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¿Cómo contaminamos el sonido de nuestra ciudad?
David Ruiz
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¿Cómo contaminamos el sonido de nuestra ciudad?

 
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A diferencia de otros contaminantes, el ruido no deja rastros visibles. No deja las aguas negras, ni el aire lleno de partículas parecidas a la ceniza.

Incluso sus consecuencias en la salud de las personas no son inmediatas; cuando se bebe agua contaminada el estómago lo resiente, cuando se respira aire contaminado aparecen alergias, pero con el ruido los efectos pueden tardar años, efectos más allá de la molestia instantánea que provoca el tráfico.

Sin embargo, la contaminación acústica o auditiva —provocada por el exceso de ruido— es igual de peligrosa que cualquier otro tipo de contaminación; tanto, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera al ruido como la segunda mayor fuente de contaminación en el planeta.

El problema es que una vez que el ruido cesa, la sensación es que desaparece, que el asunto está resuelto, pero lo más seguro es que otra fuente de contaminación acústica aparecerá pronto, incluso dentro de las casas.

La contaminación auditiva no es un problema nuevo, pero se ha vuelto una emergencia tras el desmedido crecimiento de las grandes ciudades, principalmente en las que no existe una planeación urbana que considere el aspecto sonoro de los lugares.

En las grandes ciudades de México, incluida Puebla, la contaminación acústica aumenta exponencialmente con el paso de los años, y comparado con los casos de otras metrópolis en el mundo, en el territorio nacional la legislación, la medición y la regulación del ruido son prácticamente inexistentes.

 

 

El ruido, un contaminante subestimado

La contaminación acústica se puede percibir de dos formas, una objetiva y una subjetiva. A veces, aunque claramente hay ruido en un sitio no se identifica como tal, pues las personas se exponen a esos sonidos fuertes de manera voluntaria —por ejemplo, en un concierto, en una fiesta o en un partido de fútbol—, lo hacen porque lo disfrutan.

El ruido es definido como cualquier sonido desagradable o no deseado para quien lo escucha, pero esto depende de la percepción y sensibilidad auditiva de cada persona. Para la OMS cualquier sonido que supera los 65 decibeles —unidad utilizada para medir la intensidad del sonido— en el día, y los 55 decibeles en la noche, es ruido.

Los sonidos que se emiten a través de una licuadora, de un timbre, de una televisión con volumen alto o de unos audífonos, o que se generan en medio del tráfico o en un concierto, van de los 75 hasta los 130 decibeles.

En cualquier lugar hay sonidos de esta intensidad; en una construcción, en un parque, en una feria, en un centro comercial, en el cine, en los bares, y hasta en las casas.

Algunos de estos son más casuales que otros, algunos más molestos, otros más placenteros, pero todos son igual de perjudiciales para la salud de las personas y para el medio ambiente.

“La exposición a sonidos fuertes, independientemente de su duración, provoca cansancio en las células sensoriales auditivas, lo que da lugar a una pérdida temporal de audición o acúfenos (sensación de zumbido en los oídos)”, explica la OMS en su estudio Escuchar sin Riesgos.

No obstante, la prolongada y regular exposición a estos altos niveles sonoros puede derivar en la pérdida o retraso de esta recuperación automática.

“Cuando se trata de sonidos muy fuertes o la exposición se produce con regularidad o de forma prolongada, las células sensoriales y otras estructuras pueden verse dañadas de forma permanente, lo que ocasiona una pérdida irreversible de audición. Los sonidos de alta frecuencia (agudos) se ven afectados en primer lugar, por lo que esa pérdida podría no ser perceptible de forma inmediata”, advierte el organismo.

 

 

Los impactos del ruido en la vida de las personas no sólo tienen que ver con la audición, también hay consecuencias psicológicas, fisiológicas, sociales y hasta económicas.

El ruido produce dificultades para conciliar el sueño, lo interrumpe y altera la profundidad del mismo; provoca cambios en la presión arterial y en la frecuencia cardíaca, bloquea o dificulta la circulación de la sangre, causa variaciones en la respiración.

