Agustín de Iturbide. La consolidación de la independencia bajo un esquema monárquico constitucional
Durante septiembre, los mexicanos celebramos el mes patrio. Comúnmente nos enfocamos en los días 15 y 16
Silvia Marcela Cano Moreno Profesor de cátedra del Tecnológico de Monterrey en Puebla Durante septiembre, los mexicanos celebramos el mes patrio. Comúnmente nos enfocamos en los días 15 y 16 cuando se conmemora el aniversario del inicio del movimiento de independencia, con el famoso grito que, por tradición hemos creído, exclamó el cura Miguel Hidalgo y Costilla en el pueblo de Dolores. Nada más alejado de lo que realmente sucedió y que, los trabajos de historiadores profesionales han dejado de manifiesto. No hubo grito, ni Hidalgo clamaba por independencia. Miguel Hidalgo, ciertamente levantó al pueblo en armas, el 16 de septiembre de 1810, en contra del mal gobierno de la Nueva España y a favor del rey Fernando VII, quien, para ese momento, se encontraba preso, por órdenes de Napoleón Bonaparte. Recordemos que Bonaparte, desde 1808, se había extendido a la península ibérica e impuesto a su hermano -José-, como gobernante de las vastas extensiones territoriales que, en ese entonces, conformaban al imperio español. Actualmente, los días 15 y 16 de septiembre, celebramos el inicio de una guerra civil que, después de 11 años concluyó con el establecimiento de México como nación independiente. Los eventos no sucedieron de la manera en cómo, tradicional y oficialmente, se han establecido. Percibimos al proceso desde una visión simplista, en escenarios donde aparecen héroes y villanos; en este caso, Hidalgo y Morelos siendo los héroes principales y los realistas e Agustín de Iturbide los villanos, debido a que justamente éstos últimos, se encontraban en el bando que combatía a la insurgencia. No obstante, desde la historia oficial, poco énfasis se la ha atribuido a la figura de Iturbide, aún cuando su participación en la última etapa de la guerra civil, fue definitiva para lograr conciliar a los bandos en disputa –realistas e insurgentes-, bajo un objetivo común: la consumación de la independencia. Iturbide redactó el Plan de Independencia de la América Septentrional en el que establecía el surgimiento de una nueva nación, bajo un esquema de gobierno monárquico constitucional encabezado, por el rey Fernando VII o bien, por algún miembro de la familia real de los Borbones. El Plan anunciaba a la religión católica como única, así como la unión de todas las clases sociales. A dicho documento lo conocemos como Plan de Iguala, ya que ahí fue proclamado el 24 de febrero de 1821. Las ideas establecidas en el Plan de Iguala, por intervención de Iturbide, fueron suscritas por Vicente Guerrero, uno de los últimos insurgentes en pie de guerra y así se estableció el acuerdo por la independencia. Lo que pasaría a continuación, es que gran parte de la población, cansada de 11 años de derramamientos de sangre, inestabilidad y arcas vacías, respaldó al Plan de Iguala que, finalmente, se concretó mediante la confirmación de la propuesta, por parte del recién llegado jefe político superior y capitán de la Nueva España, Juan O'Donojú, en los Tratados de Córdoba. Bajo los principios de Religión, Independencia y Unión, determinados en el Plan de Iguala, se conformaron las Tres Garantías sobre las cuales se sostendría el nuevo gobierno. El Ejército Trigarante, que surgía de dichas premisas, entró triunfante, encabezado por Agustín de Iturbide a la ciudad de México el 27 de septiembre de 1821. A continuación, Iturbide se desempeñó como presidente de la Junta Provisional Gubernativa que, surgió como entidad de transición hacia la consolidación de la figura del Imperio mexicano-proclamado el 28 de septiembre de 1821-, planteado ya en el Plan de Iguala y ratificado en los Tratados de Córdoba. Mientras se esperaba, desde Europa, la confirmación de quien se desempeñaría como cabeza del imperio mexicano, se instauró un Congreso encargado de redactar una constitución, propia de la nueva nación. En febrero de 1822 se conoció la noticia de que ningún miembro de la familia real aceptaría la corona mexicana, al tiempo que, las Cortes españolas desconocían los Tratados de Córdoba. Entonces, se presentó una disyuntiva para el esquema de gobierno: buscar una opción local para la corona o asumir un modelo republicano. Agustín de Iturbide quien gozaba de gran popularidad entre las masas, junto con algunos miembros del Congreso, fue considerado como la opción ideal para encabezar al imperio mexicano. Durante el mes de mayo de 1822, el batallón de Celaya y una turba gritando: ¡Viva Agustín I! afuera de la residencia de éste en la ciudad de México -el hoy llamado Palacio de Iturbide- pedían su próxima coronación. Atendiendo al clamor popular, Iturbide se presentó en el Congreso, quien lo ratificó y posteriormente, en una ceremonia en la Catedral de México, su presidente, lo coronó como emperador. El efímero imperio de Iturbide -julio de 1822 a marzo de 1823- en bancarrota y plagado de conflictos con el Congreso y con los jefes regionales que perseguían autonomía, sin duda, no pudo resolver las necesidades más apremiantes de la nueva nación; no obstante, en su figura recae también, la consolidación del gobierno que México conoció en su primer contacto con la vida independiente. Es importante, no perder de vista que más allá de la historia de bronce que destaca figuras maniqueas y mitificadas, la participación de Agustín de Iturbide fue fundamental para concretar un proyecto de conciliación de los bandos enfrentados bajo la idea de independencia que les era afín. Por lo anterior, al celebrar en este mes patrio, un aniversario más del inicio de la guerra de independencia, debemos recordar que el 27 de septiembre se conmemoran, 197 años desde que México conoció la vida, propiamente, independiente.
Fuentes consultadas: Arena lFenochio, Jaime del, Cronología de la independencia 1808-1821. México: SEP-INEHRM, 2011. |
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