El desdén oficial asfixia la restauración de la Ruta de los Conventos
Agonizan a 500 años de su construcción
Piezas arquitectónicas únicas, los 15 conventos construidos entre 1533 y 1570 a las faldas del volcán Popocatépetl fueron declarados por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad en reconocimiento a su aportación única al conocimiento de una época de la historia. Conocidas como la Ruta de los Conventos, son obras de excepción. En ellas se mezclan técnicas diversas: bóvedas de cañón medievales, claros cubiertos con tecnología romana y elementos de arquitectura prehispánica. Nada de eso se había hecho en el mundo. Su majestuosidad no quedó ilesa ante la fuerza de los sismos de septiembre de 2017. Todos los conventos sufrieron daños, pero nueve tuvieron lesiones severas. Varios se encuentran en el abandono y otros “en proceso” desde hace seis años. Desde entonces, padecen el desdén oficial, lo que asfixia su restauración. “El INAH vino hace cinco años, pero sólo colocó polines”, dice un encargado. Otro es más directo: “Avanzaron, pero no fue ni el 20 por ciento. Todo lo abandonaron desde la pandemia”. Y así siguen. Sin visos de recuperarse.
Por Carmen García Bermejo y Thelma Gómez Durán / Quinto Elemento Lab
El arquitecto Francisco Pérez de Salazar intuía que el terremoto que acababa de ocurrir en esos días sería desastroso para el convento construido hacía varios cientos de años antes en Tochimilco, Puebla. Dos semanas después, y cuando su propia vida se acomodó un poco luego de los sismos de septiembre de 2017, subió a su auto y manejó los casi 200 kilómetros que separan a la Ciudad de México de Tochimilco, un lugar donde los monjes franciscanos inauguraron en 1540 la primera etapa del Templo y ex Convento de la Asunción de Nuestra Señora, como se le conoce formalmente. Apenas llegó al convento, supo que sus temores se habían quedado cortos: lo que había imaginado en la carretera era muy optimista. Tenía frente a sí a un coloso arquitectónico muy lastimado. Una enorme grieta cruzaba la torre de su campanario y múltiples fracturas surcaban las bóvedas, muros y arcos del templo. Quedó tan frágil que una fuerte vibración podía desplomarlo. “El 75 por ciento del templo se fracturó por completo. Lo conozco bien. En 1999 otro sismo lo dañó. Hice un proyecto para rescatarlo, pero el gobierno de Puebla dijo no tener dinero. Su desastre actual es el resultado de haberle dado ´una manita de gato’ en aquella época”, lamenta Pérez de Salazar.
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El Templo y ex Convento de la Asunción de Nuestra Señora en Tochimilco es uno de los 14 conjuntos conventuales del siglo XVI edificados en las laderas del volcán Popocatépetl. Tres de ellos se ubican en Puebla y 11 en Morelos. Los conventos son las primeras expresiones arquitectónicas coloniales en el continente americano (fueron construidos entre 1533 y 1570) y aún prevalecen como testigos tempranos del proceso de evangelización impuesto por los frailes franciscanos, agustinos y dominicos a los pueblos originarios. Con la edificación de estos inmuebles, concluidos apenas unas decenas de años después de la caída de Tenochtitlán, surgieron conceptos desconocidos: grandes atrios, “capillas posa”, huertos, capillas abiertas, entre otros, considerados como la aportación americana más importante a la cultura arquitectónica occidental. Las construcciones imponen. Sólo el atrio del Templo y ex Convento de San Miguel Arcángel, en Huejotzingo, Puebla, mide 14 mil 400 metros cuadrados y en cada esquina permanecen, casi intactas, sus cuatro capillas posa con pintura mural, bajorrelieves y detalles que evocan la cerámica prehispánica. Igual de espectacular es el doble arco corintio que da entrada al atrio del Templo y ex Convento de la Inmaculada Concepción, en Zacualpan de Amilpas, Morelos. De 20 metros de altura, el interior del templo resguarda una pila bautismal en piedra tallada en una sola pieza, así como el retablo principal elaborado por el escultor indígena Higinio López, uno de los mejores talladores del virreinato. Su majestuosidad, sus características únicas, su aportación al conocimiento de una época, fueron clave para que en 1994 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) incluyera a estos 14 templos y conventos en la Lista de Sitios Patrimonio de la Humanidad. Consideró que poseen un valor excepcional como testimonio de una expresión cultural que debe ser preservada y difundida. “Esos monumentos son ejemplo de un conjunto arquitectónico que ilustra uno o varios periodos significativos de la historia humana. Son testimonio de un patrón arquitectónico único”, dice el expediente de la Unesco. Su destrucción representaría una pérdida para la