La ciudad en la modernidad barroca, según Bolívar Echeverría

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La modernidad, como portadora de un sentido humano, es libertaria por ser emancipadora del prejuicio de la autoridad. Ella implica Estado laico y pensamiento libre que se atreve sobre todo a cuestionarse a sí mismo. Vale decir, tener voluntad y capacidad para poner en tela de juicio todo lo sabido y por saber, tanto del dominio de la naturaleza (lo que deriva de la observación y experimentación), como del interior del hombre; su pensamiento, sus valores como imperativos categóricos; sus deseos, sus intereses. Justo ahí, donde la autoobservación psicoanalítica trata de arreglar el comportamiento individual con lo social.

La modernización capitalista, -nos dice Bolívar- como cambio constante, cual reto constante en el devenir contingente, contiene un sentido ambiguo, totalizador y enajenante, en cuanto relaciona la libertad con el poder de compra, mismo que vale, no por portar el valor de uso, sino por la acumulación de relaciones de poder que implica el manejo de su valor de cambio. Así, entre más poder político centralizado y poder económico concentrado, mucho más amplio será el ámbito geográfico de la dominación, sea de la ciudad sobre el campo, sea de las grandes ciudades sobre el sistema urbano en su conjunto; o de las grandes metrópolis respecto del sistema mundo.

La diferencia de conceptos, o lo ambiguo de los mismos, significa la ruptura de sentido de un término presuntamente abarcador. No siendo una ruptura epistemológica, sino paradigmática del proceso de la acción social que se decodifica. Un "valor" que sin realizar al individuo, lo desgarra, desarraiga y enajena, hasta hacerle perder el rumbo como referente libertario de vida cotidiana en que habrían de concurrir lo ordinario y lo extraordinario.

Para Bolívar Echeverría la modernidad tuvo diferentes rumbos, de manera que lo que se impuso como valor civilizatorio universal, no fue, ni aún representa, el único camino, dado además que toda hegemonía puede desgastarse por la asimétrica relación de fuerza en que se funda. Hay en el propio interior de la modernidad, una multicidad de sentidos. Un eco de multivoces a la espera de ser escuchado.

La modernidad capitalista no puede reducirse a máquinas deseantes, tal como Deleuze y Guattari lo anticipan en su Anti Edipo, porque siendo una maquinaria funcional y operante, está diseñada para apropiarse del sentido total del término, para luego resignificarse como un horizonte civilizatorio, epocal y, en cualquier caso, aparecer como referente absoluto del mundo de vida urbana.

Para Bolívar Echeverría hubo una civilización barroca y una cultura barroca tardía, cuyas reminiscencias perviven latentes, adormecidas, cual testigos, luminosos y tenebrosos, de un pensar alternativo al capitalismo surgido de la austeridad puritana; del espíritu del capitalismo, como lo llamó Weber. Así, el proceso civilizatorio ocurrido entre los siglos XVII y XVIII deviene definitorio para el curso de la modernidad americana…

En efecto, la Europa mediterránea no se quedó parada, ni de rodillas, ante el advenimiento del capitalismo del norte de Europa, máxime cuando la misma raíz de la modernidad había emergido desde las ciudades del norte de Italia e insuflado de humanismo al ascendente Imperio Español, a su vez legitimado por el Papado Romano. ¿Más? La Contrarreforma, con su dominio cultual jesuita, fue justamente la robusta alternativa cultural de una civilización barroca americana. Ambigua sí, pero propensa a la inclusión, a la pluralidad cultural. Dispuesta al cambio dialéctico ofrecido por el tiempo barroco; referente simbólico entre lo finito y lo infinito del mundo de vida y del espacio urbanístico de la ciudad barroca; docta, plural y no pocas veces: libertaria (de su libro: La modernidad de lo barroco) (In memoriam).

 

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