La crudeza de voltear la cara

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Efrén CALLEJA MACEDO


Marzo 03, 2019

Revisando documentos, entrevistas, memorias, no dejo de preguntarme cómo fue que ocurrió la guerra sucia. Por qué, salvo un pequeño grupo de familiares de desaparecidos, nadie más protestó. Por qué no lo hicieron todos. Cómo los militares, los policías y los políticos se prestaron a ese juego de lo siniestro: un país en calma, mientras se arrojaban cuerpos al mar," se pregunta Fabrizio Mejía Madrid, justo a la mitad de su novela Un hombre de confianza (Grijalbo, 2015). Páginas adelante, ejemplifica lo que significa la guerra sucia: "Listas recientes, recopiladas por el comité mexicano de familiares de presos desaparecidos, contienen cuatrocientos setenta nombres de personas desaparecidas desde 1972. Estas listas no incluyen a numerosos campesinos de zonas remotas, que, según informes, han corrido la misma suerte, aunque nadie ha hablado de ellos."

A partir del secuestro de Fernando Gutiérrez Barrios, ocurrido el 9 de diciembre de 1977, Fabrizio Mejia, ficciona los días de cautiverio del hombre que pasó de capitán en el ejército mexicano a integrante de la Dirección Federal de Seguridad -la policía secreta-, instancia que encabezó a lo largo del sexenio de Gustavo Díaz Ordaz, de 1964 a 1970.

Los días de encierro de Gutiérrez Barrios son convertidos por el autor en recuentos de la actividad gubernamental durante las dos décadas de la guerra sucia: los sesenta y los setenta. En este recorrido, el novelista pasa de las acciones personales a las estrategias gubernamentales. Ese vaivén traza una sinécdoque nacional. Una idea de país. Un ideario de la petrificación.

Así, cuando el secuestrado escucha ruidos y piensa en las ratas, recuerda a Miguel Nazar Haro y su gusto por el uso de estos animales para torturar durante los "interrogatorios". Después, el panorama general: "El nuevo secretario de la Defensa, Hermenegildo Cuenca Díaz, envía a Guerrero a la tercera parte del ejército y declara a la prensa:

"-Es en apoyo de los vacacionistas.

"Se realizarán catorce campañas militares en Guerrero. Buscan a la guerrilla de Lucio Cabañas y la de Genaro Vázquez Rojas. Si no los encuentran, secuestran y torturan a sus familiares."

Todo, en aras de alcanzar, a cualquier costo, la aspiración que enuncia a principio de los setenta el secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia: "El presidente quiere paz".

Quizá es la paz de los sepulcros. Por ello, el novelista hace pensar a su personaje secuestrado: "Después de todo, México era un país que nunca cuantificaba a sus muertos. ¿Cuántos en Tlatelolco? ¿Cuántos el 10 de junio de 1971? ¿Cuántos guerrilleros? ¿Cuántos estudiantes? ¿Cuántas mujeres? Sólo las muertes de gente pública eran relevantes. Las demás son los fantasmas de Juan Rulfo".

Esos fantasmas eran -y son- hijos, esposos, hermanas, primos… Como Jesús Piedra Ibarra, desaparecido en 1974 y acusado de ser parte de la Liga Comunista 23 de septiembre. Su madre, Rosario Ibarra de Piedra, quien peregrina por las páginas de Un hombre de confianza, fundó en 1977 el Comité Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos (Comité ¡Eureka!).

Justo después de establecer la pregunta con la que inicia esta reseña, el novelista aventura una idea: "mientras la violencia no llegue a tu casa, lo que pase afuera da más o menos igual. Si tu casa está pulcra, que haya basura en la esquina es problema de alguien más. ¿Quién era ese alguien más? Los que 'se metían en política', los que leían libros 'subversivos', los escuchaban discos de 'la nueva trova', los que 'andaban de revoltosos en lugar de ponerse a trabajar'".

Mientras esos otros son víctimas de la paz gubernamental, en la novela aparecen los grandes personajes: Fidel Castro, Lee Harvey Oswald, los políticos, los presidentes, los candidatos, los generales, las agencias de investigación nacionales y extranjeras… esos entes que habitan las efemérides y los brindis, esos nombres que protagonizan la cronología oficial de la historia nacional.

En LEM sabemos que hay otras memorias de este país. Y creemos, con Fabrizio Mejia Madrid, que "quien no se plantea la existencia del mal da el primer paso hacia él. Hay algo crudo en esa actitud: la libertad de no saber, de no enterarse, de voltear la cara".

*Centro de producción de lecturas, escrituras y memorias (LEM)

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