Comprar, gastar y ganar en La Merced

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Efrén CALLEJA MACEDO


Diciembre 10, 2018

Todo mercado es jolgorio y cualquier festejo tiene su dosis de nostalgia. Eso lo saben y lo viven los comerciantes de La Merced, barrio del Centro Histórico de la Ciudad de México que por casi cien años fue la zona de venta de alimentos más importante de la metrópoli, hasta que en 1982 los mercaderes se mudaron a la Central de Abastos, en Iztapalapa.

De esos festejos y esas nostalgias trata Historias de La Merced. ¡Ahí va el golpe! (Instituto Nacional de Antropología / Xihuatl Editores / Festival de México Centro Histórico A. C., 2014). Con textos de Norma Yolanda Contla y fotografías de Susana Casarín, la obra desglosa lo perdido, lo heredado y lo defendido durante el siglo pasado en el territorio que rodea al convento de Nuestra Señora de La Merced de la Redención de los Cautivos.

Emergen las historias de los personajes populares que fundaron los arquetipos tan bien aprovechados por la cinematografía mexicana de mediados del siglo XX, como "El Palomo, cargador de La merced, [que] nunca alcanzó el nombramiento de mecapalero porque nunca reunió los fierros, la lana, vamos, el dinero suficiente para comprarse un mecapal y un cincho que le aliviaran los dolores de la espalda que le agarraban en cuanto intentaba cargar bultos grandes y pesados. Moneda que ganaba, sin remedio se quedaba en la pulquería".

Corren los relatos de migrantes colombianos, franceses y españoles, entre otros, que se hicieron mexicanos con el trabajo, la descendencia y la instauración de comercios perdurables. Entre ellos, Gaspar González Fernández, de Rodillazo, España, quién llegó a México en 1928 y en 1930 fundó El Café Equis. Ochenta años después, Carlos González, hijo del migrante, le cuenta a Norma Yolanda Contla: "En 2004, a los noventa y dos años de edad, mi padre se retiró del negocio y yo lo compré, lo estoy restaurando respetando su estilo. Al quitarle el plafón del techo quedó descubierta una bóveda catalana original y así se va a quedar".

Fluyen las memorias de las personas nacidas en el barrio y formadas como comerciantes a golpe de desvelos, empujones y afectos. Ángeles Sánchez es de ese linaje, desde 1930 su familia es comerciante: "A las cuatro de la mañana, cuando más se disfruta el sueño y la tibieza de la cama arrulla, yo me levantaba a terminar de cocinar el pollo con mole, papas con chorizo y otras cosas. A las siete y media en mi puesto ya estaba atendiendo a los clientes. De los camiones de carga estacionados a toda la calle, choferes, macheteros y mecapaleros al grito de ¡ahí va el golpe! se abrían paso, so pena de un buen empujón".

Brota la palabra de quienes hicieron del espacio laboral su eje vital: "Después de tantos años -dice Francisca, originaria de Chignahuapan, Puebla- sigo con mi negocio, ahora es Paty, mi hija, la que se encarga directamente de él. Tengo ochenta y ocho años, llegué a La Merced a los maravillosos catorce y aún me sigue gustando el comercio. El tiempo se me perdió entre cientos de pacas de chiles secos sentada en una sillita limpiando, estirando, eligiendo pacientemente chile por chile, clasificándolos por su tamaño, color y clase de chile. La clientela lo sabe, por eso regresan y el mole perdura en la lista de productos de la Tienda de Pachita".

Por supuesto, se mezclan las memorias familiares con los acontecimientos históricos. Juan Antonio, Eugenio y Alberto Migliano Maure -la tercera generación al frente de la peletería Migliano Hnos., fundada en 1827- recuerdan una historia que les contó su padre: El 20 de mayo de 1940 un comando atenta contra León Trotsky. La policía interviene. Durante la huida de los agresores, "una de las cajas de la metralleta cae del auto sin capote". Los policías descubren el sello Peletería Migliano Hermanos en el estuche. Acuden al negocio. El señor Migliano identifica el trabajo y los dirige hacia el artesano Prisciliano Hernández, en el mercado Abelardo L. Rodríguez. Ahí, el comerciante reconoce el estuche y recuerda a quién se lo vendió: "Creo que se llama David, sí estoy seguro, se llama David Alfaro Siqueiros". El joven es apresado. Tres meses después, otro atentado corta la vida de Trotsky.

En LEM creemos que en cada relato de Historias de La Merced. ¡Ahí va el golpe! se trenza el gozo de lo vivido con el lamento por lo extraviado y la necedad de lo reconstruido. Es decir, se hace corte de caja existencial. Quizá eso se sintetice en la frase con la que el hombre que fundó el restaurante La Corte en 1932, Juan Antonio Briones Ordiales, resumía la administración de su comercio: "Yo compré, yo gasté, yo gané. Asunto arreglado".

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