La posición de AMLO en la cumbre T-MEC, no es la de todo México

¿Qué ganamos con un buen discurso si sabemos bien que es falso y que no tendrá ninguna repercusión seria sobre nuestra política interior? 

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Me ha causado verdadera impresión la facilidad con que los opositores más competentes y tenaces del presidente López Obrador cambian su crítica por incienso. Me imagino que el propio mandatario debe estar sorprendido o tal vez muerto de risa al comprobar que el imbatible muro de hierro de sus adversarios se derrumbó como si fuera de azúcar, con un simple vaso de agua, es decir, con un poco de demagogia cuidadosamente calculada para engañarlos. ¿Qué ganamos con un buen discurso si sabemos bien que es falso y que no tendrá ninguna repercusión seria sobre nuestra política interior? 

Desde antes de la cumbre del T-MEC celebrada en Washington el 18 de noviembre, se sabía que el resultado final no sería una confrontación abierta entre los participantes ni un acuerdo realmente útil para el país. Habría, sí, “acuerdos” de poco o nulo calado aunque fácilmente manejables como un éxito rotundo del presidente López Obrador frente a sus poderosos interlocutores. El columnista Enrique Quintana escribió en vísperas de la cumbre: “En el ámbito trilateral, seguramente el énfasis va a estar puesto en dos grandes asuntos: los temas vinculados con la vacunación y la pandemia, así como en el Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), y su uso para aumentar la competitividad de la región” (El Financiero, 18 de noviembre). Y así fue.

Después de ella, un vocero de la 4T escribió: “De manera contundente y sin cortapisas, el presidente López Obrador hizo ayer un llamado a la integración económica norteamericana (es decir, de toda América del Norte) «ante la expansión productiva y comercial de China»”. Expresó su preocupación “por el ensanchamiento de la brecha comercial que existe entre China y los miembros del T-MEC ya que mientras estos últimos representan el 13% del mercado mundial, China domina el 14.4%. Asimismo, pronosticó que de mantenerse la tendencia de la última década, para el 2051 China tendría el dominio del 42% del mercado mundial, mientras que Estados Unidos, México y Canadá permanecerán con el 12%” (Emerson Segura Valencia, El Universal, 20 de noviembre). Así pues, esto sostuvo el Presidente en nombre de todos los mexicanos.

Aceptando como ciertos los datos, resalta la ausencia de una explicación, así sea breve, de esta situación. Con esto, se deja implícita una acusación de prácticas ilegales, tramposas o abiertamente delictivas de China, para apoderarse del mercado mundial. De otro modo, debió señalar puntualmente las fallas, culpas y responsabilidades del T-MEC en la generación del creciente desbalance y las medidas correctivas necesarias. Resulta, por eso, necesaria y legítima la declaración del señor Ma Zhen, vocero de la embajada china en México: “No hay ninguna razón para pensar que el crecimiento de China representa un daño a la región. En realidad, China y Norteamérica están vinculados en la cadena productiva internacional. Somos más socios que competidores. Tenemos mucha complementariedad económica, basta con ver el comercio entre China y México, que ha experimentado un importante aumento en los últimos años, tanto en la exportación como en la importación”. Y añadió: “en lo que hace a los productos e insumos que México importa de China, fortalecen la industria maquiladora del país y muchos de éstos se convierten en la exportación mexicana a otros países. Los productos chinos bajan el costo de producción en la región norteamericana e incrementan beneficios de las empresas y trabajadores”. Terminó tocando de soslayo la acusación implícita de AMLO:  “China nunca busca, de manera intencional, ocupar una gran porción del mercado y marginar a otros países” (El Universal, 20 de noviembre). Creo que este es el punto de vista correcto sobre el tema.

China revela, sin proponérselo, que el interés del presidente no fue el país, sus empresas y trabajadores. Creo que su móvil fue y es llevar agua al molino de sus intereses electorales y quedar bien con EE. UU. colocando a México en el papel de “aliado” incondicional, de decidido defensor del  imperialismo en su fase más rapaz, descarnada y brutalmente deshumanizada, el neoliberalismo. Con eso nos ubica en la trinchera de los enemigos de la paz, de la democracia real, de la soberanía, la integridad territorial y la autonomía irrestricta de todas las naciones. Para conseguir sus minúsculos objetivos, el Presidente debió ratificar su compromiso de combatir la migración en nuestra frontera sur y declararse dispuesto a luchar al lado del imperialismo y en contra de Rusia y China por el dominio del mundo. Esto se llama cambiar la primogenitura por un plato de lentejas. El sorprendente aplauso de sus opositores más consecuentes y lúcidos, se explica porque ellos comparten este punto de vista sobre el papel de México en el mundo. AMLO dijo lo que querían escuchar.

La tesis colaboracionista contra China no es nueva; es la misma que trató de vender a los miembros de la CELAC en la reunión recientemente celebrada en México. En esa ocasión, la defendió con un argumento “más profundo”: impedir que EE. UU. se vea empujado a una guerra mundial para conservar su posición hegemónica, guerra que sería catastrófica en particular para América Latina por su cercanía al gigante yanqui. A cambio, Latinoamérica obtendría garantía plena de respeto a su soberanía, independencia e integridad territorial. Este argumento, sin embargo, además de falso en sí mismo, se parece mucho al que esgrimieron Francia e Inglaterra para justificar su “política de apaciguamiento” hacia Hitler: salvar la paz de Europa entregándosela por pedazos al monstruo nazi hasta que, finalmente, se engulló toda Europa oriental. Y cuando Hitler se sintió suficientemente fuerte, su primera víctima “occidental” fue, precisamente, Francia. Lección: “Alimenta cuervos y te sacarán los ojos”.

