Cualquier día una persona puede darse cuenta de lo indispensables que son el agua y el aire en su vida; especialmente en momentos en los que siente sed o en los que necesita recuperar el aliento respirando profundamente. No se puede decir lo mismo con el suelo; las posibilidades de que se reconozca su valor en la cotidianidad son mínimas, a pesar de que es igual de esencial que los mencionados recursos para la vida humana y para el funcionamiento de los ecosistemas. La razón es simple: el suelo es un recurso natural subestimado porque no se consume de manera directa, es decir, no se puede respirar ni beber ni consumir una porción de suelo. Este recurso se aprovecha siempre de forma indirecta, a través de los alimentos o de las materias primas, por lo que su importancia es poco reconocida. “Vemos al suelo como algo ajeno porque no es algo que consumamos directamente. Nosotros vemos el agua, la tomamos directamente de un vaso, y por eso sabemos que la necesitamos; pero no podemos tomar un vaso de suelo, ahí está la diferencia”, señala la bióloga Dalia Covarrubias Escamilla. Pero aún con un mayor reconocimiento de su importancia, ni el agua ni el aire tienen tregua con la contaminación. En el caso del suelo la situación resulta aún más grave, pues al no ser reconocido como un recurso indispensable por la mayoría de la población, su cuidado es mucho menor. El agua, el aire y el suelo son recursos estrechamente vinculados, por lo que, si uno decae, decaen todos. De ahí la vital importancia de que las medidas que se tomen para mejorar las condiciones ambientales se enfoquen en los tres recursos de manera integral, pues de nada servirá que se mejore la calidad del agua y del aire si una mala calidad del suelo cancelará esos esfuerzos.
Si se contamina el agua o el aire, también se contamina el suelo El suelo es la parte externa o superficial de la corteza terrestre, es aquello sobre lo que la humanidad pisa y cimienta su existencia. De este recurso natural, las personas obtienen alimentos, materias primas, la regulación del clima y una base para posar las construcciones en donde viven, trabajan o realizan cualquier actividad. Su aspecto (propiedades físicas) varía según la región, en algunas zonas puede ser arenoso, en otras rocoso o arcilloso, y en otras, como en las ciudades, ni siquiera se puede ver su apariencia natural, pues está debajo de pesadas capas de cemento. Este recurso natural no es inerte, como normalmente se piensa, asevera Covarrubias Escamilla; su interior es biológicamente activo, está lleno de vida, aunque a un nivel microscópico. “El suelo es otro sistema, y como sistema también es biológicamente activo. Dentro de este existen diversos microorganismos: hongos, bacterias, animales microscópicos, plantas microscópicas. De todo este dinamismo depende lo que va a estar en el exterior”. De acuerdo con el Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria (CEDRSSA), en tan sólo un gramo de suelo sano, habitan millones de organismos. Para que este microsistema funcione adecuadamente, debe existir un equilibrio entre sus componentes (propiedades químicas). Además, existen diversos minerales como el azufre, el fósforo o el nitrógeno, materia orgánica —restos de organismos que alguna vez estuvieron vivos— y elementos como el agua o el aire (el equilibrio se debe tener especialmente con estos últimos). La contaminación del suelo puede llegar de diversos frentes, no sólo de la afectación directa a este recurso: si se contamina el agua o el aire, también se va a contaminar el suelo. “Podemos empezar a ver la contaminación del suelo también cuando empezamos a contaminar el aire y el agua, porque los suelos funcionan como depósitos o yacimientos. Tarde o temprano las emisiones atmosféricas de sustancias como plaguicidas o hidrocarburos y las aguas residuales tienen que llegar al suelo”, explica Dalia Covarrubias. Lee también: ¿Cómo contaminamos el agua de Puebla? Hay diferentes formas de contaminar el suelo, apunta la bióloga. Una de estas es a través de su compactación, que ocurre habitualmente con las actividades ganaderas —por el constante pisoteo de los animales— o de construcción —debido al paso de la maquinaría y al peso del concreto—. Con esta práctica se disminuyen los poros que hay entre las partículas, los cuales permiten que haya una correcta oxigenación y circulación del agua en el suelo, lo que consecuentemente inhibe el desarrollo de organismos indispensables para que se mantengan sus propiedades. Otra forma es la introducción de sustancias nocivas al suelo, que a menudo se presenta cuando en las zonas de cultivos se vierten agroquímicos (fertilizantes, plaguicidas), cuando las industrias derraman sustancias tóxicas a través de sus residuos o cuando las personas desechan fármacos o cosméticos. Una más es la erosión —el desgaste de la corteza terrestre—, que ocurre cuando de manera incesante se extraen recursos naturales del suelo a través de, por ejemplo, la minería o cuando se deforesta un territorio.