“La exposición al ruido puede tener un impacto permanente sobre las funciones fisiológicas de los trabajadores y personas que viven cerca de aeropuertos, industrias y calles ruidosas. Después de una exposición prolongada, los individuos susceptibles pueden desarrollar efectos permanentes, como hipertensión y cardiopatía asociadas con la exposición a altos niveles de sonido”, asevera la Organización Mundial de la Salud en el documento Guías para el Ruido Urbano.

Asimismo, los altos niveles sonoros aceleran e intensifican el desarrollo de trastornos mentales latentes, como la ansiedad y la depresión, y perjudican el rendimiento en procesos cognitivos, especialmente en algunos grupos poblacionales como los niños.

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Entre los procesos cognitivos más afectados por el ruido se encuentran la adquisición del lenguaje, la comprensión de la lectura, la atención, la solución de problemas y la memorización.

Dicho contaminante, apunta el organismo, igualmente puede producir varios efectos sociales y conductuales negativos, por ejemplo, reducir la actitud cooperativa y aumentar la actitud agresiva. “Asimismo, se cree que la exposición continua a ruidos de alto nivel puede incrementar la susceptibilidad de los escolares a sentimientos de desamparo”.

Los altos niveles acústicos también afectan a otras especies y perturban diversos ecosistemas, incluidos los que se encuentran en áreas naturales protegidas.

Según una investigación publicada en la revista Science, en los animales los impactos de los fuertes sonidos urbanos se ven reflejados en su comportamiento. Estos principalmente se muestran asustados, por lo que buscan huir, provocando un efecto cascada, que llega hasta las plantas, pues la reproducción de algunas de estas depende de que algunos animales dispersen sus semillas.

Las aves, por ejemplo, huyen de los entornos ruidosos y evitan volver a estos aún si tienen que abandonar el nido en el que están sus huevos o sus crías; un ejemplo más cercano de estas alteraciones en el comportamiento lo demuestran los perros cuando escuchan fuegos artificiales.

 

 

La contaminación acústica es consecuencia de la mala planeación urbana

Aunque el ruido puede estar presente en cualquier lugar, es en las ciudades en donde mayor presencia tiene, especialmente en las zonas en donde se concentran las actividades, señala Jimena de Gortari Ludlow, académica del Departamento de Arquitectura, Urbanismo e Ingeniería Civil de la Universidad Iberoamericana, en entrevista para El Popular.

“Las ciudades grandes y medianas son las que tienen la mayor concentración de actividades y, por lo tanto, un mayor fluido de ruido; esto porque funcionan casi las 24 horas del día, los 7 días de la semana, finalmente son ciudades que no descansan”, puntualiza la especialista en acústica urbana.

Pero, aunque este tipo de contaminación es característico de la urbanidad, el exceso de ruido al que está acostumbrada la población no es normal.

Al pensar que la exposición a este contaminante es una especie de sacrificio por vivir en las ciudades, las personas incluso modifican sus hábitos; escuchan la televisión o el radio más fuerte o se ponen audífonos para intentar cancelar el ruido ambiental.

Estos cambios, más que solucionar el problema, provocan que la gente no se dé cuenta de la Intensidad acústica a la que está expuesta, por lo que consecuentemente el ruido gana terreno.

“Las personas que vivimos en las ciudades pensamos que es la consecuencia de vivir en estos espacios urbanos, pensamos en las ciudades como espacios en los que tiene que haber ruido, y nos hemos acostumbrado. Pero habituarse a este elemento no nos exenta de los impactos en nuestra salud”, subraya De Gortari Ludlow.

Hay lugares como los parques industriales en donde la presencia del ruido es inevitable, está justificado, es una consecuencia del funcionamiento de las máquinas y de las múltiples actividades que ahí se realizan. Incluso, el equipo de trabajo de los empleados incluye, por ejemplo, tapones para los oídos.

Sin embargo, en las ciudades mexicanas el exceso de ruido no sólo se encuentra en estos sitios; prácticamente está en todo el espacio urbano, aún en zonas en donde hay viviendas, escuelas u hospitales.

