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¿Qué debe y qué no debe creer el mexicano?

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AQUILES CÓRDOVA MORÁN Hace pocos días, el rector de la UNAM salió a los medios para afirmar que el presupuesto de la institución que él encabeza, la más grande e importante de México y una de las más destacadas en América Latina, no sufrirá ningún recorte en su presupuesto que pueda poner en riesgo, o al menos hacer menos eficiente el desempeño de las funciones inma­nentes a esa universidad, orgullo de los mexi­canos. Pero, aunque no creo que haya sido ese el propósito del señor rector, el hecho es que la opinión pública dedujo de su mensaje que tampoco había nada que temer respecto a la educación nacional en su integridad, esto es, que el presupuesto destinado a la edu­cación de los jóvenes de nuestro país tam­poco sufriría ninguna merma, por lo menos no una merma significativa. Más recientemente, sin embargo, pudi­mos escuchar el discurso del nuevo secretar­io de Educación Pública en el que asegura­ba, tanto a su auditorio inmediato como a la opinión pública en general, que esto no será así. Palabras más o menos, el señor secre­tario dijo que no estaba allí (en el evento en que hacía uso de la palabra) para engañar a nadie; que todo mundo está enterado de lo ocurrido con el precio del petróleo (que se desplomó desde los más de 100 dólares por barril a los actuales 38 o 40 en que se coti­za hoy, aclaro yo, ACM) y también de lo que semejante caída significa para las finanzas del gobierno. Por lo tanto, es inocultable que el gasto gubernamental deberá recortarse en medida considerable y que eso tendrá reper­cusiones en los recursos disponibles para la educación. La situación se avizora difícil para el próximo año fiscal, subrayó el señor secretario, y eso deben tomarlo en cuenta todos los involucrados en la tarea educati­va para aprestarse a seguir trabajando con el mismo empeño y calidad adaptándose lo mejor posible a las nuevas condiciones. De todos modos aseguró que eso no quiere decir que el gobierno actual renuncie anticipadamente a desarrollar su mejor esfuerzo para que la educación nacional siga siendo, en cantidad y calidad, lo que la nación necesi­ta y demanda. También hemos tenido la oportunidad de ver y oír, en un influyente noticiario noctur­no de la televisión, al titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público asegurando que, aunque la recaudación del gobierno evi­dentemente ha sufrido un duro golpe con la caída de los precios del petróleo, gracias a la cobertura contratada con toda oportuni­dad para protegernos de esa eventualidad así como el manejo responsable de nuestra economía ordenado por el señor Presidente, el gasto social del gobierno, ese que en algún modo y manera tiene que ver con el biene­star de las grandes mayorías de menores ingresos, no sufrirá recortes que impacten negativamente sobre su debilitada economía familiar. Aseguró el secretario que esta vez no serán los más pobres los que paguen los platos rotos como ha ocurrido siempre, sino que será el gobierno quien tenga que apretarse el cin­turón y esforzarse al máximo para hacer más con menos. Cómo y en qué rubros se limitará el gobi­erno, de modo que no se dañe con esa política de austeridad a los que menos ingresos reciben, algo que a simple vista parece sumamente difícil sino imposible, se torna aún más problemático ante la falta de claridad y precisión de las autoridades, lo que siembra mucha duda en la gente. Finalmente (y sólo por no hablar de asuntos escabrosos y de difícil esclarecimiento que tam­bién fomentan la incredulidad general, como el caso de los normalistas o la fuga de El Chapo) también se escucha con frecuencia el discurso de que los niveles de la inversión extranjera en el país son de los mejores de América Latina; que las exportaciones de productos de alta tec­nología, como los automóviles, nos colocan entre las economías emergentes con mejor desempeño en el mundo y que todo esto ocurre gracias a la confianza que México y su gobierno han sabido proyectar al mundo a pesar de problemas inter­nos innegables