La transición democrática y el receso planificador

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En respuesta a la crisis del sistema político autoritario y de partido dominante, tal cual lo reconoció el licenciado Carlos Salinas de Gortari en su discurso inaugural, emergió de entre partidos de oposición y la propia sociedad civil la reflexión pública sobre la transición democrática hacia un régimen político pautado, en un sistema de partidos con igualdad de oportunidades electorales. Ello implicó definir, entre otras cosas, que la Constitución los considerara como entes de necesidad pública y ser subvencionados por el Estado, a condición de que rindieran cuentas.

Por su parte, desde la sociedad civil se tendía a revisar la historia oficial y a repensar el sistema político desde el ámbito de lo público. Los intelectuales leían todo acerca de ello, se atiborraban de Weber y Bobbio, redescubrían a Popper, se obnubilaban con Crozier y Sartori, y ya encarrilados, se asombraban de la profundidad de Hannah Arendt, cuyas tesis sobre lo público insuflaron también la demanda legítima por la institucionalización de la política pública, siendo justamente a principios de aquella década postrera del siglo XX cuando los brillantes ensayos de Luis Aguilar Villanueva ilustraron el sinuoso camino de los emergentes teóricos e ideólogos demócratas que soñaban con una transición de terciopelo.

Mientras tanto el partido dominante, afianzado en el poder, en vez de suministrar pan y palo al pueblo junto a sus programas sociales, daba pan a manos llenas a los partidos de oposición, con el objetivo malévolo de mantener en vilo el poder presidencial y la reproducción autoritaria del régimen donde se pudiera.

Vemos, no obstante, concluir el siglo con el empoderamiento vigoroso del sistema de partidos y, al cabo, la entrega del poder presidencial en un entorno de expectativas democráticas que auguraban el advenimiento de la Reforma Política sobre las bases de un Estado moderno… el Poder Ejecutivo y el Judicial en balance con el Legislativo.

En su toma de posesión, el licenciado Vicente Fox exponía que "… el Ejecutivo propone y el Legislativo dispone…" Cándidamente, el presidente se ataba de manos achicándose ante los poderes regionales, que crecían y se multiplicaban en una geografía pluripartidista de reencuentro soberano. O así lo creían.

Un excelente amigo, conocedor del tema, me cuestionaba apenas si no la transición democrática había sido un mito más en el imaginario político de la opinión pública, Perturbado, le sugerí que ésta se pasmó en el camino. ¿Y por qué entonces el sistema de partidos se derrumbó por completo en las pasadas elecciones presidenciales?, me replicó. Creo que ocurrió –respondí-- porque la misma transición generó en los partidos un soberbio nicho de confort predispuesto al arreglo de intereses, en vez de valores.

Desde ahí subyacen las grandes dificultades de teóricos y periodistas para caracterizar el actual régimen político. Fuera de los apologéticos que afirman ver un movimiento de iluminados guiados por un líder carismático al que se debe seguir sin atreverse a cuestionar, dada la aureola de legitimidad asombrosa, otros piensan la situación presente como un laboratorio del que no se deben anticipar resultados.

… Y sin embargo, es probable que lo que estemos viendo en México no sea sólo el cesarismo en acción, sino el rostro imprevisto de la restauración del proceso de transición democrática, a la luz, sí, de un régimen carismático montado sobre la fuente del poder legal, cuya misión de democracia sea adjetivarla.

Ahora bien, en este entorno de incertidumbre, la planeación del desarrollo a través de políticas públicas queda reducida a brillantes generalidades entreveradas con calcas de la Nueva Agenda Urbana. Mas por desgracia eso no resuelve problemas metropolitanos. Ojo. La receta es tóxica.

 

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