Sin duda estamos mejor solos (Primera parte)

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Federico VITE


Junio 20, 2017

Primera Parte | Segunda Parte

Los libros de cuentos como Nadie desaparece del todo, de Lázaro Covadlo (Galaxia Gutenberg, España, 2014, 280 páginas), realmente sirven para replantear los rumbos de la narrativa actual en castellano. Porque Covadlo comprende que no sólo se trata de armar disparates en una cajita, que es el texto, donde el autor marca a la perfección las dos fuerzas que chocan en una historia, afina el desenlace y sorprende al final de la historia No se trata únicamente de eso, aunque este aspecto sea importante. Aparte de cuestiones técnicas; todo autor busca desesperadamente darle forma, texturas y movimiento al universo personal. Plasticidad al eco de otras voces, a las influencias que van marcando el capital simbólico de un autor.

Covadlo, latinoamericano residente en España desde hace cuarenta años, deja ver sus obsesiones creativas en este libro. Sigue una fórmula que podría considerarse abusiva para un lector que apenas se asoma al trabajo de este narrador, quien propone una revisión de la infancia y un poderoso sondeo de los caprichos masculinos.

El autor revela un esquema en el que todos los cuentos, para bien o para mal, culminan de manera casi idéntica estructuralmente. Es decir, en las tramas de estos relatos siempre hay alguien con una pulsión oscura que termina siendo devorado por sus ambiciones, ya sean carnales, monetarias o simplemente caprichosas.

Presenciamos un desfile de personajes que comienza a fastidiar al lector porque hay, más que una variación del mismo tema, una insistencia en el esquema creativo que inevitablemente hace pensar en la palabra repetición.

Claro, hay cuentos enormes en este libro; por ejemplo, Llovían cuerpos desnudos, Mucho cuero, Nadie desaparece del todo y Honor al buen servicio, textos en los que el autor condensa y consuma el arquetipo narrativo: un protagonista masculino que termina siendo devorado por la oscuridad que lo consume y lo consiente con ciertos caprichos terrenales.

Son cuentos que demuestran el gran oficio literario del autor. No sólo en cuestiones técnicas hay solvencia, sino en la precisión para abordar sus temas, los que hacen y construyen el universo personal de Covadlo.

Justo por esta aseveración, es que el lector se pregunta: ¿por qué todos los cuentos se parecen? Prácticamente, el 80 por ciento de los textos poseen el mismo entramado que desemboca en la espiral descendente, trazada para generar un golpe sentimental en el lector.

Los motivos ciegos de los personajes, y la extraña forma de su epifanía, se subliman en el hundimiento. Caen, no siempre por acciones verosímiles, pero de alguna manera, la puesta en escena (progresión dramática) avanza. El suspenso empieza a volverse una goma mascar y, de alguna manera, el lector termina sonriendo, aunque los personajes sufran una catástrofe.

El humor es el sello más atractivo de Covadlo. Trabaja la carcajada como un mecanismo en servicio del escarnio. Son hombres rudos, relacionados con el crimen, la literatura y, en menor medida, con Friedrich Nietzsche. Pero la noción transgresora es una pulsión constante en la obra del argentino.

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