Horizontes

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Tere MORA GUILLÉN


Octubre 29, 2018

En México ya nos preparamos para conmemorar los tradicionales festejos por el Día de Muertos. Desde la época prehispánica, es sabido que los mexicanos departimos, convivimos y acariciamos a la muerte. En casas, plazas públicas, escuelas, hoteles, panteones, museos y en otras instalaciones, se montan sendas ofrendas que invitan al jolgorio, reflexión y ante todo a recordar a nuestros seres amados que han partido al más allá, pero que desde luego su recuerdo sigue presente en nuestros corazones.

Hay la creencia popular de que los días uno y dos de noviembre, las almas de los seres queridos que ya dejaron ésta vida regresan de donde ahora habitan, para visitar a quienes seguimos en éste pícaro mundo, y poder disfrutar, por una noche, de las cosas que les gustaban cuando convivían con nosotros.

Y aunque la ofrenda de Día de muertos no tiene reglas definidas, hay algunos objetos que no pueden faltar y son parte de la tradición, entre ellos: Las veladora o cirios, que simbolizan el elemento del fuego, el cual ayuda a las almas a iluminar el camino a casa; las fotografías que muestran a quién se dedica la ofrenda; las flores de cempasúchil ya que su aroma gusta a las almas, la sal, símbolo de purificación que debe colocarse en un recipiente; el incienso o copal que atrae a las almas, además de que es un símbolo de oración y purificación; el papel picado con figuras de calaveras, que se coloca como guirnalda o mantel de la ofrenda. Las calaveras pueden ser de azúcar, chocolate, amaranto o yeso, éstas se utilizan para recordar el destino final de cada persona; el pan de muerto puede ser azucarado, con ajonjolí o salado.

Y como sabido es que tras un largo viaje desde el "Eterno Oriente" –refieren los Mazones-, las almas llegan cansadas por lo que necesitan descansar y recobrar energías.

Para ello, un amplio menú está listo y éste usualmente incluye tamales, pozole, mole, dulces y las bebidas favoritas del ser querido que se fue. En ocasiones se les invitan cigarros. 

En suma en los altares están presentes los cuatro elementos, las velas representan al fuego; el papel picado al aire; la fruta a la tierra y el agua. Son imprescindibles los artículos religiosos que van desde rosarios y crucifijos, hasta imágenes de santos.

Y el entusiasmo por la visita es tal, que en las ofrendas pueden incluir los objetos que gustaban en vida al niño, joven o adulto que se nos adelantó, desde juguetes, hasta libros, instrumentos musicales, artículos de oficina, objetos de aseo personal, joyas, gadgets etcétera.

Esta celebración nos lleva también a recordar a José Guadalupe Posada, el creador de la Catrina y aunque sus calaveras son asociadas con el Día de Muertos, en ellas mostró la vida cotidiana y las actitudes sociales del pueblo mexicano. Las calaveras lucen vestidas de gala, en fiesta de barrios, en bicicleta, enamoradas, en las casas de los ricos, montadas a caballos, pero siempre mostrando un lado crítico sobre los errores políticos del país. Como el caso La Catrina o La Calavera garbancera, retomada años después por Diego Rivera, que representa una burla a los garbanceros, es decir aquellos con sangre indígena enriquecidos durante el Porfiriato, que despreciaban sus orígenes y costumbres, copiando modas europeas.

Así hoy como antaño, los mexicanos seguimos conviviendo de manera cotidiana con la muerte, en la mitología azteca, los difuntos debían atravesar un largo viaje antes de llegar al Mictlán, la región de los muertos. Y en la actualidad celebramos la muerte desde finales de octubre hasta la primera semana de noviembre, sirve de paso como pretexto para dejar de lado tan sólo por un momento, nuestras penurias ante los días inciertos que vivimos los mexicanos.

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