Chespirito: entre la risa y el poder

Recordar a Chespirito es también preguntarnos cómo el entretenimiento puede ser cómplice —o resistencia— frente al poder. Porque incluso la risa tiene consecuencias

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El estreno de la bioserie de Roberto Gómez Bolaños, mejor conocido como Chespirito, ha vuelto a escena una de las facetas menos exploradas —y más polémicas— del icónico comediante: su vínculo con el poder político. Detrás del humor blanco y los personajes entrañables que marcaron generaciones, hay una historia de cercanía con regímenes autoritarios, simpatías conservadoras y silencios convenientes.

No es casualidad que Chespirito haya mantenido una relación estrecha con figuras como Gustavo Díaz Ordaz —su propio tío y uno de los presidentes más cuestionados de la historia moderna de México— ni que haya defendido públicamente gobiernos y posturas que hoy parecen incompatibles con los valores democráticos y de derechos humanos. Su respaldo a campañas del Partido Acción Nacional (PAN), su oposición al aborto legal y su colaboración constante con Televisa en los años dorados del PRI pintan el retrato de un artista profundamente ligado al statu quo.

Es cierto: sus programas rara vez tocaron temas políticos de forma directa. Pero en América Latina, el entretenimiento nunca ha sido ajeno al poder. La difusión masiva de El Chavo del 8 o El Chapulín Colorado durante dictaduras como la de Augusto Pinochet en Chile o Jorge Rafael Videla en Argentina no fue inocente. Aunque Gómez Bolaños insistía en que su compromiso era solo con el público, su presencia en esos contextos ayudó a anestesiar realidades dolorosas con risas fáciles y nostalgia fabricada.

Esto no significa negar su genio creativo ni el impacto cultural de su obra. Chespirito fue, sin duda, un innovador del humor televisivo. Pero también fue una figura funcional a los intereses de poderes que vieron en la comedia una herramienta útil de distracción, una cortina de humo en tiempos de represión y censura.

Hoy, mientras una nueva generación redescubre su legado a través de la ficción biográfica, también es necesario mirar con honestidad la complejidad del personaje. Detrás del traje del Chavo y las antenitas de vinil, había un hombre con posturas políticas claras, con vínculos evidentes con el poder y con un silencio que, en muchas ocasiones, dijo más que sus palabras.

Recordar a Chespirito es también preguntarnos cómo el entretenimiento puede ser cómplice —o resistencia— frente al poder. Porque incluso la risa tiene consecuencias.

 

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