humanidad porque, además, sus estilos y técnicas los convierten en una especie de escuela viva de arquitectura. Esto lo sabe Luz María Herrasti Coqui. Arquitecta de profesión, desde hace 20 años decidió sentarse frente a cada uno de los conventos, dibujarlos con minuciosidad y crear una colección de acuarelas. Es la manera que ha encontrado para preservar la memoria histórica del país. Los frailes trajeron sistemas constructivos que en América no existían, comenta Herrasti. Se erigieron entonces piezas excepcionales: bóvedas de cañón reforzadas con relieves medievales, claros cubiertos con tecnología romana, mezclados con arquitectura prehispánica. “Así no son los monasterios europeos. Aquí usaron los vientos de la región, la iluminación, los espacios y una serie de valores afines con los principios de composición que existen en la naturaleza. Eso los hace únicos”, expresa la arquitecta, especialista en restauración de monumentos históricos. Hace tres años, la Unesco agregó a la Lista de Sitios Patrimonio de la Humanidad al convento y Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, en Tlaxcala, como extensión de esos primeros inmuebles levantados en la Nueva España. Ahora suman 15 los conjuntos conventuales con esa categoría.
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Los sismos de septiembre de 2017 agudizaron un deterioro marcado por la falta de atención previa y el paso del tiempo sobre los inmuebles. Los 15 conventos sufrieron daños, pero la mitad de ellos tuvo impactos muy graves. Unos días después de las sacudidas, estudiantes e investigadores de varias universidades acudieron a los sitios donde se encuentran para auxiliar y levantar un censo de la catástrofe. Elsa Arroyo Lemus formó parte de una brigada de historiadores, fotógrafos, arquitectos y artistas visuales de la UNAM que viajó a las faldas del Popocatépetl. Investigadora y profesora universitaria, Arroyo Lemus sabía que la pintura mural al fresco en las paredes, bóvedas, patios y escaleras de los conventos convierten a estos inmuebles novohispanos en una de las riquezas estéticas sin igual en América Latina. Por ello urgía intervenir para salvar lo que se pudiera, pero el INAH tardó mes y medio en otorgarles permiso de participar en el rescate. “El permiso no llegaba y sabíamos que si no interveníamos de inmediato, ese registro artístico se perdería para siempre. Nadie se fijaba en él. Al tardar tanto la aprobación, no logramos ayudar más”, se duele Arroyo Lemus, quien coordinó la elaboración de un manual para restaurar este tipo de obras artísticas. La brigada visitó los 14 templos y ex conventos. Decidió dar atención inmediata a los ubicados en Tlayacapan, Totolapan, Ocuituco, Oaxtepec, Zacualpan de Amilpas y Atlatlaucan, en Morelos, debido a que estaban muy dañados y expuestos a la intemperie. Ante el inminente riesgo de pérdida de la pintura mural, se hizo un proyecto para levantar los fragmentos de los murales por cuadrantes, como si fuera un territorio de excavación arqueológica, para tener bien ubicadas las áreas del derrumbe. Pero fue muy tarde. Cuando la brigada llegó a los sitios, cientos y miles de trozos de pintura mural yacían esparcidos por el suelo y crujían bajo las botas de los arquitectos que calculaban los daños en la estructura. “Comenzamos a rescatar la pintura mural de dos conventos. Pero al regresar a recuperar los otros, las empresas encargadas de apuntalarlos ya habían barrido y aventado todo afuera, como si fuera cascajo”, narra Arroyo Lemus, historiadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Pese a ello, la brigada logró recuperar fragmentos de pintura mural de los conventos de Totolapan y Tlayacapan. Ahora permanecen como piezas de rompecabezas en cajas, en espera de ser restituidos a las bóvedas y los muros de donde se desprendieron. No te puedes perder "El desdén oficial asfixia la restauración de la Ruta de los Conventos"
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Los reportes oficiales del INAH dan cuenta de la magnitud de las afectaciones en los edificios que son Patrimonio de la Humanidad. Aun cuando alguien no tenga conocimientos especializados, los informes elaborados por los supervisores del instituto, obtenidos por las autoras de este trabajo a través de solicitudes de acceso a la información, dejan ver la gravedad de los destrozos. El lenguaje usado es técnico, el reporte es frío, pero las imágenes que transmiten sobre el estado de las construcciones son contundentes. Esto es lo que escribieron los diferentes peritos:
La descripción de la afectación sigue durante varias líneas y detalla, uno por uno, el estado de cada una de las construcciones levantadas por instrucción de monjes franciscanos, dominicos y agustinos.
