Algunas reflexiones sobre la Nueva Agenda Urbana

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Hablando de la Nueva Agenda Urbana de Hábitat IIII se tiene la impresión de que se entra a un mundo cuya propiedad es atar y desatar entuertos.

El mundo por atar es el de las malas prácticas del urbanismo; o es mejor decir, el de las políticas urbanas persistentemente mudas ante el derroche inmobiliario de los bienes del desarrollo y de su acción masiva para hacer reventar las estructuras urbanas, de cuyo estado de salud pende el prestigio de su negocio.

El mundo por desatar es el de las iniciativas locales para evitar tal derroche, en el afán de ocupar la fuerza del "capital inmobiliario" hacia un objetivo de valor público, asociado por supuesto con el mayor bienestar para el mayor número de ciudadanos.

Hay algo de intención profunda en esto, y también de doctrinario por pertenecer al mundo del deber ser. De ahí su tono de didáctica social, a veces sacerdotal. Pues si bien la Nueva Agenda Urbana recoge aspiraciones, corrige y ajusta los puntos de la agenda de Hábitat II de Estambul y la perfila al horizonte de 2030, resalta las ciudades y la cultura, defiende el patrimonio ambiental y pondera la cultura (hoy cuarto pilar de toda su narrativa), también nos deja en suspenso.

Vale decir que siendo importantes los temas que propone, no hay que pensar que es ahí y así como nacen al público los problemas urbanos. Mejor es entender que lo que dicha agenda atiende es la necesidad de generar conciencia mundial basada en una nueva racionalidad, cuyo presente procesa el sentido de futuro. En ese sentido, es necesario reconocer la pertinencia de la discusión que la antecede y que no se reduce al contenido que la agenda presenta, ni mucho menos vale considerar que la propuesta de la agenda permita soslayar la realidad concreta de cada territorio.

No basta con admirar "la protección del patrimonio histórico", si en vez de ponerlo en valor público y potenciarlo como tal, lo ponemos en valor de cambio, pensando en un turismo mediático y adverso a la vida barrial, justo la única y mejor práctica de hacer ciudad y ejercer el derecho a la misma.

Sin duda, una ciudad de iletrados o superpoblada por quienes saben leer y escribir, pero que no lo hacen mas allá de una utilidad inmediata o pecuniaria, de poco o de nada reivindica una defensa del patrimonio histórico. Tampoco la industria cultural ?amparada en los medios de comunicación masiva, y en el valor de cambio que promete? está en condiciones de dictar línea. No es cultura lo que aliena, lo que mantiene como fondo el agravio a la dignidad del hombre.

No basta con decir: tenemos en Puebla más de 200 universidades, eso no nos convierte en automático en una ciudad educativa o en una sociedad de conocimiento, menos si las bibliotecas públicas se despueblan y ya no son lo que fueron por falta de decisiones y de su impulso convincente. Duele el alma ver que las viejas librerías, que eran orgullo de la Angelópolis, sean ahora micro-negocios que cada año están más reducidos, cuando no han desaparecido del Centro Histórico. ¿Y cómo justificamos que ya no seamos lectores asiduos de novela, que el teatro universitario nos sea extraño, que las tiendas de música se las vean negras, que los espacios de encuentro cultural desaparezcan o se vuelvan cotos cerrados, que sólo a través de múltiples filtros se pueda entrar a las bibliotecas de universidades públicas y privadas, que pintores y escultores jóvenes carezcan de espacio público donde expresarse, o que dichos espacios queden vacíos por falta de expresividad artística?

Luego entonces, no basta con que la Nueva Agenda Urbana llame la atención sobre temas de resiliencia urbana, inclusión y derecho a la ciudad o a la cultura, eso ya se discute mucho antes. Su verdadero valor es más profundo: hacernos pensar y actuar en generar las condiciones públicas para que ello suceda, en hacerlo en nuestra ciudad y también en dimensión planetaria.

miguel.gutié[email protected]

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