Se sabe que las zonas industriales son una gran fuente de contaminación auditiva, por lo que lo más común es que las aíslen, que las separen de los centros de las ciudades.

Pero esos mismos centros no están exentos del ruido por el uso mixto que se les da. Por ejemplo, en Puebla, hay sitios como el Centro Histórico en donde en un mismo edificio hay comercios o establecimientos de esparcimiento (restaurantes, bares) en las plantas bajas y viviendas en las plantas altas; los primeros “generan más ruido del deseable o del necesario”.

Además, hay un constante tránsito de vehículos motorizados por sus calles. No es algo oculto que esta situación se emula en cualquier zona de la ciudad cuando estas se consolidan como centros urbanos.

Por otro lado, en lugares como Guadalajara, Monterrey o la Ciudad de México, otro grave problema relacionado con la alta intensidad acústica es el tránsito de aviones o helicópteros, el cual responde a un diseño del espacio aéreo que no considera si pasa por una zona habitacional o escolar.

De manera general, en México no hay una correcta planeación urbana que tome en cuenta el aspecto acústico de los lugares.

“No se planea con respecto a una posición acústica, no se planea pensando en que cualquier intervención a nivel urbano va a cambiar la sonoridad de la zona, y de alguna manera va a repercutir en los niveles acústicos”.

Una planeación urbana correcta debe contar con mapas acústicos de los lugares, que indiquen qué actividades o para qué usos están destinados.

Esto permitiría tener zonas insonorizadas en sitios en donde se requiera esta característica, como en espacios habitacionales o escolares. “Si tú supieras qué nivel de ruido tienes en el exterior, tú podrías diseñar un espacio en dónde de alguna manera pudieras evitarlo”.

 

 

Medir y regular el ruido es una tarea compleja, pero no imposible

El ruido tiene características muy particulares que lo diferencian de otros contaminantes, las cuales incluso hacen que sea subestimado como un elemento nocivo, asegura la organización Ecologistas en Acción.

Entre esas características se encuentra que el ruido “es el contaminante más barato de producir”, que necesita muy poca energía para ser emitido, que no deja residuos, que no tiene un efecto acumulativo en el medio (aunque sí puede tener un efecto acumulativo en sus efectos), que tiene un radio de acción mucho menor que otros contaminantes (se localiza en espacios muy concretos).

Asimismo, que no se traslada a través de los sistemas naturales (como el aire contaminado movido por el viento) y que se percibe sólo por un sentido: el oído, “lo cual hace subestimar su efecto. Esto no sucede con el agua, por ejemplo, donde la contaminación se puede percibir por su aspecto, olor y sabor”.

Todo esto hace que la medición y regulación del mencionado contaminante sean tareas complejas; sobre todo para la ciudadanía.

Por ejemplo, se puede pensar que si se suman los decibeles producidos por las diferentes fuentes de sonido en un sitio se obtiene el total de dicha unidad al que están expuestas las personas; pero es más complicado de lo que parece.

“Es importante entender que el decibel no es un número logarítmico —el que normalmente se utiliza— sino un número exponencial. Entonces en realidad no se suma, se potencializa. La gente puede decir ‘bueno, pero es que sólo subí 3 decibeles’, pero al subir 3 decibeles se está multiplicando la potencia o la intensidad de ese sonido. Las fuentes se combinan y sobresale la más intensa. Es bastante compleja la medición”, reconoce Jimena de Gortari.

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Como consecuencia de esto, las autoridades mexicanas se han desentendido del tema, argumentando que es un mal invisible. Cabe decirlo, regular y medir el ruido son acciones complejas, pero no imposibles.

En México, existe una legislación nacional sobre la contaminación acústica, pero es muy laxa y poco operativa. Cada estado aplica sus particularidades, pero en general todas se basan en establecer sanciones económicas a los establecimientos y a los ciudadanos que superen los límites respecto a la intensidad del sonido.

Uno de los problemas de esta normativa es que sólo considera las fuentes fijas, es decir, que, por ejemplo, al conductor de un camión de carga o de un vehículo que circula con una bocina a todo volumen anunciando un producto no se le puede multar.

