Sábado 22 de Septiembre de 2018

Quien no se ha odiado un minuto a sí mismo frente al espejo, debería reconsiderar su lugar en el mundo. Empezaré por mí. Odio la ingenuidad que la vida no ha sido capaz de arrebatarme. Valoro el poder de los libros para contener nuestros impulsos y mostrarnos nuestra incapacidad para hacer el mal. Quizá, me castigo demasiado, soy muy duro conmigo y completamente flexible e inocente para juzgar a los demás.

La noche previa a escribir esta columna, tuve un sueño inquietante; sentí como si saliera de mi cuerpo y obtuviera la capacidad de observarme con ojos de extraño. El resultado fue satisfactorio. Por primera vez, en mucho tiempo, logré ser justo con mi persona y llegué a la conclusión de que he sido incapaz de valorar lo que he logrado a una edad medianamente razonable. Si bien es cierto, los éxitos no definen a una persona, al menos le proporcionan una cierta tranquilidad de que su existencia le hace un bien a la mayoría de las personas.

Así que, esta mañana frente al espejo, valoro la amabilidad, sentido del humor y empatía con la que suelo dirigirme hacia los demás a pesar de que muchos de ellos, los más cercanos, detectan en mi mirada los daños internos de un vidrio roto. Un compañero, hace unos días, mientras charlábamos al ritmo de la Ciudad de la Furia de Gustavo Cerati (1959 – 2014), mencionó que se unió al proyecto de una revista que tenemos en conjunto porque me considera un demente que llegará muy lejos. No sé si su comentario me halagó o me ofendió, por lo que, atisbe una sonrisa fingida y asentí con simpatía su comentario. Hoy te respondo, no sé quién soy pero estoy convencido de que soy un hombre privilegiado y quizá, si acudes a mis sueños, encuentres a un hombre que se piensa honrado. Lo único que deseo es no deberle nada al niño que fui, retribuirle a la literatura lo que hizo por mí y hacer el bien a las personas que me quieren. El hombre es un niño que ha aprendido a consolarse y hacer las paces frente al espejo.

No me importa ser un buen escritor, si soy un mal ser humano. No me importa publicar, si soy incapaz de convivir con mis semejantes. No me importa dominar la soledad, sin ser capaz de vencerla. Existen tres cosas que valen la pena: el amor, la literatura y respirar hasta el último aliento. Aunque quizá, me refiero a una sola. Probablemente, el lenguaje aún no logra encontrar una palabra para tres con el mismo significado. Lo más cercano en el intento es "vivir con dignidad".

El escritor norteamericano, recientemente fallecido, Philip Roth (1933 - 2018), decía que escribir te convierte en alguien que siempre se equivoca y que, la ilusión de que algún día puedes acertar es la perversidad que te hace seguir adelante". Su conclusión, quizá resulte algo pretenciosa; probablemente, la literatura es la respuesta a las cosas hermosas y dolorosas para nosotros, que pareciera, nadie más comprender.

La muerte o la perdida para un escritor son fulminantes porque es absoluta, no permite cuestionamientos ni reflexiones. El hombre de letras, sensible ante su efecto, vive de recuerdos y sentimientos que ofrenda en sus palabras, su mirada y sus besos, por lo que, serán sucesos que transcurrirán en cada uno de sus versos y su alma. Odiándolos y amándolos a la vez. Así que, hay que mantenernos fieles a las personas y personajes que nos enseñaron un poco de la vida cuando éramos jóvenes y no sabíamos de qué se trataba.

¿Qué es la literatura, sino el oxígeno que alimenta nuestras ganas de vivir?, ¿las personas cambian? Todos merecen una segunda oportunidad, nadie una segunda decepción.

¿Existe esperanza? Estoy convencido que cambiando la mentalidad en los centros educativos, lograremos avanzar como sociedad. La educación debe ser el núcleo de cambio y transformación del ciudadano.

Me disculpo con el lector por estos párrafos sobre mi persona que a nadie incumben. Sin embargo, a todo joven, le recomiendo tomar nota. Probablemente el futuro de los escritores está en la lectura de discursos y manifestos políticos.