La circunstancia metropolitana

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La red internacional demetrópolis configura los circuitos integrados de la era global. De ahí que los países con intensos procesos metropolitanos estén mejor conectados con el mundo de las finanzas, la cultura, el cosmopolitismo de la vida mundana, pero también con el universalismo de la cultura. Cualquier índice de desarrollo, sea humano, urbano o ambiental, las ubica en cierto sentido en la vanguardia territorial. Habitar la metrópoli implica estar instalado en el mejor ámbito de las oportunidades, de ahí su fuerza de atracción gravitatoria.

El sistema metropolitano nacional representaría así la cúspide que puede alcanzar el desarrollo humano. Las oportunidades están ahí, latentes, aun cuando con frecuencia se pierden, pues muy pocos gobiernos locales muestran vocación para diseñar políticas metropolitanas, cuyos instrumentos orienten las acciones públicas y privadas con visión de futuro.

En esta materia, el pensamiento urbano dominante es, pese a todo, cortoplacista. Su empirismo radical ve con horror ajustarse a una visión de largo plazo, que supone instalada en el mundo de la utopía, no en el aquí y ahora. Nada más aberrante: la visión metropolitana vale lo que vale, porque reorienta el presente; al corregirlo, le da perspectiva; al arreglar el territorio, le da sentido humano.

Por ser parte de una red dinámica y digital, las metrópolis no son sitios tranquilos. Están en ebullición tectónica. Revolucionan el mundo, en sus aspectos de vida cotidiana, local, regional y nacional.

Pertenecer al mundo metropolitano no es una elección. Es una circunstancia que está antes de nosotros, ante nosotros y nos rebasa; vale decir: nos sobre determina y trasciende. El horizonte inminente que ofrecen las metrópolis es la megalópolis: la constelación de metrópolis. Pero como dijera el célebre Ortega y Gasset ?creador del concepto "yo soy yo y mi circunstancia"?: el sujeto no es ente pasivo, interactúa con ella; por ventura, la realidad vital es interacción entre objeto y sujeto. Visto así, la circunstancia metropolitana no puede paralizarnos; por el contrario, nos alienta a mejorar los entornos vecinales, fortalecer la vida barrial, la movilidad de recorridos cortos, la habitabilidad. Las políticas metropolitanas modifican las circunstancias al promover la coordinación intermunicipal y la concurrencia gubernativa. La postrera década del siglo XX funge como de toma de conciencia del advenimiento del proceso metropolitano nacional. Al iniciar este siglo ya hubo afán federal de tratarla como política pública. Hoy, las políticas metropolitanas locales pueden cambiar las circunstancias para generar bienestar.

Conceptualmente, no puede haber acción metropolitana sin ideas metropolitanas, sin visión metropolitana no hay política urbana que valga…Nuestra historia urbana enseña que muchas acciones públicas aplicadas en el territorio angelopolitano contradicen este elemental postulado, exceptuando la fundación de Puebla como acto civilizatorio iluminado de humanismo.

La planeación urbana en respuesta a los problemas sociales urbanos ha sido incompleta o reactiva y, por ende, rebasada por la realidad como presente inmediatista: desde los sesenta del siglo XX ?al inicio del proceso metropolitano, cuando pudo anticiparse un proyecto de ciudad?, se quedó corta de miras, mezquina en su visión, planteamiento y en sus resultados sociales, ya no digamos ecológicos o de inclusión social, sino de funcionamiento pragmático. Fue vástago de la prisa, dictada por el efecto de demostración de la modernidad y el ansia de quemar etapas. Resultado: desorden urbano y pobreza multidimensional donde debió haber desarrollo humano. Sí, ahí, justo en el entorno del corredor industrial, cuya autopista ligó regiones, pero fracturó el espacio inmediato y generó segregación social, cuya impronta es un enigma que la planeación urbana no se atrevió, ni se anima a resolver.

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