La contaminación no se queda en el suelo, en este proceso las sustancias y las consecuencias pasan constantemente de organismo en organismo hasta llegar al ser humano. “Es una cadena en la que se van pasando todas las sustancias a través de diferentes organismos. Hay que recordar el papel de las cadenas alimenticias. En el suelo se origina el abasto o el sustento de los seres vivos. Del suelo se pasa al siguiente nivel, que son las plantas, luego a los animales, y así consecutivamente. Si alteramos el suelo con esas sustancias tarde o temprano van a ir subiendo de nivel hasta llegar a los depredadores tope, que en este caso somos nosotros”, puntualiza Covarrubias Escamilla. La consecuencia inmediata de la contaminación del suelo es la degradación —cuando este recurso natural pierde sus propiedades naturales—. Esto puede repercutir de diversas formas en la vida de las personas y en el medio ambiente. “La contaminación del suelo va a provocar una reacción en cadena, vamos a ver alterada la biodiversidad, sabemos que nosotros dependemos directamente del suelo”. Con la contaminación y posterior degradación del suelo se disminuye la producción alimenticia, de cereales, frutas, verduras, y en un segundo plano, de alimentos de origen animal —carne, leche—, pues los alimentos de los animales también provienen del suelo. Esto resulta en especial grave, pues actualmente, refiere la especialista, apenas el 12 por ciento del suelo en el mundo es cultivable; el resto está congelado o está destinado para otras actividades como la minería. El suelo funge como un filtro para sustancias nocivas, por lo que al degradarse deja de cumplir con esa función, afectando no sólo a humanos, también a plantas y a animales.
“Los suelos son depósitos, son como coladeras que ayudan a que con el escurrimiento del agua se vayan filtrando esas sustancias que son dañinas. Cuando no se realiza esté proceso se acumulan, y son las plantas u otros animales los que los consumen en primera instancia. Vamos a tener sustancias tóxicas o nocivas de manera libre en la naturaleza”. Otra consecuencia del daño al suelo es la mayor propensión a los desastres naturales, a las inundaciones o a los deslaves de cerros, pues debido a las afectaciones el suelo ya no es capaz de retener el agua de manera eficiente, y por el exceso del líquido las montañas se comienzan a erosionar. Por otra parte, si no se tiene una correcta formación del suelo, se disminuye la cobertura vegetal, por lo que las posibilidades de que haya un óptimo reciclaje de oxígeno son menores; el suelo también es un receptor de calor, así que, si no está en las mejores condiciones, la temperatura aumentará progresivamente. En las ciudades, la pérdida de propiedades del suelo puede provocar fragmentaciones en el pavimento y socavones, debido a que no hay la suficiente oxigenación y circulación de agua para que se mantenga en buen estado. A eso, dice la bióloga, hay que agregar que la Tierra está en constante movimiento. “La Tierra constantemente se está moviendo, nosotros tenemos un planeta dinámico. Entonces si tenemos esa parte seca, se deteriora, y aparte de eso hay que sumarle el movimiento natural de la tierra, que sabemos que no se está quieta ni un segundo del día. De este modo se está promoviendo que la fragmentación sea más acelerada”. La contaminación del suelo está presente en cualquier lugar en donde haya un asentamiento humano, pero según el tipo de zona será el principal factor nocivo. En los territorios rurales, refiere Covarrubias Escamilla, la principal afectación vendrá del uso de agroquímicos en el suelo; en las zonas urbanas, el problema procede de las industrias, de las construcciones (edificios, casas, carreteras) y del mal manejo de residuos (basura).