* * * Medio siglo llevó a los frailes franciscanos levantar el Templo y ex Convento de San Miguel Arcángel en Huejotzingo, Puebla, el primer lugar tipo fortaleza edificado en toda la Nueva España para iniciar la conquista ideológica del pueblo nahua asentado en esas tierras. Este conjunto arquitectónico se levanta sobre un extenso predio de siete hectáreas. Sus muros datan de 1534 y fueron testigos del proceso de evangelización iniciado después de la caída de Tenochtitlan. Pero esta fortaleza de estilo medieval está maltrecha desde el terremoto del 19 de septiembre de 2017. Las filtraciones de agua y humedades en sus cuarteados muros revelan los años de abandono que ha vivido el templo. Las grietas atraviesan las cuatro bóvedas de la nave principal y los muros del templo por donde, cada época de lluvia, se cuela el agua. Esa humedad deteriora la historia del lugar grabada en pintura mural del siglo XVI. “Hace cinco años personal del INAH revisó el inmueble y sólo colocó algunos polines de madera para detener los muros laterales por dentro”, comenta Edgar Aguilar Teyssier, director de Educación, Turismo y Cultura del municipio de Huejotzingo. Esos polines ya no cargan nada, el paso del tiempo los secó. Lo único que quedó intacto dentro del templo fue el retablo principal dedicado a San Miguel Arcángel, una joya de estilo barroco tallado en madera con baño de oro. Esta pieza de arte sacro, explica por su parte el cronista José Luis Salazar, fue construida y pintada por los más grandes artistas novohispanos e indígenas. “Se contrató al pintor flamenco Simón Pereyns, al escultor español Pedro de Requena y al indígena Marcos de San Pedro para hacer el dorado. Es el único retablo del siglo XVI que queda completo en todo México”, asegura el cronista de Huejotzingo. Pero en un lustro, el INAH no puso los ojos sobre este inmueble, a pesar de ser uno de los 14 conventos declarados como Patrimonio de la Humanidad. Un detalle más. A pesar de su relevancia, este templo es el único que durante casi seis años no recibió ni un peso del seguro contratado por el INAH, pero tampoco de fondos federales para su intervención. Apenas en 2022 el INAH asignó un millón 300 mil pesos para elaborar el dictamen técnico. “A pesar de los daños que presenta, el INAH nos comentó que revisó el templo y como no colapsó la bóveda ni nada, dieron prioridad a los inmuebles más graves. Por eso apenas atenderán al nuestro, pero con recursos del municipio”, explica Aguilar Teyssier, el funcionario municipal de Huejotzingo. Lo que no se sabe es cuándo y de dónde saldrán los 13 millones de pesos que hacen falta para su restauración, cifra que para estos días ya habrá quedado corta después de casi seis años de erosión.
