Con Licencia para  ser feliz

Amar al otro con todos sus defectos, caídas y cicatrices, encontrando de este modo, el sentido de la vida.

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Memorias del Crimen

Si, por casualidad o por error, usted se deja llevar por el absurdo de sentirse feo, lo más racional sería escapar, de preferencia con un cómplice, para salir del atasco.

Pero de ninguna manera caiga en la tentación de buscarse a otro feo y menos en la función nocturna de cualquier cine.

Mejor, vaya a casa, descorra las cortinas, acomódese entre las mullidas almohadas de la cama blanca, lea «La Noche de los Feos» y devele lo que hay cuando se descubre la luz.

Así era Mario Benedetti, un hombre luminoso conformado por el mismo sustrato del que están hechos la alegría y el optimismo.

Capaz de extraer de la condición humana no sólo emociones, sentimientos y pensamientos, sino también la realidad imbricada con el mundo de la suposición: la utopía de que todo lo bueno puede ser; ya en lo imposible (como en el cuento «La muerte y otras sorpresas»); en lo cotidiano («Poemas de oficina»), en la patria («Poemas de otros»), en el amor, en la muerte y en infinidad de situaciones, que le dieron para escribir poemarios (Inventario I, Inventario II, Inventario III), cuentos, artículos periodísticos, ensayos, novelas, drama, algunos de los cuales han sido musicalizados o adaptados al cine y a la televisión.

Su obra se distingue, además, porque transmite esperanza, porque encuentra belleza y bondad por doquier —aún durante la persecución política de la que fue objeto—, como en el poema, «Te quiero»:

 

(…) y porque amor no es aureola

ni cándida moraleja

y porque somos pareja

que sabe que no está sola.

 

Te quiero en mi paraíso

es decir que en mi país

La gente viva feliz

aunque no tenga permiso (…)

 

De esta manera Benedetti habla del amor —que se vive en el presente y en la existencia efectiva— como la mutua compañía que desahoga la soledad y se da la mano para combatir en la lucha diaria que es la vida. Pues en el amor de este mundo, detrás del halo con el que nos deslumbra el bienamado, se halla el que está sujeto a todo tipo de pecados; incluso, usted puede notar, no sin malicia, que hay dobleces y cierta picardía en su mirada (en la mirada de usted también).

La cotidianidad —muchas veces más parecida al infierno, en el universo imaginario y auténtico de Benedetti— es el paraíso, donde se puede ser feliz a pesar de las circunstancias adversas y “(…) aunque no tenga permiso (…)”, ya que finalmente ¿quién necesita permiso para ser feliz? De hecho, esta declaración nos hace sonreír, y si nos adentramos en ella no se podrá evitar la carcajada.

Benedetti, en aquel tiempo, vivía en el exilio —esa es probablemente la peor y más fea fase de su vida, pues su país natal, Uruguay, estaba sometido por la dictadura—, y escribiendo sobre ese momento encuentra que el amor a uno mismo y a la patria es así, auténtico y bueno aún en el infortunio.

En el mismo poema, con palabras y frases coloquiales de un modo que son simultáneamente epopeya y conversación, agrega:

 

(…) si te quiero es porque sos

mi amor mi cómplice y todo

y en la calle codo a codo

somos mucho más que dos. (…)

 

Benedetti considera que en la irrealidad del alma humana se entrevera un mundo mejor, donde reconocido quién es el amor, admite que son copartícipes en el peor delito de todos: ser felices, amar al otro con todos sus defectos, caídas y cicatrices, encontrando de este modo el sentido de la vida. Y, desde luego, porque unidos como una sola alma: patria y hombre, o mujer y hombre, siempre son “(…) mucho más que dos (…)”.

Volviendo a los feos —se haya identificado o no como tal—, quién no se ha mirando en un espejo y, por casualidad o por error, encontrado en el fondo de los ojos algo extraordinario, que lo lleva a decir: ¡Hey!, ¿qué tal si somos felices, aunque no tengamos permiso?

  

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de El Popular, diario imparcial de Puebla.

 



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