La situación del suelo en Puebla Según la Base Referencial Mundial del Recurso Suelo (WRB, por sus siglas en inglés) existen 32 tipos de suelo en el planeta, de los cuales México cuenta con 26, es decir, 87 por ciento del total. En Puebla hay 11 tipos de suelo —un 34 por ciento del total—; algunos, por sus características, más aptos para desarrollar diversas formas de vida y otros más vulnerables ante la contaminación del suelo. De acuerdo con la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), el 44.7 por ciento del suelo en la entidad poblana presenta algún nivel de degradación y el 76.6 por ciento está en riesgo de enfrentar esta situación, es decir, que está contaminado, pero todavía no se ha degradado. La información de la Semarnat detalla que el deterioro en los suelos del estado se debe en un 22.1 por ciento por factores químicos, un 10.1 por ciento por factores hídricos, un 9.6 por ciento por factores eólicos y 2.9 por ciento por factores físicos, que se refiere al encostramiento o compactación del suelo. Uno de los principales problemas para los suelos en Puebla es la erosión, subraya el Departamento de Investigación en Ciencias Agrícolas (DICA), del Instituto de Ciencias de la BUAP (ICUAP). Investigadores del DICA enfatizan que en promedio el 45 por ciento de las tierras de uso agrícola y forestal están en un nivel de erosión de moderado a fuerte. La situación empeora en la región mixteca y la Sierra Norte, en donde el daño asciende al 65 por ciento. De acuerdo con los académicos, en la zona sur de la entidad los procesos de desgaste del suelo se han acelerado debido a la poca vegetación que existe en la región; esto propiciado por los climas áridos y las pocas precipitaciones que a su vez provocan una escasez de agua y aire. En la zona norte, por el contrario, las afectaciones provienen del retiro de la vegetación en las montañas para transformarlas en áreas de uso agrícola. El Maestro en Ciencias en Edafología (suelos) Jerónimo Chavarría Hernández agrega a los principales inconvenientes en Puebla respecto al suelo los derrames de hidrocarburos provocados por el huachicoleo. El informe “El robo de hidrocarburos en ductos, un delito enemigo del medio ambiente” del IGAVIM destaca que a nivel nacional Puebla es el tercer estado con más daños en su superficie por derrames de hidrocarburo.
El suelo puede tardar décadas en recuperarse El suelo se puede contaminar casi de inmediato —depende de la forma de contaminación—, pero su recuperación —si se consigue— puede tardar décadas, asegura Chavarría Hernández. La duración de esta remediación depende de las técnicas y los procesos que se utilicen y de la profundidad del daño, pero algo que es seguro es que difícilmente se recuperarán las propiedades o el estado natural del suelo en cuestión. La afectación puede ser superficial o profunda, según los contaminantes, las características propias del suelo y el tiempo de reacción para remediarlo, expone Chavarría Hernández. “Verter desechos o químicos sobre el suelo, o contaminarlo de otras formas, ya es perjudicial, pero esto se profundiza cuando los componentes de este recurso empiezan a reaccionar”. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) apunta que las condiciones de los suelos se pueden mejorar mediante la prevención, la mitigación y la rehabilitación de suelos —en el caso de los degradados—. Aunque, es importante darles prioridad a los suelos más vulnerables o que tienen un mayor daño. La remediación o mantenimiento del suelo se puede promover a través de la rotación de cultivos o de los periodos de descanso para que el suelo pueda tener tiempo para reconstituir sus ciclos naturales o sus componentes. No obstante, para ambos especialistas la forma más eficiente de cuidar este recurso es la prevención. “Generalmente estamos acostumbrados a remediar las cosas y no prevenirlas, en este tipo de problemáticas hay que prevenir en lugar de remediar”, subraya Chavarría Hernández. Una buena forma de lograr eso, manifiesta Covarrubias Escamilla, es estar al pendiente de los cambios que se puedan presentar en un ecosistema. “Puedes observar qué especies de seres vivos se desarrollan en una región; si tú notas que esa zona primero está rodeada de vida y que de repente todo se vuelve muy árido, significa que algo está pasando ahí”. Pero para lograr poner atención en esos detalles es necesaria la conciencia ambiental, para poder formar un sentido de pertenencia, con el que se acabe la idea de que los humanos no son seres aislados de la naturaleza, sino que en realidad dependen de ella. En el caso del suelo, Dalia Covarrubias propone un ejercicio para comenzar a reconocer su valor: “Tú vas a la escuela o al trabajo, pero antes de ir a ese lugar te tomas un vaso de leche o consumes algún alimento de origen animal, bueno, pues ese producto que consumimos viene de un animal, que para poder desarrollarse tuvo que ingerir algún alimento, y ¿de dónde viene ese recurso? Pues del suelo. Lo mismo se puede decir con las frutas, las verduras o sus derivados”. |