Desarrollo regional… política pendiente

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La fama de las regiones del estado de Puebla deriva de su diversidad geográfica. Extensas planicies y montañas, valles intermontanos y a pie e monte. De hecho, ningún territorio poblano queda exento de cualidades naturales, ni está ausente de prehistoria e historia, lo que nos muestra el valor simbólico de nuestro hábitat en la vida cotidiana. Tales relaciones del hombre con el medio natural son responsables también de nuestra riqueza ambiental originaria, a veces distantes como los cielos estrellados de Zapotitlán Salinas, el clima seco y sano del valle de Tehuacán o la geología de la Mixteca Poblana con todas sus variantes metamórficas, como mármol y el ónix de suntuosos veteados. A veces nuestra admiración queda reducida a nostalgia o remordimiento…

Eso es lo que experimentamos al recorrer e intentar reconocer desde el presente lo que fue… o pudieron llegar a ser nuestras regiones. Cholula por ejemplo, y su espacio rural irrigado por norias, su red ortogonal de acequias, sus mengas o caminos sacacosechas. Lo mismo evocaba San Martín con el prestigio de su agricultura de riego, hortalizas limpias, vigorosas y sanas. Ir de paseo a Cholula o San Martín era día de júbilo cuando éramos niños. Igual, aunque distante, era viajar a la Sierra poblana por los intrincados caminos del norte, o a Izúcar, Atencingo y Chietla por los caminos del sur. Ni qué decir de San Andrés Chalchicomula o Tehuacán.

Pero algo siniestro ocurrió con nuestras regiones entre 1950 y 1980. que fueron sistemáticamente descapitalizadas o simplemente expoliadas y luego abandonadas a su suerte; de manera tal, que cuando se recuperaba la consciencia de su valor productivo, ya la pobreza como consciencia colectiva había causado todos los estragos humanos de que aún dan testimonio ciertas microrregiones.

Algunos dijeron que los territorios indígenas estaban endógenamente incubando su fracaso, dado que la economía de subsistencia lo que sí generaba a la larga era un ejército industrial de reserva, manifiesto en la migración. Otros pensaban que su problema radicaba en la falta de respuesta al desarrollo regional cuando las iniciativas provenían de fuera. Todo lo cual era erróneo.

La contraparte contesta que la corrupción gubernativa ha sido la causa central. Esta hipótesis pierde de vista que la corrupción es un efecto, un macroefecto si se quiere, pero no es una causa estructural, como sí lo son las relaciones campo-ciudad o capital-trabajo.

Además, si eso fuera así, entonces el gobierno de la Revolución, que mostró predisposición innata a la corrupción, sería la causa eficiente del deterioro institucional escudado en un sistema corrupto que se cayó de miedo ante el soplo leve de la globalización que advenía (aunque aquí "los padres de la patria" desde las cámaras con su visión ranchera se negaban a ver los avances del mundo, atentos en la defensa de un sistema económico injusto que se les caía a pedazos. Así ocurrió que, mientras las devaluaciones sexenales deslegitimaban al sistema político, las reformas administrativa y municipal eran ofrecidas como panaceas, cuando en realidad eran el canto del cisne).

En cambio, se acierta al decir que el origen de la inequidad radica en la falta de políticas correctas instrumentadas a tiempo para responder ágilmente a las oportunidades que el desarrollo abría.

Entre las políticas que no llegaron, o llegaron a destiempo, están las políticas regionales y metropolitanas. Ambas, por definición, convergentes y concurrentes (o no son nada). Luego entonces, los planes estatales de desarrollo, cuyas políticas, retóricamente públicas, insisten en instrumentar ejes de vocación sectorial sin vinculación regional efectiva, están actuando muy cortos de miras. Y así, ningún cambio estructural va en serio.

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