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Una de las características distintivas de estos colosos arquitectónicos es la altura de sus templos, algunos de los cuales rebasan los 30 metros de piso a techo. Los daños se pueden notar en cúpulas, paredes y pisos, donde las grietas delinean la edad de su estructura. Y aunque en varias ocasiones han sido inyectadas con cal y arena, las fisuras exhiben cada vez más las lesiones. “Entre más tiempo pase una estructura sin mantenimiento adecuado o sin reparar los daños previos, el quebranto asciende. El grado de deterioro será mayor y la intervención será más compleja”, alerta el ingeniero Fernando Peña Mondragón. Especialista en intervención estructural de inmuebles históricos del Instituto de Ingeniería de la UNAM, Peña Mondragón ha sido reconocido por sus estudios sobre los hundimientos diferenciales de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México. –¿Cuáles son los retos para reparar los daños de estos monumentos? –Respetar la autenticidad histórica, cultural y artística y, al mismo tiempo, dotarla de una seguridad estructural adecuada. Se debe tener un conocimiento apropiado de los materiales y técnicas de construcciones antiguas y modernas con el fin de que la propuesta de intervención no dañe o altere los valores de los inmuebles. –¿Cuánto tiempo llevará recuperar los monumentos con daño severo? –Es difícil dar un estimado. Fueron muchos inmuebles dañados que dejó en claro la vulnerabilidad de este tipo de estructuras. De acuerdo con datos oficiales, después de cinco años se lleva un avance del 30 por ciento en monumentos con daño severo. Por lo que podemos esperar que su recuperación seguirá siendo lenta. –¿Existe probabilidad de que esa riqueza arquitectónica se pierda por la complejidad técnica e insuficiencia financiera para restaurarlas? –Entre más tiempo pase en hacerse una intervención, se incrementarán las afectaciones y la restauración será más compleja y costosa.
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De estos 15 templos y ex conventos novohispanos, nueve tuvieron afectaciones severas. Son los que requieren mayor intervención e inversión. Los daños han aumentado con el tiempo. En algunos casos, el abandono es casi total, como en los conventos de Calpan, Huejotzingo y Tochimilco; en otros, el avance es escaso y apenas si llega a la mitad cuando mucho. En esa categoría es posible ubicar a los templos y conventos de Tetela del Volcán y Yecapixtla. La Catedral de Cuernavaca, los templos y conventos de Tepoztlán, Tlayacapan, Totolapan, Oaxtepec y Hueyapan muestran adelantos de hasta 70 por ciento, pero aún no se restauran por completo. El avance que muestran es utilizado, en ocasiones, para presentar la idea de que la restauración se concluyó. Por ejemplo, aunque los reportes oficiales del INAH Morelos sostienen que la Catedral de Cuernavaca está terminada, falta por finalizar la restauración de la torre del campanario, así como la Capilla de San José que forma parte de este conjunto. Calpan y Huejotzingo apenas cuentan con un proyecto de restauración y en Tochimilco se trabajó en una primera etapa para estabilizarlo, pero desde hace tres años todo quedó en pausa. Nadie del INAH se acerca por Tochimilco, lamenta Miguel Campos Robles, párroco encargado del templo. “Después del sismo vinieron con una empresa, pero no avanzó ni 20 por ciento para reparar los graves daños. Abandonaron todo el trabajo desde la pandemia”. Y ya no volvieron.
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En el Templo de la Asunción de Nuestra Señora, en Tochimilco, tuvieron que hacer un estudio de resistencia del subsuelo antes de desplegar, de piso a techo, una inmensa telaraña metálica que cubre toda la nave interior de la iglesia. Desde hace cinco años, esas barras de acero lucen como un viejo y gigantesco corsé que lucha afanosamente por evitar que este coloso de 33.7 metros de altura, algo así como un edificio de 12 pisos, se desplome para siempre. El arquitecto Francisco Pérez de Salazar aún recuerda que esa enorme nave de la iglesia apenas se sostenía por seis robustos contrafuertes interiores y exteriores. Pero no aguantaban más porque el templo también tenía un boquete en la pared del altar mayor. Parecía que le había caído una bomba. El problema con este inmueble, detalla el arquitecto, es que los daños ocasionados por el terremoto se potenciaron por la intervención maquillada que le hicieron en 1999, cuando también fue afectado por un sismo. “En aquel tiempo se necesitaban 600 mil pesos para restaurarlo, como tres millones de hoy. Su daño no era tan grave, pero le dieron una pintadita, le inyectaron las grietas y listo”, recuerda Pérez de Salazar. Hoy la cantidad requerida para levantar a uno de los conjuntos conventuales del siglo XVI más relevantes de México, según algunos especialistas, es de aproximadamente 100 millones de pesos. Lo cierto es que a mediados de 2023 las joyas arquitectónicas construidas hace casi 500 años desfallecen ante el desdén oficial y la falta de recursos para recuperarlas.
Quinto Elemento Lab es una organización periodística independiente, sin fines de lucro, que alienta y realiza reportajes de investigación en México. Para ver la serie completa de “Patrimonio en ruinas” puedes visitar https://quintoelab.org/patrimonio-en-ruinas |