En 2023, el 76.1% de las mujeres encuestadas por nosotros en la empresa INDAGA en Puebla dijeron haber vivido al menos un episodio de violencia física, emocional, sexual o discriminación a lo largo de su vida. Para 2025, esa cifra aumentó al 79.9%.
Los números no mienten. Y cuando esos números tienen rostro de mujer, de madre, de hija, de amiga, el silencio se vuelve cómplice. Los datos más recientes de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) y el estudio realizado por INDAGA en Puebla durante febrero de este año nos colocan frente a una realidad que ya no puede seguir siendo minimizada ni normalizada. En 2023, el 76.1% de las mujeres encuestadas por nosotros en la empresa INDAGA en Puebla dijeron haber vivido al menos un episodio de violencia física, emocional, sexual o discriminación a lo largo de su vida. Para 2025, esa cifra aumentó al 79.9%. Es decir, 8 de cada 10 mujeres han sido violentadas en algún momento de su vida. ¿Hasta cuándo vamos a permitirlo? Una pregunta fundamental se incorporó este año al estudio: ¿Quién creen las mujeres que es el responsable de esta violencia? El 35.1% señaló directamente a los hombres, el 20.6% mencionó a las propias mujeres (lo que refleja una compleja normalización y reproducción social de la violencia), y el 42.1% responsabilizó a ambos. Apenas el 2.2% no supo responder. La violencia contra las mujeres ya no es percibida como un acto aislado, sino como un fenómeno estructural donde sociedad, cultura y omisión institucional también son parte. Y si las cifras anteriores ya alarman, el miedo cotidiano revela una dimensión aún más cruda: el 80.3% de las mujeres encuestadas en Puebla dijo tener miedo de sufrir algún tipo de agresión solo por ser mujer. Miedo de salir, de volver tarde, de tomar un taxi, de alzar la voz, de decir “no”. Además, el 46.2% dijo conocer directamente a otra mujer víctima de violencia. Ya no es un tema lejano. Es un asunto que está en la familia, en el trabajo, en el salón de clases, en la colonia. Es un problema que golpea al lado nuestro y cada vez con más fuerza. Estas cifras no son solo estadísticas: son historias truncadas, silencios impuestos y ausencias definitivas. No es exageración: el final de muchas de estas historias se llama feminicidio. La violencia contra las mujeres no es inevitable, es consecuencia. Consecuencia de una sociedad permisiva, de autoridades indiferentes, de familias que callan, de sistemas educativos que no educan para la igualdad, y de medios que, muchas veces, aún revictimizan. Los datos nos están gritando una verdad que no podemos seguir ignorando:urge actuar, desde todos los frentes. Si no enfrentamos hoy esta crisis con políticas reales, con educación, con justicia y con empatía, mañana quizá estemos lamentando el dolor desde mucho más cerca…tal vez desde nuestras propias casas. |
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