Oportunidades metropolitanas perdidas

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La producción industrial y el comercio a larga distancia han sido consistentes factores para el desarrollo de las metrópolis del centro de México, altiplano de grandes valles donde se concentra la mayoría de las ciudades millonarias, cuyo crecimiento casi siempre ocurre desbordando los límites municipales.

Literalmente, a los municipios vecinos de la ciudad central la conurbación les entra sin pedir permiso por la puerta trasera y sin instrumentos mínimos para imprimirle orden y concierto. Así, las conurbaciones resultan ser verdaderas invasiones de intereses ajenos a las sociedades de origen, en detrimento del hábitat y las formas de vida comunitarias: sus formas barriales.

Aquella urbanización explosiva avanza de fuera para dentro hasta que alcanza la cabecera del municipio periurbano y lo motiva a regular los usos de suelo. Cuando eso sucede las cartas están echadas. Ejemplo de este "desarrollo desde afuera" es San Andrés Cholula. Antes, pueblo tranquilo, apacible, agradable en lo que a la vida agraria y bucólica se refiere. No conocía, es cierto, la riqueza urbana ostentosa de sus micro-rascacielos ?ni falta le hacía?, pero tampoco conocía la pobreza rural. Con áreas irrigadas, agua en abundancia para las comunidades autóctonas, suficiencia alimentaria para sus pobladores y sus excedentes: leche, maíz y legumbres; su cuenca lechera y sus campos de alfalfa y de flores (recuérdese que su patrimonio cultural religioso no expresa tormento, sino alegría de vivir). Hoy, todo eso reducido a menos de una tercera parte de su patrimonio territorial. O de modo más cruel: San Andrés es la reserva urbana más activa y cotizada para los asentamientos de la clase media metropolitana. Por el mismo camino va San Pedro, aunque cierta conciencia ciudadana opone diques al actuar impune de la especulación o el autoritarismo.

La urbanización cuando proviene del crecimiento natural o social moderado es rítmica, favorece el desarrollo humano, la calidad del hábitat natural y su disfrute. Pero cuando a estos territorios se les impone como paradigma de la modernidad el interés inmobiliario galopante, lo que fue orgullo se empieza a asumir como vergüenza.

La urbanización a ultranza aparece como amenaza siniestra que arrasa un modo de vida cultural. ¿Ejemplos? Angelópolis y su efecto. Pero, ¿acaso no fueron estos mega-proyectos necesarios para dar aliento a la vida metropolitana de Puebla? Lo fueron. Lo son. Pero ni un urbanista, ni un político de talante, pueden ver a la ciudad con mentalidad inmobiliaria, ni enmascarar un proyecto metropolitano como un programa subregional. Dado que ambos oficios aspiran a fines más amplios: mostrar grandes miras y lograr que las cosas urbanas puedan ser más distributivas e incluyentes, hacerse mejor. Pero no. Visto en retrospectiva, los promotores de Angelópolis no miraban de la ciudad metropolitana, sino la oportunidad gremial de realizar proyectos inmobiliarios como producción en serie. Aunque sabían que por la escala se trataba de acciones metropolitanas, lo demás ?el diluvio por venir?, no era al cabo su problema (a ver cómo se las arreglaban San Andrés Cholula y Cuautlancingo, amparados en el 115 constitucional; o sea: el que se queme que se sople).

¿Más? Es evidente que las reservas separadas de Atlixcayotl-Quetzalcóatl se planearon dentro de sus poligonales con criterios convencionales de urbanismo y como islas, para lo cual se dosificaron densidades y se asignaron usos y destinos (alterados luego). Más obtusa fue la indiferencia al caos en sus alrededores, detonado por la fuerza especulativa de la acción inmobiliaria, perdiéndosela oportunidad institucional para generar desarrollo sustentable e incluyente, en vez de crecimiento desigual y combinado.

Suele decirse, evocando a Hegel, que todo lo real es racional. ¡No creo! Gran parte de nuestra realidad metropolitana es reflejo de oportunidades perdidas.

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