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¿Cómo contaminamos el agua de Puebla?
David Ruiz
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¿Cómo contaminamos el agua de Puebla?

 
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Todo el tiempo las personas contaminan el agua. Lo hacen a través de actividades tan cotidianas como lavar la ropa o los trastes, al desechar el aceite que usan para cocinar, al bañarse, e incluso en el baño.

Aunque, la forma con la que la población altera la calidad del agua —provocando que no sea apta para el consumo u otros usos— ni siquiera tiene comparación con las actividades con las que las diversas industrias perturban este recurso.

Para compensar esta consecuencia y para cubrir la creciente demanda de agua en las ciudades, las autoridades ambientales y las industrias han optado por implementar plantas tratadoras de aguas residuales; las cuales resultan una solución viable cuando trabajan de manera eficiente y en las condiciones idóneas.

Pero en lugares como en Puebla (en donde está presente uno de los ríos más contaminados de México, la nula vigilancia y sanción a las industrias contaminantes y la falta de plantas tratadoras de agua), esta medida parece más una excusa para gastar más dinero que conservar los ríos naturales.

 

 

Cualquier residuo proveniente de actividades humanas contamina el agua

Cualquier residuo proveniente de actividades humanas vertido en el agua cambia las condiciones de origen de esta; la contamina. “Eso es inevitable”, asegura el maestro en Ciencias e Ingeniería Ambiental Raciel Flores Quijano.

Lo mismo si se vierten en el agua sustancias orgánicas como la orina que si descargan sustancias químicas como el petróleo o los fertilizantes; lo mismo si son desechos líquidos o sólidos.

El también director del Área de Química de la UPAEP señala que cuando se trata de alteraciones en un grado menor, los mismos cuerpos de agua —ríos, lagos, acuíferos; de donde se extrae o a donde va a parar este recurso después de ser usado— consiguen su remedio, pues tienen sus propios mecanismos para auto purificarse.

Sin embargo, esos procesos van a un ritmo natural, sin prisas, y lo que menos le ha ofrecido el humano al medio ambiente es espacio y tiempo para su recuperación.

Debido al desmedido crecimiento urbano y a la poca consciencia que demuestran las industrias con tal de seguir con su acelerada producción, dichas perturbaciones son cada vez mayores, tanto en número como en magnitud; por lo que la capacidad de los cuerpos de agua para auto purificarse cada vez se disminuye más.

Cuando el agua llega a los ríos —en sus primeros kilómetros— a través de procesos naturales como la lluvia o el deshielo es totalmente potable, señala Flores Quijano; es decir, una persona puede beber o preparar sus alimentos con esta sin el menor inconveniente.

Y no sólo eso, los organismos (plantas, animales, entre otros) que habitan este ecosistema acuático tienen las mejores condiciones para su desarrollo.

Pero la situación cambia cuando, en su recorrido natural, estos cuerpos de agua se encuentran con asentamientos humanos en donde el agua es utilizada para actividades más allá del consumo.

Según la actividad y el tipo de agentes nocivos que se desprendan de esta, será el grado de contaminación de este recurso; la capacidad de auto purificación pierde fuerza conforme aumenta esa intervención humana, puntualiza el académico.

Durante el trayecto de un río, las actividades y el uso humano del agua cambia. De los sitios naturales de donde surge, va pasando por poblaciones rurales, en donde el número de habitantes es menor e imperan las actividades agrícolas y ganaderas, hasta llegar a zonas urbanas, en donde las actividades más presentes son las industriales y la cantidad de pobladores es exponencialmente mayor.

“Estamos acostumbrados en todo el mundo, pero especialmente en Latinoamérica, a que los ríos se aprovechen en todo su trayecto”, asevera el especialista.

 

 

Y no sólo se aprovechan para extraer agua o para realizar actividades ahí mismo —como nadar—, también son utilizados como vertederos de aguas residuales; la misma situación pasa en zonas rurales y en zonas urbanas.

En los contextos rurales la contaminación del agua de los ríos proviene principalmente de las actividades agrícolas y ganaderas.

De acuerdo con la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la agricultura contamina el agua al verter agroquímicos (fertilizantes o plaguicidas), materia orgánica, desechos, sedimentos y sales.

En el caso de la ganadería, la perturbación del recurso hídrico viene a partir de la descarga de los excrementos de los animales y de los fármacos (antibióticos u hormonas) que utilizan para los mismos.