Todos los países, capitalistas o no, alineados con EE. UU., ven y saben de la ambición expansiva y de domino absoluto de este país; conocen (y muchos apoyan y participan en ellas) sus guerras de exterminio y saqueo en medio oriente, el norte de África y las repúblicas ex socialistas; todos entienden y han constatado en la práctica la falsedad insultante de los pretextos esgrimidos para justificarlas; todos saben los horrores que se cometieron y se cometen en Afganistán, Irak, Siria, Líbano, Irán, Libia, el Cuerno de África, Cuba y Venezuela; de los cientos de miles de víctimas civiles inocentes que han caído bajo las balas, las bombas, el terrorismo asesino, el hambre y las enfermedades desencadenados por la intervención yanqui. Hoy mismo estamos presenciando impasibles la comedia sangrienta frente a las fronteras de Bielorrusia con Lituania y Polonia, dos países protegidos y azuzados por el imperialismo norteamericano y europeo.

La prensa occidental calla que “los hombres, mujeres y niños empapados en agua helada, gaseados y dejados morir en los bosques a lo largo de la frontera con Polonia, huyen de países que han sido devastados por las mismas potencias que ahora aplauden su persecución (igual que en la frontera sur de México. ACM) … Al menos once refugiados han muerto congelados hasta ahora, y los voluntarios de los lados polaco y bielorruso que han estado tratando de llevar comida, tiendas de campaña y medicinas a los migrantes dicen que esperan encontrar muchos cuerpos más” (WSWS, 19 de noviembre). Luis Gonzalo Segura (español) escribe que “mientras los discursos en las sedes de los parlamentos europeos y mundiales esbozan lo humanitario, las ciudades europeas acogen a los mayores criminales sobre la faz de la tierra, los bancos europeos amasan su dinero, los paraísos fiscales europeos lo ocultan de los países en los que han sido arrebatados, las fábricas europeas construyen las armas con las que se desangran los países cuyos migrantes acaban en nuestras puertas (…) Es la Europa que viste con las ropas que fabrican mujeres y niños en régimen de esclavitud la que hoy señala sin pudor a Bielorrusia, y a Rusia, cuando realmente no hace otra cosa que señalarse en el espejo” (RT, 15 de noviembre).

Todos saben (y algunos sufren) los abusos y provocaciones del Gobierno norteamericano: alienta la separación definitiva entre Taiwán y China continental sin otro propósito que entorpecer la paz y el desarrollo de esta última; intenta obligar a Rusia a retirar sus tropas de la frontera con Ucrania mientras arma al gobierno fascista de esta república ex soviética para que masacre a los independentistas de Lugansk y Donetsk, de raza y lengua rusas; aviones de ataque de la OTAN sobrevuelan el Mar Negro a apenas 30 km. de la frontera rusa; prohíbe a los Emiratos Árabes Unidos albergar bases de la armada china; Biden acaba de firmar una ley que autoriza a sus tribunales para juzgar a cualquier ciudadano de otro país que ataque a sus espías y agentes encubiertos en su propio territorio (en este paquete va México); decreta y ejecuta, por sí y ante sí, sanciones, embargos, bloqueos, etc., que le permiten quedarse con el dinero y toneladas de oro depositado en Occidente por los países “sancionados”, como en los casos de Libia y Venezuela; siendo de los mayores emisores de gases invernadero, se resiste a cumplir el Tratado de París, y en la reciente reunión de la ONU sobre el clima en Glasgow, Escocia, creó con sus aliados más cercanos un nuevo instrumento financiero para cargar los costos de la recuperación del clima a los países menos desarrollados y dependientes. Que paguen los pobres y débiles los estropicios de los poderosos. 

Y hay más. Hay conciencia de la debacle económica del imperio y sus graves consecuencias: el hambre crece y se extiende por el orbe (hay ya 2,300 millones de hambrientos, el 30% de la población mundial); el sistema financiero mundial está en crisis y nadie sabe cómo curarlo; Arabia Saudita declara agotada su capacidad ociosa para producir más petróleo; el gas LP en EE. UU. está por las nubes y apenas empieza el invierno; en Europa falta silicio y zinc para placas solares; podría quedarse sin magnesio en poco tiempo, ya que el 87% proviene de China, lo que pararía la industria del aluminio, del titanio e incluso del acero; el precio del algodón aumentó más del 120% y ahoga al sector textil; crece sin parar el precio de los alimentos. Gustavo Duch, activista de la Soberanía Alimentaria, dice que: “Subirá el recibo de la comida por factores productivos derivados de la crisis climática, la desaparición de polinizadores y el agotamiento de insumos como los fertilizantes. Y por factores puramente capitalistas como la especulación” (Viento Sur, 11 de noviembre).

Repito: todo mundo conoce todo esto pero nadie hace ni dice nada. Ni siquiera una crítica profunda y seria. A los países bajo la bota del capital y a sus líderes los paraliza el miedo a las armas y sanciones del imperio yanqui o su coincidencia de intereses con él. Y al lado de toda esta infamia y cobardía suicidas nos acaba de alinear López Obrador. Es obvio que muchos mexicanos, también por miedo, arribismo o coincidencia ideológica y de intereses con la globalización neoliberal, aprueba esta alineación y hasta la aplaude. Muchos mexicanos, sí, pero no todos. Algunos creemos que el futuro de la humanidad ya no está en el fortalecimiento y desarrollo del capitalismo y que urge buscar opciones nuevas, más humanas y racionales. Rusia y China demuestran que esta búsqueda es posible y necesaria, aunque no tengan todavía la solución madura y perfecta porque eso es tarea de los trabajadores y pueblo pobre del mundo entero. Urge poner manos a la obra.

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