La lucha contra la criminalidad sigue siendo un capítulo abierto que necesita la atención y acción de todos, desde las autoridades hasta los ciudadanos
Santa Cruz Huatulco, un paraíso turístico en blanco y azul en la costa oaxaqueña, es conocido por sus playas de ensueño y su ambiente relajado. Sin embargo, tras estas postales idílicas, se asoma una realidad sombría: la violencia y el crimen han comenzado a manchar la tranquilidad de este destino vacacional. El suceso reciente que involucra a un grupo de jóvenes tlaxcaltecas, conocidos como “los Zacapoaxtlas”, es un trágico recordatorio de esta inquietante realidad. A principios de febrero, estos jóvenes, presuntamente liderados por un ex candidato apodado “El Jocha”, llegaron a Huatulco con un objetivo claro: establecer un centro de operaciones para llevar a cabo una serie de asaltos a cuentahabientes, robos en negocios y saqueos. En un grupo de WhatsApp, compartieron su entusiasmo y su planificación. “Ya valimos V., Marcela a Jocha… dice que ya viene para acá… no hagan ruido”, fue uno de los mensajes que circuló entre ellos, reflejando el clima de tensión que acompañaba su accionar delictivo. El 14 de febrero, el grupo ejecutó un atraco a un cuentahabiente en el banco Santander de Santa Cruz Huatulco, llevándose consigo una cifra que, según su propio relato, superaba los 400 mil pesos. La cantidad robada resonó en las redes sociales, y el ejército de usuarios se convirtió en juicio popular, criticando la falta de seguridad en la zona. La sensación de vulnerabilidad creció entre los habitantes de Huatulco, quienes nunca imaginaban que su tranquila rutina se vería perturbada por un grupo de delincuentes provenientes de otro estado. El ambiente de temor se intensificó con cada intento de asalto, incluido un frustrado ataque a un cajero automático y el robo en un centro comercial durante la misma semana. Los pobladores y comerciantes empezaron a mirar con recelo a los forasteros, preguntándose quién podría ser el próximo objetivo de estos jóvenes. El desenlace fue inevitable. El 27 de febrero, en un operativo encubierto, las autoridades detuvieron a los Zacapoaxtlas en un hotel donde se hospedaban. Los mensajes de WhatsApp de esos días indicaban el pánico que había comenzado a cernirse sobre ellos: los delincuentes buscaban refugio en baños y cocinas a medida que los supuestos policías se acercaban. Pero la historia no terminó en una simple captura. En la mañana del 2 de marzo, un hallazgo macabro sacudió la región: un vehículo Volkswagen fue encontrado en un camino solitario, conteniendo los cuerpos desmembrados de nueve personas, incluidos cinco hombres y cuatro mujeres. La noticia revivió antiguos miedos en la comunidad y se desató una ola de especulaciones. ¿Quiénes eran realmente los Zacapoaxtlas? ¿Cuál era su conexión con El Jocha? ¿Por qué su vida terminó así? La Fiscalía General del Estado identificó a algunas de las víctimas como personas que habían sido reportadas como desaparecidas: Angie Lizeth Pérez García y Brenda Mariel Salas Moya fueron vistas por última vez en Santa María Huatulco, mientras que Raúl Emmanuel González Lozano y Noemí Yamileth López Moratilla fueron vistos en la playa de Zipolite. En un irónico giro del destino, Brenda Mariel fue localizada con vida, pero el eco de su experiencia quedó impregnado en las memorias de quienes la conocían. Huatulco, este destino turístico que atraía a miles de visitantes por su belleza natural, comenzó a vivir en un estado de alerta constante. Las conversaciones en la playa cambiaron de temas de vacaciones y disfrute, a inquietantes relatos sobre asaltos y desapariciones. La violencia que había sido una sombra lejana se volvió una protagonista de la cotidianidad local, transformando risas en miradas nerviosas y tranquilidad en incertidumbre. Esta crónica no es solo un relato de un suceso trágico, sino un llamado a la reflexión. La historia de los Zacapoaxtlas es una advertencia sobre cómo la falta de oportunidades y el desamparo social pueden empujar a los jóvenes hacia senderos oscuros. Huatulco no solo ha perdido la vida de esos jóvenes; también ha visto amenazada la paz de su comunidad. La lucha contra la criminalidad sigue siendo un capítulo abierto que necesita la atención y acción de todos, desde las autoridades hasta los ciudadanos. La protección de este paraíso en la costa oaxaqueña depende de un compromiso colectivo por restaurar la seguridad y confianza en el entorno. |
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