Viernes 31 de Agosto de 2018 |
Cansado y en pie de lucha, me he llenado de actividades para omitir el pensamiento. Antes de escribir esta columna, un amigo cuestionó mi comportamiento al acercarse el fin de semana y convivir con la ausencia de tareas que invariablemente se presenta. Cuando la reflexión llama a nuestra puerta, se vislumbra a la vida sentada sobre la mesa y en espera de respuestas. Indagó, además, en el placer que me produce la música del cantautor canadiense Leonard Cohen (1934 - 2016) y en forma de aforismo sentenció: "Cohen representa dos cosas para ti: amor y soledad. Y al acercarse los días de asueto, su ritmo te acompaña". Está de más decir que, su amistad, me ha acompañado por más tiempo que mi memoria y le pertenecerá a los retratos regados sobre mi tumba. ¿Quién es el hombre de voz ronca que toca mis fibras sensibles y falleció en 2016? Leonard Cohen, proviene de una familia judía originaria de Europa que había migrado a Montreal en recientes generaciones. A corta edad, Cohen sucumbió a la tristeza tras la muerte de su padre. Ese día, la poesía se apoderó de su alma y en un trozo de papel que había recogido en su casa silenciosa, atisbo los primeros trazos de su ser, plasmando en él, un sentimiento de impotencia y tristeza ante la orfandad. La corbata que llevaba puesta su padre el día del deceso, fue enterrada por Leonard en un parque cercano, acompañado de la nota y las lágrimas del infante. Años más tarde, en época de movimientos sociales alrededor del mundo, Bob Dylan, captó la atención de los desencantados, principalmente de sectores populares estadounidenses. Cohen, de familia acomodada, tuvo un ojo más agudo. Logró detectar la miseria y el vacío de las clases medias y altas de la sociedad occidental. Renunció a que su poesía se consumará en la academia y rechazo varios trabajos en medios culturales de prestigio. Sabía que su obra, moriría adaptándola a lo existente. Y se embarcó en un viaje introspectivo a las islas Hydra en Grecia, donde conoció a Marianne. El resto es historia. Uno de los acontecimientos que marcaron la última década de vida de Leonard, lo protagonizó el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (2011), donde un discurso emotivo, confesó su agradecimiento con España. Gran parte de sus acordes, se los debía a un guitarrista de flamenco español que, por obra de la casualidad, conoció durante una semana y lo contrató para darle clases de guitarra. En unos días, Leonard había dominado con dedicación los movimientos previamente mostrados; un día, sin explicación alguna, su tutor no acude a la clase. Y más tarde, al comunicarse al departamento donde vivía, le confiesan que sin razón aparente, se había colgado del techo. Cohen, nunca conoció los motivos del guitarrista, para haber migrado a Norteamérica y las razones para que, repentinamente, se haya despojado de la vida. Quizá, estos encuentros casuales que el destino nos proporciona son los que definen la existencia de un hombre y los que logran sensibilizar las almas nómadas. La humildad acompaño a Leonard en cada uno de sus encuentros en el escenario. Y, a través de sus canciones, nos confesó el futuro de los encuentros amorosos. Probablemente en unos años, los escritores abandonen los libros y en el cetro de la soledad, se confiesen ante el público expectante. A mis lectores, les deseo un reparador fin de semana y que la casualidad de una llamada inesperada transforme su silencio.
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