Sin política metropolitana no hay paraíso

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Desde hace más una década, la política urbana —que fuera protagonista en la organización del territorio— cedió su lugar a la política ambiental, para estar a tono con los Objetivos del Milenio. En Puebla, hacia finales del siglo pasado quien atendía esos asuntos era la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (la susodicha Sedue, transformada luego en Sedurbecop). En el sexenio pasado la misma secretaría cambió a Medio Ambiente y quedó como derivado o residuo el Desarrollo Urbano. Hoy la secretaría estatal se centra en el medio ambiente y el desarrollo sustentable... O sea que el Desarrollo Urbano olímpicamente queda implícito en la política en la defensa del medio ambiente, verdadero paradigma central. ¿Qué tan acertado es esto?

El que en los medios gubernamentales ello suceda con frecuencia, no es de asombrar: el mal de los estados federativos es su mimetismo respecto de la acción federal. Algunas veces se logran leyes y ordenamientos basados en cuestiones locales, como debe ser, pero ello es la excepción y no la regla.

Si la ley federal dice “gobernanza”, pues le ponemos “gobernanza” a la acción del gobierno estatal, ¡y ya está! Si el Plan Nacional de Desarrollo Urbano dice que debe “ser sostenido”, por qué no seguir actualizando o fingiendo que lo hacemos, cambiando jergas en vez de innovar instrumentos. ¿Más? Si la ley federal de 2017 reconoce por fin la figura jurídica al proceso metropolitano, entonces, sin cuidar errores, la ley estatal se actualiza al vapor. Luego entonces, ¿por qué asombrarse de la ineficacia histórica de los instrumentos de planeación?

Asimismo, el proceso metropolitano —que llevó una lucha de lustros para ser reconocido y merecer políticas públicas— duerme el sueño de los justos dentro de las políticas territoriales. ¿En verdad la visión metropolitana del desarrollo sostenible es un invento neoliberal?

Paradojas: los problemas del medio ambiente, incluidas sus posibilidades resilientes y de control de riesgos, inseguridad, movilidad y habitabilidad; el subempleo; la pérdida de agua y bosques… todos tienen como común denominador al proceso urbano acelerado. O sea, metropolitano y a veces megalopolitano.

Es mala consejera la vieja costumbre de atender efectos de un problema social sin ir a las causas, con el pretexto de que eso lleva tiempo. La visión de largo plazo equivale a visión de Estado. Pues sí, pero no da réditos inmediatos. De ahí porqué el cortoplacismo sea el malestar de nuestra política urbana.

¿Qué podemos hacer? Evitar planear con mente inmobiliaria (en los noventa se les tendió la mesa. En la primera década del siglo y del milenio “se les hizo casita”, justo cuando los Objetivos del Milenio se volvían obligatorios. En la presente década, violentando los ordenamientos o disminuyendo las instituciones, se menospreció al Imeplan, y con ello se perdió la oportunidad de una política exitosa de desarrollo sustentable); y pensar que sin visión metropolitana falta voluntad en serio para atender los temas convergentes, concurrentes y transversales del medio ambiente, el turismo y la política de género.

Por ventura, las políticas territoriales profundas están basadas en cuatro pilares:

1. Las políticas regionales deben cubrir el total del territorio.

2. Las políticas urbanas deben atender las estructuras internas de las regiones, en cuanto las ciudades son, en realidad o en potencia, motores del desarrollo.

3. La política metropolitana es motor que vincula lo regional con lo urbano, lo local con lo global.

4. La política agraria conforma el hinterland que nutre, sustenta y da vida a todo ente viviente que es un territorio inmediato.

Sin políticas metropolitanas no hay política territorial que valga. ¿Alguien toma nota?

 

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