En Puebla, el año pasado, tras reconocer que el confinamiento por la pandemia hizo más evidente la contaminación acústica en el estado, la dirección de Medio Ambiente de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Sustentabilidad estatal señaló que otro inconveniente es que las personas no se atreven a denunciar los excesos de ruido, pues prefieren evitar enfrentamientos con los acusados, especialmente con los vecinos.

Por otro lado, las metrópolis mexicanas no cuentan con la tecnología ni con la información suficiente para conocer y controlar los altos niveles sonoros.

En otras grandes ciudades del mundo, como las españolas, ya existen mapas de ruido en lugares en donde habitan más de 100 mil personas, se han peatonalizado varios espacios con el objetivo de reducir dicho contaminante y los estudios sobre el tema son diversos; se conoce incluso cuántas personas son afectadas por el ruido.

En el territorio nacional no se conoce este dato, pero cifras del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) indican que entre las enfermedades laborales más frecuentes se ubican la hipoacusia o sordera.

Las autoridades mexicanas también han fallado en la difusión de información para que la ciudadanía conozca el fenómeno de la contaminación auditiva y sus consecuencias.

“En una sociedad de la información como en la que estamos, sería muy importante tener y conocer a cuántos decibeles estamos expuestos y cuáles son las recomendaciones en términos de salud, algo como lo que sucede con los índices de la calidad del aire. Algunos dispositivos que usamos incluyen esa información, pero como no existe una educación al respecto, pasa por desapercibida”, afirma Jimena de Gortari.

 

 

No se puede desaparecer el ruido, pero se puede manejar de una manera más sana

El ruido es inherente a la especie humana, en donde hay personas está presente este elemento; ni siquiera hacen falta máquinas, un simple grito puede dañar la sensibilidad auditiva de alguien. 

Por consiguiente, se debe aprender a vivir con este contaminante, principalmente en los espacios urbanos; pero eso no quiere decir que se deban normalizar los excesivos niveles sonoros.

No se debe derribar y reconstruir una ciudad para comenzar a convivir con el ruido de una manera más sana, basta con reconfigurarla y tener consciencia sobre lo que implican los altos niveles auditivos.

Se puede empezar, protegiendo aquellos espacios en los que más se requieren bajos niveles sonoros, como los hospitales, las escuelas, las zonas habitacionales o los parques —estos últimos pensando también en la fauna y la flora local—.

Para cumplir con esta tarea serían indispensables los mapas acústicos de las ciudades. Con estos, además, se podría saber cuáles son las zonas que más requieren una intervención por ser las más afectadas por el exceso de ruido.

Otra cosa fundamental sería establecer reglamentos de construcción, los cuáles determinarían, a partir del tipo de actividades que se pretendan hacer en una nueva edificación, en qué zonas es viable que se puedan establecer o qué tipo de materiales deben utilizar para que los fuertes sonidos afecten lo menos posible al exterior.

La mayor responsabilidad la tienen las autoridades, pues son quienes guían y regulan estas cuestiones, pero también se requiere de la participación de la ciudadanía, pues el ruido puede provenir igualmente de sus actividades en la calle o de su casa; así que la consideración y comprensión de que lo que para unos es diversión para otros es ruido es fundamental.

A veces los sonidos fuertes son placenteros, pero dañinos; por esto es esencial que tras exponerse a ellos se permita la recuperación del sistema auditivo, que se le de descanso regalándole un poco de calma, asegura la especialista.

Para esto es indispensable que tras un evento con altos niveles sonoros no se busque regresar a los sonidos fuertes, por ejemplo, poniéndose audífonos o mirando televisión después de ir a una fiesta o a una plaza.

En otras palabras, es importante no tenerle miedo al silencio, sobre todo porque este ayuda a tener una audición más sana.

“Finalmente todos los seres humanos hacemos ruido en algún momento, somos entes ruidosos. Es importante entender que nuestros oídos no descansan, siempre están abiertos, entonces probablemente no escuchamos, pero oímos las 24 horas; hay que ser conscientes de nuestros hábitos relacionados con la sonoridad”, subraya De Gortari Lodlow.