Qué pena lo sucedido en la tercera corrida efectuada en la plaza México, porque se anunció un espectáculo llamado fiesta brava y no fue tal, pero ni remotamente un ápice de bravura en los toros de la ganadería titular. La bravura escasea, está desapareciendo poco a poco del ganado que se lidia. En algunas plazas más que en otras pero en términos generales ya se está convirtiendo en una característica; llegará el día que la fiesta degenere en un simple toreo de salón. Seguramente, quienes practiquen ese nuevo espectáculo se las ingeniarán para cometer fechorías porque, tal parece que es una característica de la tauromaquia. Poco a poco la fiesta ha ido perdiendo autenticidad. No todos pero casi todos los integrantes han sido cómplices. Que los ganaderos se hagan de la vista gorda cuando despuntan sus toros ya no es suficiente, que vendan novillos por toros, tampoco. ¿Qué sigue? ¡Claro!, también hay que mermar al toro por dentro: hay que quitarle bravura. Y empezaron los alquimistas modernos a echarle agua al vino, fueron rebajando la bravura en diferentes ganaderías, hasta hacer un animal que fuera más dócil, pero la docilidad se fue diluyendo, el vino se les pasó de agua; hasta que llegaron a un punto en a los toros parecen tener sangre de atole. El problema es que al matador en retiro Javier Bernaldo ya también el atole se le pasó de agua. Este nuevo “encaste” tiene como características la sosería, la bobería, el aburrimiento… Total, la disfunción bravía no sirve para emocionar y fue lo mandó Bernaldo de Quirós a la plaza México, media docena de toros que decepcionaron a la gente que hizo una buena entrada, los bichos lejos de emocionar, aburrieron y desesperaron al público. Crónica de un petardo anunciado, puede titularse cualquier comentario que se haga del ganado de Bernaldo de Quirós. Sucede que sin ser adivinos, todo mundo sabía que así iban a salir los toretes, porque Javier Bernaldo está fabricando este nuevo encaste para toreros como Castella, quienes exigen a las empresas mexicanas reses sin bravura para exponer menos. Como esos toros son exigidos, entonces los ganaderos los cobran a muy buen dinero, lo que me hace suponer que los pitos que se llevaron los seis toretes cuando fueron arrastrados, no causaron ninguna huella en el propietario. De la suerte de varas mejor ni hablamos. Es que o hubo puyazos, sólo simulacros. Una característica más del encierro del domingo fue la ausencia de morrillos, los toros estaban casi planos del lomo. Para que los animales den el peso que se exige en las diferentes plazas de toros, los ganaderos engordan el ganado cuando faltan uno o dos meses para la corrida. La consecuencia es que son toros obesos, unas pelotitas, toros cebados. Obviamente, después de cualquier esfuerzo demuestran debilidad doblando las manos, cayéndose. ¿Quién gana con un encierro como el que se lidió en la tercera corrida del serial capitalino? ¡Nadie!, todos pierden. Castella ni suda ni se acongoja, da la impresión de carecer de vergüenza torera, cobra sus buenos euros y se regresa a la campaña europea. En el fondo no es tan culpable. Él pide eso, si se lo conceden, no es culpa suya. Además, el toro descastado no empezó porque Castella lo pidiera, ya desde los años setenta se empezaba en México a diluir la bravura, lo que sucede es que degeneró, se les pasó la mano y ya no pudieron controlarlo, la sangre brava se les convirtió en atole y ahora, hasta el atole se les pasó de agua. |