La ciudad ausente de Ricardo Piglia

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Este notable escritor argentino, historiador y crítico literario de la generación posterior al boom latinoamericano, fue un convencido de que la literatura argentina tenía más de continuidad que de rupturas en su historia reciente. En términos de Octavio Paz, se podría decir que dicha literatura se realiza como una larga y continúa tradición de ruptura. Leopoldo Lugones, Jorge Luis Borges, Bioy Casares, Ernesto Sábato, Julio Cortázar, Manuel Puig, Tomás Eloy Martínez, entre otros, son episodios de periodos que conforman una época.

De manera consistente, la moderna literatura argentina expresa una lucha esencial: tratar de mantener a raya a la política, fuera de sus dominios y sin dejar de ser la conciencia y un contrapoder. Lucha desigual y utópica por construirse un espacio vital. Es ésta la atmósfera tensa donde los autores se insuflan de pasión literaria. Vale decir, lugar en donde el protagonista central es la narrativa que discurre libre.

En tales términos: lo político estimula a la literatura evitando su reacción contestataria, y ésta respondiendo desde la vida diaria con estatura estética o moral. Ya Borges hablaba de la literatura argentina como uno de esos hechos inusitados en el mundo occidental, de su valor original derivado de su marginalidad geográfica. Sin embargo, es esta confrontación implacable, no geográfica sino política, la que logra construir las coordenadas del espacio y tiempo en que discurre la vida cotidiana, dando significado universal a una realidad alternativa.

En tanto discurre el drama de lo cotidiano, los protagonistas de cada novela en particular forman, como las cuentas de un rosario, el sendero de un autor omnipresente e intangible que narra, por necesidad de narrar, la existencia fracturada por la imposibilidad nostálgica de reconstruir el mito de la unidad argentina. Una meganovela así, más que una biblioteca de autores sería como la consumación de múltiples narrativas en una: un álef o núcleo blanco, cuya convergencia narrativa engendra otras tantas narrativas. Justamente ésta es la trama que Piglia desarrolla en La ciudad ausente. Un mundo cotidiano, denso de aleatoriedad y falto de justicia, donde a la vuelta de la esquina está un mundo sorprendente de presencias, sincrónicas o diacrónicas, prestas a revelar el dolor del desarraigo nacional.

La ciudad ausente está imaginada como la resonancia ampliada de El museo de la novela de la Eterna, que es su núcleo principal. Ahí, Junior, el protagonista, investigador y periodista, es un Virgilio acompañando a Dante (el lector), para guiarlo al infierno de las paradojas literarias. Cuando él recibe una llamada crucial es elegido para testificar un suceso imposible. Se le informa que el escritor desencantado Macedonio Fernández a la muerte de Elena (su amor eterno), inventa con fragmentos de tecnología avanzada y la ayuda de un inventor matemático que diseña algoritmos de eternidad, una máquina …más bien un Deux exmáquina, destinado eternamente a narrar… Elena, entronizada en la memoria queda convertida en máquina que sufre eterna soledad.

¿De qué está ausente la ciudad de Piglia? De un protagonista clásico que desaparece cuando Elena la eterna narra soliloquios de locura. Ausente de libertad política como condición de existencia de las demás libertades. Ciudad Ausente de dicha cotidiana; de sentido de felicidad como sensación momentánea de eternidad.

Historia armada de microhistorias…. Novela abundante de vida fragmentada. Vida frágil, pero vida al fin, interrumpida por la eternidad atrapada con un invento tecnocrático, tan perfecto como irracional. ¿Novela de amor? No lo creo. Más bien, novela donde lo imaginario logra alcanzar la realidad alternativa. Destellos reminiscentes de Macedonio Fernández, a la manera de Bioy Casares, trazados en La Invención de Morel, ya ritmo parsimonioso de prosa borgiana.

In memoriam.

 

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