La Cuba del cronista Leonardo Padura

A contracorriente del título de la obra, derivado del proverbio “el viaje más largo empieza con el primer paso”

Durante una época que con afán generalizador podríamos llamar pre Mario Conde, el cronista Leonardo Padura recorrió la geografía y la historia de Cuba para averiguar quiénes, en dónde y cuándo son los cubanos. Sus relatos se publicaron entre 1986-1989 en el periódico habanero Juventud Rebelde y fueron compilados en el libro El viaje más largo (Ediciones Unión, 1994).

A contracorriente del título de la obra, derivado del proverbio "el viaje más largo empieza con el primer paso", las crónicas son avistamientos de cenizas, huellas de hogueras, consignación de pérdidas. Quizá porque todo final es siempre un paso a lo otro.

Así, como notario periodístico, Padura va de lo internacional a lo personal para dar cuenta de lo que se diluyó.

En la primera parte, "Caminos y encuentros", aborda los grandes procesos históricos y sus personajes cosmopolitas.

El barrio chino de la calle de Zanja, que fuera "el más populoso de América [y ahora es] un mundo misterioso y en extinción, como los dragones de las leyendas pequinesas". El imperio francés que en 1840 tenía 600 cafetales en la Cordillera de la Gran Piedra. La vida sedentaria del gitano polaco Burtia Cuik que plantó su tienda en más de 20 países y hablaba siete lenguas. La historia de amor entre el alemán Cornelio Souchay y la haitiana Úrsula Lambert que en 1818 hizo fructificar Angerona, el cafetal más rico de Cuba.

Después, en "La historia y la leyenda", el cronista recorre las ruinas nacionales, remueve las nostalgias físicas.

El auge y la decadencia de la industria del guineo en Baracoa, donde Flor de Loto llora porque con el cierre del teatro se cancela su sueño de bailar el "Bolero de Ravel". Los restos de la Maestranza de Artillería en la Habana como evidencia del "último capítulo de una larga historia iniciada en el remoto siglo XVI, cuando los españoles aún vivían de conquistas y los indios no eran un amargo recuerdo sin retoño". La vida en Mantilla, un barrio "tan pobre que no tenía leyendas, fantasmas ni historias remotas", pero un día en la "única colina apareció aquel castillo inglés con pretensiones neoclásicas y techos rococós". La biografía del barón Johann de Kesel, aquel sabio segundón alemán que llegó a ser el hombre más feliz de La Habana hasta que se suicidó sobre cuatro cadáveres.

En el apartado "De pueblo en pueblo", Padura extrae lo esencial de las localidades: El Cobre es el crisol más significativo de la nacionalidad cubana; Barabacoa sufre su maldición; en Baga, alguna vez "la vida caminó, apresuradamente, huyendo del fuego"; San Juan de los Remedios fue la capital mundial de los demonios; en el Calvario se comieron helados por primera vez, y Casablanca tiene la gloria de aparecer en una crónica de Alejo Carpentier.

En "Tipos y costumbres", el relator pasa de los asentamientos humanos a las batallas personales, los actos simbólicos: don Juan se niega a subir jamás en un camión de la ruta cuatro y establece "tal vez la única parada de ómnibus que pueda considerarse un monumento nacional a la dignidad"; Alcides Fals, el rey de la cayería, se sostiene como "el creador y último testigo de un mundo que se acaba"; El Chino merece el "homérico epíteto de El padre del Toa", el río más caudaloso de Cuba; Bill Scott tumba dos dientes y se mantiene como el pugilista que ganó todas sus peleas, dentro y fuera del ring, y Alberto Yarini y Ponce de León, el chulo mítico, protagoniza el velorio más concurrido de los primeros años de la República.

Finalmente, en "La cumbre y el abismo", toca el turno a los guías del desenfreno que sólo se reconoce en el incendio: con un cencerro, Manengue trastoca para siempre la música cubana; José Rosario Oviedo, Malanga, hace rumba de la vida; el timbalero Silvano Shueg Hechevarria, Chori, lleva a la cumbre la irreverencia existencial, y Chano Pozo escala a golpe de tambor "todos los peldaños que conducen a la inmortalidad".

Más allá de alguna mención al Che, en El viaje más largo no está la Cuba revolucionaria. Las crónicas abordan sucesos paralelos a la narración monumental que suele anular los episodios locales, familiares e individuales para establecer una memoria estática, alejada de la veleidad humana. En LEM compartimos esta mirada y la certeza de que es prioritario incentivar el flujo de la rememoración diversa en tonos y gradaciones.

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