como la violencia, la inseguridad y una cierta inestabilidad política derivada de esos y otros fenómenos que afectan a las may­orías. Todo esto, sumado al crecimiento de la economía que, aunque moderado, es una real­idad indiscutible, debe leerse, se insiste, como evidencia del éxito del modelo de desarrollo vigente y como base firme en que debe susten­tarse nuestra confianza de que vamos por buen camino y pronto saldremos del atasco en que nos debatimos. En conclusión, los signos vitales del país son alentadores, la economía marcha acept­ablemente bien y no hay razón para preocuparse en exceso. Los mexicanos debemos ver el futu­ro con optimismo. Una rápida mirada y un recuento superficial de las opiniones e ideas en circulación que, hoy por hoy, se ocupan de los problemas torales del desarrollo y de la gobernabilidad del país, como el que aquí acabamos de intentar, nos permiten descubrir, aun sin proponérnoslo, algunas con­tradicciones más o menos evidentes entre ellas que, bien entendidas, nos colocan ante una difícil disyuntiva: ¿qué es lo que debemos creer y qué es lo que debemos desechar, por deleznable y falto de sustentación, sea lógica, fáctica o ambas al mismo tiempo? El señor rector de la UNAM tuvo que negar los recortes al presupuesto de esa institución a su cargo, obligado por una noticia que circuló con anterioridad en algunos medi­os y en la que se decía exactamente lo contrario. En esa nota se precisaba la fuente originaria y se manejaban cifras exactas sobre el monto de los recortes, razón por la cual no parecía ser hija del sensacionalismo de algún reportero de pocos escrúpulos. Esta divergencia nos obliga a pre­guntar: ¿quién tiene la razón? ¿Quién mintió y por qué? Parece obvio que a quien debemos creer es al señor rector. Pero entonces, surge la duda (y la inconformidad): si es verdad, como aseguró el Sec­retario del ramo, que a la Secretaría de Educación Pública sí se le recortará el presupuesto, ¿por qué ese trato diferenciado? ¿Es que acaso la educación que imparte la UNAM es más importante que todo el resto de la educación del país? ¿O es que están operando aquí otros factores e intereses políticos distintos a los meramente académicos? Pero en otro sentido, quizá más relevante, se ve contradicción entre lo dicho por el secretario de la SEP y el discurso de Hacienda y de todos quienes han abordado la problemática económi­ca de nuestros días. En efecto, si no hay recorte al gasto social porque es al gobierno a quien toca “apretarse el cinturón”, ¿para qué el cas­tigo al presupuesto educativo? ¿No es este aca­so un gasto social? Por otro lado, si el salvav­idas milagroso de la inversión extranjera y la exitosa exportación de automóviles son señales inequívocas de que vamos bien y de que pronto estaremos mejor, ¿a qué vienen las quejas sobre la caída del petróleo y sobre el futuro incierto de la economía para el 2016? ¿Es que esos sonados logros no deberían hacernos sentir confiados en la próxima y segura despetrolización de nuestra economía y, por tanto, de las propias finanzas del gobierno? ¿No es eso, acaso, lo que afirma el credo económico en boga? Hoy es lugar común señalar la falta de credibil­idad del pueblo llano respecto a todo lo que proven­ga del gobierno y también la urgencia de recuper­ar esa confianza, sin la cual la gobernabilidad del país se hace asaz problemática. Por eso me interro­go: ¿es con afirmaciones anestésicas que se dan de bofetadas con la realidad, con diagnósticos débilmente sustentados y contradictorios y con el reit­erado incumplimiento de los compromisos asu­midos con los intereses populares como puede recuperarse la confianza popular? E insisto en lo que he dicho antes: a un pueblo empobrecido y desesperado es mejor hablarle claro; mostrarle la verdad completa y descarnada por dura que sea; tratarlo como adulto y no como a niño de pecho al que cualquier cosa entretiene. Creo que sería sano recordar y poner en práctica la frase célebre que Amado Nervo colocó al inicio de uno de sus libros de versos: “Si de algo sirve la sinceridad, que ella sea mi escudo”.

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