En las zonas urbanas o conurbadas, la mayor fuente de contaminación hídrica son las industrias textiles, energéticas, alimenticias, automotrices, farmacológicas, de la construcción, entre otras; las cuales vierten sus desechos en grandes cantidades y sin un tratamiento previo, a pesar de que la normativa mexicana lo prohíbe tajantemente. 

Tras verter sus desechos, los cuerpos de agua quedan llenos de metales pesados como el cadmio, el cobre o el plomo, de ácidos, de componentes químicos como la gasolina o el petróleo, de elementos orgánicos como el aceite o las grasas o de agentes patógenos como bacterias, virus o parásitos.

Otra fuente significativa de contaminación en las ciudades son los desechos que provienen de las zonas habitacionales o comerciales, no importa si son residuos sólidos o líquidos, o si son orgánicos o químicos.

Dichos residuos pueden tener su destino en el sistema de drenaje de la ciudad, pero también pueden tenerlo en las barrancas —concavidades por donde pasan los ríos—, en donde hay un mucho menor control de estos. Aunque, sin importar el camino que tomen, tarde o temprano llegarán a un río o a una presa.

Y la afectación no se queda ahí, pues algunos contaminantes acompañarán el recorrido del río y llegarán a otras zonas, y perturbarán no sólo el agua, sino también el suelo, al cual también le provocarán la pérdida de sus propiedades, ya sea de manera voluntaria —por medio del riego— o a consecuencia de su camino natural.

“Si regamos aguas residuales en un cultivo de cebolla o de tomates, que son muy rastreros, o de jícama o de zanahorias, que están en el subsuelo, existe la probabilidad de que muchos de los contaminantes que tenga el agua residual van a ser absorbidos por esos cultivos”, menciona Flores Quijano.

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Asimismo, el agua contaminada en algún momento se evapora, y los más afectados son las personas que viven en los alrededores, quienes a pesar de que son conscientes del daño, no pueden moverse a otro lugar debido a la situación de marginalidad que enfrentan.

Sin importar el lugar a donde vayan a parar esos desechos, provocan una perturbación en el agua que imposibilitará su uso, especialmente para el consumo.

Un factor determinante para que la contaminación del agua sea casi incontrolable, dice Omar Jimenez Castro, defensor del agua e integrante de la organización Asamblea del Agua Puebla, es la falta de cultura de cuidado de este recurso.

“Hay casos concretos, como cuando nos vamos a bañar primero abrimos la llave y esperamos hasta que salga el agua caliente para meternos. Toda el agua que está cayendo al suelo en automático ya está contaminada”, expone

Y lo mismo pasa con cualquier agua que se desperdicia, como cuando las personas dejan abierta la llave cuando se lavan los dientes o enjabonan los trastes o cuando hay alguna fuga.

El destino de esa agua es el drenaje, en donde no importa su origen o uso, pues al entrar en contacto con el resto del agua en este sistema la calidad del agua ya estará comprometida.

 

 

En Puebla ni el agua potable se salva de la contaminación

El agua en Puebla está altamente contaminada, y no sólo la de los ríos, también la que circula a través de la red de agua potable.

Según la Comisión Nacional del Agua (Conagua), en Puebla más del 80 por ciento de ríos, cuencas y presas tienen algún grado de contaminación —moderado o alto— provocado por las altas concentraciones de metales pesados, químicos tóxicos y materia fecal.

El caso del Río Atoyac destaca, pues es considerado por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) como el río más contaminado de México.

El Río Atoyac se encuentra severamente contaminado, y esa contaminación se incrementa con el paso del tiempo, afirma la doctora en Ciencias Ambientales Gabriela Pérez Castresana.

Este cuerpo hídrico se encuentra contaminado por diversos tipos de elementos como metales pesados, contaminantes orgánicos volátiles, millones de bacterias patógenas para el humano, entre los cuales hay elementos que son altamente nocivos y cancerígenos para el humano.

La especialista dice que el principal causante de esta contaminación son las Industrias que descargan sus aguas con tratamiento inadecuado o de plano, sin un tratamiento previo a su descarga, debido a que no tienen una planta tratadora para ello.

Y aunque en Puebla la contaminación de los diferentes cuerpos de agua proviene principalmente de las industrias, también del mal manejo de residuos y la falta de consciencia de la población respecto al cuidado del agua influyen en la alteración de su calidad.

