El oscuro objeto del deseo urbanístico

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Cuando allá por los años sesenta del siglo XX el espíritu constructivo del mundo tenía plena confianza en lo que vendría y la promesa del desarrollo parecía estar al alcance de la mano; cuando México crecía a fabulosas tasas promedio anuales de más de 6 por ciento; cuando el Milagro Mexicano se estudiaba por doquier; cuando el partido único se daba el lujo de abrir el juego de la representación proporcional a sus oponentes azules sólo para humillarlos políticamente con el mayoriteo; cuando la poderosa CTM no temía perder su fuerza; cuando las fuerzas vivas del país vivían a su manera su revolución permanente con la ilusión de la alianza nacional-popular que los representaba, los consentía en épocas preelectorales y simulaba velar por sus intereses; en ese cuando, en esa época era cuando los únicos que medio estudiaban ciudades eran los alumnos de la Escuela de Arquitectura.

Entonces, el libro base ?casi de texto y contexto? era el de García Ramos y la única teoría de la arquitectura era la de Villagrán García. También había dos libros preciosos de urbanismo: el Gallion y el célebre Espacio, tiempo y arquitectura de SigfriedGiedion. Si por curiosidad queríamos saber más, ahí estaban Bruno Zevi y Leonardo Benévolo. Así, con semejantes autores, nuestro optimismo por el desarrollo de las ciudades era unánime.

Derechistas, izquierdistas y tibios, todos compartíamos una idea de ciudad como posibilidad de una vida armónica. Veíamos con terror el caos y nos apresurábamos con nuestros ejercicios académicos a que los proyectos urbanos lo pusieran fuera de lugar. Cuando en cuarto de carrera teníamos que tratar con el plano regulador nos enfrentábamos al problema completo de la ciudad. Los catedráticos Víctor Manuel Terán, Aguirre Terán y célebres maestros del Politécnico que vinieron desde el 61 a reforzar la carrera nos llenaron de ideas de transformación urbana.

Los primeros ejercicios de plano regulador se expusieron ante el Ayuntamiento allá entre 1967 y 1969. Debieron destacar entre ellos, Eduardo Gutiérrez Reyes, Antonio Terán, Benito Campos, Sergio Barrera, Francisco Merino e Ignacio Acevedo.

En los sesenta el ejercicio académico básico era proyectar supermanzanas que se podían sembrar por cualquier dirección de la ciudad. Se elaboraba el programa o lo imponía el maestro; no había solución habitacional que no contara con centro de barrio o vecinal. Los proyectos urbanos siempre fueron realizados en grupos. Benito Campos, hermano de Marcial, siendo estudiante propuso un bosquejo urbano que adquirió realidad en Ciudad Universitaria, al menos aquella fue su leyenda urbana, proyecto que por cierto nunca me gustó. Pero eso aquí es lo de menos, lo importante fue que desde aquellos años el pensamiento urbanístico de Puebla emergió.

Ahora, detengámonos en los setenta. En sus albores se formó un taller de Urbanismo comandado por el arquitecto Funes, que realizó un diagnóstico de la ciudad. Fue un proyecto colectivo de tesis profesional. Antecesor de los talleres de urbanismo instaurados lustros después. Y luego…, ¿qué pasó allí? ¿Por qué aquella juventud inquieta, de pensar altruista, que en verdad estudiaba Urbanismo, y luego lo enseñó o gestionó, no alcanzó a plasmar para su ciudad un proyecto en toda forma?

En efecto, en 1981 cuando se realizó el Plan Director, ya con carácter oficial de ordenamiento urbano, muchas de las anteriores ideas se habían diluido, siendo que a partir de entonces empiezan las verdaderas intenciones metropolitanas a escala gigantesca: dar más infraestructura y mejor a quienes mejor dotados estuvieran. Vale decir que, en vez de un efecto de redistribución del ingreso inducido por obra pública, se obtuvo un efecto regresivo y agresivo en nombre de la revolución institucionalizada.

Oscuro objeto del deseo inmobiliario. ¡Oh Fortuna!

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