Desarrollo regional, asignatura pendiente

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Sin duda, suena muy fuerte afirmar que las políticas regionales y metropolitanas muestran un déficit crónico en relación con los acentuados desequilibrios que se viven dentro del territorio poblano desde mediados del siglo pasado. Pero es cierto; vale decir, es un proceso regresivo que está saturado de evidencia y que, como tal, es una asignatura pendiente que nos deben los políticos de profesión; o sea, los gobernantes. Uno podría pensar que ahora debería ser distinto, pero no. Por ejemplo, si de algo carece el actual anteproyecto del Plan de Desarrollo Estatal es de política explícita de desarrollo regional y metropolitano. Y pensándolo bien, no podía ocurrir de otra manera, cuando de lo que se trata no es de ser, sino de parecer ser. De ahí la espumosa idea de desarrollo sustentable y sostenible, que no es sino una línea retórica tratando de parecer archicontemporáneos. O que en las líneas de acción se proponga fortalecer el Instituto Metropolitano de Planeación del Estado de Puebla (Imeplan), y simultáneamente se le haya reducido prácticamente a nada.

El estado de Morelos desde los ochenta del siglo pasado tuvo Secretaría de Desarrollo Regional, y en el Estado de México hubo Subsecretaría de Desarrollo Metropolitano desde el año 2000, pero desde antes ya había al efecto direcciones o subdirecciones. Ahora bien, Morelos con toda nuestra admiración, no tiene las grandes y ricas regiones que tiene Puebla, en cuanto a extensión y biodiversidad. Por su parte, el Estado de México reaccionaba ante el proceso metropolitano que se le iba de las manos. Además, no iba a desaprovechar los recursos provenientes del Fondo Metropolitano y del que fue principal beneficiario.

Pero, ¿qué pasó en Puebla? Podría decirse que hacia 1965, el territorio poblano se había estudiado a cabalidad. La Fundación Alemana, la Fundación Rockefeller y el Banco de Comercio (luego Bancomer) sentaban las condiciones de conocimiento para impulsar políticas de desarrollo regional en el estado. Pero no. La inestabilidad política pudo más y las respuestas inmediatas, paliativas y reactivas de gobiernos inestables se impusieron a la visión regional y metropolitana que advenía… Consecuencia: divorcio entre los discursos y los hechos, las palabras y las cosas.

Peor aún. Los políticos de los noventa mantuvieron una visión municipalista y, por tanto, dispersa. El desarrollo regional, cuando advino, fue a cuentagotas y siempre rebajado a nivel subregional, como parte de un paquete de política paliativa en un marco de excepción. ¿Resultados?: se llenó al territorio poblano de acciones sin visión y a veces sin sentido. Bartlett se emocionaba al decir que al menos una obra había realizado en cada municipio, amparado por supuesto en la ley Bartlett para ejercer control sobre ellos. A cambio, emergieron organismos municipales muy efectivos para el control político de los recorridos oficiales.

A todo esto, ¿hubo condiciones institucionales para instituir la política regional? Por supuesto que sí. Después de todo Finanzas, versión contemporánea de la Secretaría de Planeación y Presupuesto, tuvo Subsecretaría de Desarrollo Regional desde la administración del licenciado Melquiades Morales, y luego hubo un breve despunte con Tony Gali.

No es difícil demostrar entonces cierta continuidad política para las regiones de Puebla; después de todo, no se gobierna en el vacío territorial. Pero el problema es que no se trata de políticas sostenidas. La trayectoria muestra considerables altas y bajas de interés y, sobre todo, asombran las rupturas.

A pesar de lo dicho, en Puebla las políticas regionales, metropolitanas, urbanas y ambientales cuadran perfectamente con el desarrollo regional… Pero no hay Secretaría de Desarrollo Regional, porque ata de manos al político y además es producto que no vende, ni compra pasiones.

 

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