Los pueblos de la sierra Norte de Puebla, según Bernardo García Martínez

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Existen referencias de antaño acerca de la Sierra de Puebla dignas de repensar. Quizá una de las más referidas sea la del insigne jesuita Francisco Javier Clavijero descrita en su Historia Antigua de México. Es posible, nos dicen las crónicas del lugar, que Clavijero tuviera afecto especial a la sierra porque su padre, español peninsular, vivió en Teziutlán. Lugareños ilustrados sienten por ello verdadero orgullo.

En contraste con los historiadores, lo que intriga de la sierra Norte es el trato que los planificadores dan de ella. El etnólogo Manlio Barbosa escribió al respecto algo así: los planificadores dividen la sierra Norte de forma vertical, cuando tanto de forma natural como etnográfica la diferenciación es horizontal; en efecto, estando el bloque montañoso en latitud meridional, y las llanuras costeras en latitud septentrional, lo que él dice es correcto.

Cuando, don Daniel Cosío Villegas escribió su historia moderna de México tomó como punto de referencia a la República Restaurada, tema de sus amores. Ahí relató valiosos pasajes de interés poblano, asociados a la industrialización porfirista y la poderosa fuerza de apoyo rural serrano que al cabo le permitió al general Díaz el ascenso al poder. El ilustre escritor resalta la presencia notable de los juanes de la sierra, las pugnas entre los partidos de la montaña y del llano, y el éxito del primero. Con seguridad Guy Thomson tomó estas referencias para su espléndido libro de historia regional de mediados del siglo XIX (aunque por cierto no lo cita).

Y aquí está el punto de mi comentario: don Bernardo García Martínez escribió hacia 1970 sobre la historia de la sierra Norte de Puebla una magnífica historia de los pueblos, publicada por El Colegio de México a principios de los ochenta. Apareció casi simultáneamente con la labor que Rodolfo Pastor hizo sobre la mixteca poblana. Don Bernardo relató que:

Antes de las congregaciones de poblados y caseríos, los alteme, plural del altepetl-los pueblos, cuyo nombre proviene del náhuatl altepetl (agua-cerro) fueron por tradición la formación política que se dieron los naturales. Las encomiendas de la sierra encontraron tal estado de cosas, las respetaron y las aprovecharon, en vez de destruirlas. Las encomiendas serranas proliferaron en su lado oriental con dirección a Tulancingo y Texcoco, alcanzando las tierras de la boca-sierra: Zacatlán y Huahuchinango. En tanto, en el macizo montañoso central y su costado oriental, en Tlatlauquitepec, y aun entre Teziutlán y el Totonacapan veracruzano y tierras huastecas, los pueblos resistieron a la conquista, defendiendo la forma primigenia de su organización social.

Así, la verdadera transformación del territorio serrano tuvo como causa la política real de las congregaciones, primero, promovidas éstas con entusiasmo por el clero regular en la mitad del siglo XVI, la cual decayó cuando los franciscanos, después de 1567, abandonaron sus conventos de la sierra, ante falta de religiosos que la corona les negó, influenciada por el extrañamiento real a la obra de Sahagún, debido a supuestos efectos perniciosos en la educación de los indios.

El segundo momento de las congregaciones, Bernardo lo sitúa hacia finales del siglo XVI, tiempo sin entusiasmo religioso, pero eficaz en lo administrativo. De manera que sí,la urbanización de la sierra Norte propiciada por la promoción religiosa y administrativa de las congregaciones, logró destruir a largo plazo las formas políticas originales de los naturales. La ulterior cooptación, el desarraigo…, la misma apropiación territorial de criollos y peninsulares, fueron sus consecuencias. Cuesta trabajo pensar que cuando hablamos de los pueblos de la sierra, evocamos estructuras híbridas, aunque de una riqueza étnica y cultural inscrita en todo corazón poblano.

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