La actual reconversión del territorio poblano

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La peculiar delimitación geográfica del Estado de Puebla resultó de sus transformaciones históricas en tránsito a la vida republicana, sobre todo de la República Restaurada, siendo desde ahí cuando adquirió su configuración actual. En contraparte, ello selló la desarticulación regional entre la Sierra Norte y San Juan de los Llanos, impidiendo otras formas de acceso directo.

En la angostura territorial aquella, la esterilidad de la tierra colindante con el lago El Salado determinó la suerte de la vida agrícola paupérrima y la falta de poblados rurales y la pobreza rural en el Municipio de Tepeyehualco. Para nada agricultura extensiva o intensiva en una extensión territorial por lo menos de 20 kilómetros.

Dicha desarticulación funcional interna entre las regiones de la sierra y sus territorios extensos de la planicie involucró las urbes que se ubican en el extremo occidental del altiplano poblano. De modo que la distancia a los centros de demanda y de proveedores de servicios también operó como obstáculo, generándose indiferencia, desigualdad, abandono y, al cabo, pérdida de oportunidades para el desarrollo.

Cuando vemos y lamentamos que la porción meridional de la Sierra Norte no nos muestre los bosques que esperábamos encontrar, no podemos hacer responsables a los pueblos y ciudades serranas, sino a la política anterior y presente, misma que desde los albores del siglo XX los tomó como arsenal de recursos, pero no como sujetos para el desarrollo social. En este sentido, es verdaderamente sorprendente la reacción de las iniciativas del desarrollo local que hoy impregnan un sentido de identidad y solidaridad que no es fácil encontrar en otra parte. "Zacapoaxtla histórica", la sociedad civil de Teziutlán, Tetela de Ocampo, Xochiapulco y Xiutetelco, están de pie, volviendo por sus fueros.

En efecto, aquella notable desarticulación regional del estado, considerada cosa fatal e irreversible, no ha sido cosa de la naturaleza, sino -como decíamos antes- de la política. Precisemos: de la falta de políticas regionales sostenidas. Vale decir, de acciones sectoriales convergentes y obligadamente transversales, focalizadas en ámbitos y lugares de atención estratégica donde cristalicen las iniciativas ciudadanas, puesto que, al fin y al cabo, el desarrollo regional para ser sustentable requiere por definición ser convergente e incluyente. Ello, por cierto, muy complejo, poco mediático y con resultados invisibles para el cortoplacismo, único horizonte real con que se orientan los políticos sin proyecto. ¿Cómo hacer valer en el territorio los principios de concurrencia y subsidiariedad y conciliarlos con los principios de inclusión y sustentabilidad?

En los últimos dos años transcurridos, los poblanos nos hemos informado de un suceso territorial sin precedentes en el estado y quizá en la vida nacional. Me refiero al potente impulso industrial hoy detonado entre Oriental y San José Chiapa. Sí, al triángulo mega industrial de Audi, Ciudad modelo, el Complejo Industrial Militar en La Célula -ya prácticamente erigido- y el complejo naval industrial en Chiapa. Un efecto dominó de implantación industrial a gran escala, cuyas expectativas avanzan generando aptitudes, corrigen funciones y reactivan ciudades de base agropecuaria.

Política transversal de desarrollo regional que en breve tiempo abre la coyuntura para disminuir sesgos sociales de un proyecto global indiferente a derramar ni un quinto sobre los pueblos y ciudades pequeñas de los alrededores, razón por la cual los lugareños lo veían no como esperanza, sino como proyecto de muerte. Pero ahí está, como la Puerta de Alcalá, prefigurándose un virtual triángulo industrial, con distancia media de 25 kilómetros. Magnífico: vigorizando las vocaciones industriales de Huamantla, Apizaco y la gran Ciudad de Puebla; a punto de lograr la reconversión regional del territorio si ello se piensa con visión metropolitana.

 

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