Omar Jimenez refiere que es común ver en el Río Alseseca, en el Atoyac o en la presa de Valsequillo diversos tipos de desechos que van más allá de aguas residuales: cartones, plásticos, electrodomésticos, y en ocasiones hasta cadáveres de animales e incluso de humanos.

Por sus características, el agua contaminada es casi siempre identificable; es un agua con olor a químicos o a heces fecales, de un color negro, verde, de un azul oscuro, y de otros tantos tonos, muy alejados de esa característica ideal de transparencia.

Pero aún con esa transparencia el agua puede seguir contaminada, pues, aunque no tenga niveles tan altos de algunos contaminantes, estos pueden continuar presentes en el líquido, debido a un deficiente tratamiento.

 

 

Aunque gran parte del planeta está compuesta por agua, apenas el 2.5 por ciento puede ser utilizada para las diversas actividades humanas. Y de esta pequeña cantidad, menos del 30 por ciento se encuentra en cuerpos de agua cercanos a los asentamientos humanos.

El resto se encuentra en acuíferos —formaciones geológicas con agua subterráneas— en los que resulta difícil extraer agua, tanto por la distancia con los asentamientos humanos como por las características de estos espacios naturales.

Pese a esto, la extracción de agua de estos lugares ha ido en aumento en los últimos años, debido a que la demanda de la población crece año con año, y además de que ya no alcanza el agua de los ríos o lagos, debido a que el recurso de estos espacios está cada vez más contaminado por la constante descarga de aguas residuales.

Como consecuencia las plantas tratadoras de aguas residuales han tomado una significativa relevancia tanto para evitar los mayores daños posibles en los cuerpos de agua naturales como para abastecer la demanda del recurso hídrico en las zonas urbanas.

Asimismo, las autoridades medioambientales han establecido parámetros para que dichas aguas tratadas puedan regresar al medio ambiente y puedan llegar a los hogares y comercios a través del sistema de agua potable.

Sin embargo, estos parámetros establecidos pocas veces se respetan. Lo que generalmente hacen en estas plantas es retirar los residuos más visibles, como los sólidos, pero sus procesos se quedan cortos para hacer un agua realmente potable.

 

 

“Lo que hacen estás plantas tratadoras de agua es que extraen los materiales sólidos, las latas, los cartones, los troncos; le echan sus gotitas de cloro y vámonos, te la regresan a tu casa para que la vuelvas a ocupar”, expone Omar Jimenez.

Eso implica que ni el agua que se dice potable está a salvo de la contaminación. Por ejemplo, de acuerdo con el estudio “Calidad del Agua en las Escuelas”, en la capital de Puebla, el agua que llega a través de la red de agua potable en al menos 28 escuelas no cumple con las normas de calidad de agua.

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Entre esas deficiencias se encuentran bajos niveles de PH, altas concentraciones de dureza y de sustancias como arsénico; características que a largo plazo pueden generar enfermedades del corazón, renales y hasta cáncer.

Jimenez Castro apunta que en la ciudad de Puebla a menudo recibe denuncias de pobladores de diferentes colonias que se quejan de una contaminación en el agua que sale de sus llaves evidente, y que incluso los mismos sistemas operadores de agua potable han reconocido. Aunque, más allá de eso no buscan una solución.

Lo mismo pasa con el saneamiento de los cuerpos de agua como el Río Atoyac, pues enfatiza que cada que comienzan una nueva administración en el gobierno estatal o en los gobiernos municipales se comprometen a realizarlo, pero nunca pasa nada.

Para realizar una correcta conservación del agua, es necesario que se priorice el recurso hídrico antes que los intereses políticos y económicos, pues hasta ahora se ha hecho al revés, permitiendo que las empresas descarguen sus residuos con total impunidad o con mínimas sanciones.

La ciudadanía también puede colaborar con esa tarea mejorando sus métodos para manejar sus residuos; a través de cuidar su consumo de agua aprovechando en más de una ocasión este recurso hídrico, al utilizar, por ejemplo, el agua que usa para lavar la ropa para limpiar su patio o para echarla en el escusado en lugar de jalarle a la cadena.

Por otra parte, Pérez Castresana que para lograr esa conservación es necesario un plan integral que incluya tanto a gobiernos municipales como al estatal, pues de nada servirá que en un municipio las plantas tratadoras funcionen correctamente, permitiendo al río respirar, si al llegar a otro el agua se encontrará con diversos contaminantes.