Políticas públicas. ¿Adiós mi tierno amor?

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Más de 25 años han pasado para que el discurso impecable de las políticas públicas se instalara como credo laico a seguir en la posmodernidad de la administración pública. Con tan notable balance, la impoluta idea de que las políticas de gobierno generaban valor público en la vida social las tornó incuestionables; de ahí que la nueva gestión pareciera como el suceso de una reforma administrativa de terciopelo que dio importancia a las políticas, como estrategias y acciones evaluadas por resultados; la creencia en el logro posible de la eficiencia, eficacia y economía de resultados y la transparencia culminó con la emergencia de las ciencias de gobierno, o de manuales de cómo hacer un buen gobierno.

En el fondo, la filosofía política de las políticas públicas nos enseñaron que éstas bien aplicadas construyen ciudadanía y con ello democracia, tal y como debe ser, desde abajo y desde el fondo. El camino hacia una democracia deliberativa y pro parlamentaria que en cuanto se aplica fortalece la gobernabilidad democrática, o sea la gobernanza per se.

Pero he aquí que contra las leyes del movimiento actúan las leyes de la fricción y la inercia. Las políticas metropolitanas son de este tipo. Casi siempre lentas, llegan tarde. Han sido remedios curativos no preventivos. Y cuando se tuvo que hacer cirugía mayor más pareció carnicería. Lentas en su concepción, concepto, confección y en su carrera, justo cuando la forma de vida social del ser mexicano y ser poblano, implica ya ser animal metropolitano.

Lentas además porque de 25 años hacia acá, las principales acciones sectoriales atropelladas, aunque doctrinalmente tenían que ser concurrentes, en la realidad fueron divergentes; o cuando excepcionalmente ocurrían lo eran por excepción y no por vocación…Y luego, sin alcanzar a ser concurrentes en lo urbano, ¿cómo iban a ser convergentes en lo metropolitano?, por cierto, su más alto nivel alto de complejidad.

Por demás sabemos que los gobiernos estales y municipales en sus planes de desarrollo aspiraban a ser transversales y concurrentes. Empero, sin poner ala política metropolitana como su eje central, claro que nunca iban a lograrlo.

En la colaboración anterior señalábamos que la Nueva Agenda Urbana funge como un paradigma sugerido de un gran consenso global, pero que da norte a los gobiernos locales, cuya tarea especial es saber transportarlos a su agenda de gobierno, o sea, definir cómo procesar demandas urbanas y tratarlas con visión metropolitana, justo para no aumentar el carácter aleatorio de ellas.

Está sobreentendido que la política metropolitana debe ser política pública, o sólo será entelequia, una sombra, una simulación, a lo más discurso de oposición, dentro del entorno político nacional y local, los cuales han cambiado radicalmente y en cuyos discursos libertarios han desaparecido las políticas públicas, de manera tal que es posible que gobernar democráticamente con políticas públicas metropolitanas… no sea considerado necesario. ¿Y Puebla?

El impasse del tribunal electoral federal ante la situación del gobierno del estado aumentó la dificultad para construir consensos metropolitanos oportunos. ¿Dará el nuevo gobierno estatal nuevos pasos en la reconstrucción del tejido social? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es lo imperativo que resulta la reconstrucción de legitimidad por procedimientos administrativos y democráticos; para el bien gobernar en márgenes de maniobra reducidos. Y así, tal vez, una política metropolitana incluyente y una política regional convergente tengan otra oportunidad para distinguirse. ¿Habrá marca de ciudades incluyentes, sustentables y resilientes en los próximos años en Puebla? Al tiempo lo sabremos, aunque quizá ocurra que las políticas públicas, como la emperatriz Carlota, se hayan ido en silencio sin decir adiós.

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