Lunes 04 de Junio de 2018

A la definición de ciudad, metrópoli o no, se le puede aplicar el aforismo de San Agustín respecto del tiempo: si nadie me lo pregunta lo sé, si alguien me pregunta, no lo sé.

Todos sabemos qué es una ciudad si nadie lo pregunta, empero, hasta los urbanistas tienen dificultad para definirla. Y es que en ello hay un escollo: el concepto de ciudades plural y no unitario; confuso en su complejidad, su realidad cotidiana.

Marx observó que el dinero tenía diferentes funciones, y, por ende, definiciones. Para aclararlo se tardó algunos años y al cabo lo desarrolló hasta encontrar su función en relación con el capital. Para los historiadores urbanos, la ciudad es una cristalización de realización humana; para los economistas, la ciudad es un territorio en que se congrega con cierto orden el mercado y la producción, la cual es una poderosa fuerza productiva, como nos dice el urbanólogo Gustavo Garza, mi querido maestro; para el sociólogo urbano, la ciudad es por antonomasia el espacio del conflicto social que no alcanza a procesar sus contradicciones del todo. La gente común no se complica la vida, vive la ciudad como su espacio de experiencia cotidiana. Es su condición de existencia, su pertenencia al mundo, a la vida.

Los urbanistas que hacen de la ciudad su objeto de reflexión se encuentran al cabo con que la idea de ciudad se les va de las manos porque es un concepto polisémico.

Dentro de las corrientes urbanísticas hay tendencias pragmáticas para las cuales la ciudad es una realidad empírica de la cual no cabe cuestionar su existencia, sólo su presencia. La teoría nada le agrega ni le resta. Es inocua.

La ciudad es un complejo de problemas con algunas soluciones claves a la espera. Los teóricos no pueden compartir tan obtusa idea y responden que para resolver problemas urbanos primero cabe verla como totalidad; de ahí sus mentados modelos holísticos, a contrapelo también de los hechos urbanos significativos. Otros, miran a la urbanística como interdisciplina en las fronteras del conocimiento. Entre quienes la miran como organismo o como una potente maquinaria, jamás la pueden tratar como proceso significante: como una obra de arte. Justamente, la ciudad como obra de arte es la tesis de Aldo Rossi.

Es muy curioso que la obsesión cientificista, en los escritos de Rossi, concluya con la ciudad como obra de arte colectiva, tallada por el tiempo. Según él es falso que la ciudad pueda ser definida básicamente por sus funciones, simplemente porque las funciones urbanas cambian con el tiempo y, además, necesitan de referentes previos de la forma y estructura de la ciudad. Eso es lo decisivo: los referentes ?llamados hechos urbanos? inyectan sentido de pertenencia y orientación. No las funciones productivas o distributivas, sino los hitos de la ciudad actuando como hechos urbanos estructurantes del espacio y quehacer urbano.

¡Oh, Fortuna! Nos encontramos a un arquitecto urbanista de talante expresándose a través de un enfoque semiológico o semiótico, obsequiándonos un concepto de ciudad, visto desde la mente de un hacedor de sueños, hablando al mundo de la arquitectura de la ciudad como selección evolutiva de hechos cuyos ensambles históricos hacen sentido de identidad. Un socialista antidogmático.

La ciudad como construcción colectiva se afirma y deconstruye. Un espacio dialéctico de vida y renovación urbana. Lo que perdura en el tiempo largo hace ciudad como obra de arte. Los grandes artefactos modernos funcionalistas nos deben la prueba del tiempo, pues nada envejece tan rápido como la modernidad.

Aldo Rossi, Ludovico Quarone ?su maestro?, Bruno Zevi, Leonardo Benévolo, Campos Venutti y otros célebres urbanistas y teóricos arquitectónicos desbordaron sus saberes en el mundo. Barcelona los conoció y los difundió. La Unesco entendió el mensaje y lo universalizó.

En urbanística, desde mediados del siglo XX, la luz vino de Italia.

 

* Consultor y planificador en desarrollo urbano

miguel.gutierrez@hablemosdemetropolis.com