más simple es contar su historia y comenzar con 'en segundo lugar'".

Primero, en la versión oficial, se defendió a la nación; se vigiló y protegió a los estudiantes; se repelieron las agresiones; se hizo lo necesario para dar al mundo una imagen de tranquilidad olímpica. Luego, "en segundo lugar", quizá era necesario reconocer que algunas demandas de los estudiantes eran válidas; había estudiantes actuando de buena fe pero manipulados; los ciudadanos habían sido engatusados por embaucadores internacionales; todo se hubiera evitado si los rebeldes hubieran sido racionales y nacionalistas.

Cuando la versión institucional triunfa, la historia magna decreta el pasado nacional. ¿Cuál es el problema con eso?, que, como sintetiza la misma Chimamanda: "La historia única crea estereotipos y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que son incompletos. Hacen de una sola historia la historia única". Por ello, cuando rechazamos la historia única, cuando nos damos cuenta de que nunca hay una sola historia sobre ningún lugar, recuperamos una suerte de paraíso". El paraíso de la memoria no definida por los intereses históricos y sí constituida por la multiplicidad de vivencias, batallas, visiones y afectos.

En ese caleidoscopio memorioso que es la obra de Poniatowska, los culpables de intangibles como disolución social adquieren nombre, acumulan emociones, reflexionan, dejan de ser integrantes de una masa anónima y obtusa.

Por ejemplo, Heberto Castillo, de la Coalición de Maestros, preso en Lecumberri, dice: "Al caer preso yo había sufrido un proceso terrible: ocho meses de huir, de esconderme, de vivir aislado, solo y mi alma, de no ver a mis amigos, ni a mis seres queridos con la frecuencia necesaria para sentirme medianamente en mi necesidad de dar y recibir afecto. […] Así que decidí luchar por la liberación de todos mis compañeros presos y caí preso".

En LEM estamos convencidos de que siempre es momento de releer La noche de Tlatelolco para recordar que es indispensable evitar la desaparición de las otras historias.

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