La prostitución política es un concepto real que no puede soslayarse con el argumento de la violencia de género
Hace varios años, en el corazón de Recoleta, en mi Buenos Aires querido, leía los periódicos nacionales, cuando un artículo llamó mi atención. Se titulaba “La estirpe es la estirpe” y describía con magistral exactitud a una clase política argentina embriagada de poder. Era la época en que las llamadas “botineras” (actrices, cantantes, vedettes) se pusieron de moda por sostener relaciones sentimentales con políticos en funciones. Esa columna de aquellos años, describía la fina estampa de los políticos de barriada, que habían llegado a la primera línea de fuego y poder, gracias a su disponibilidad para hacer y deshacer el trabajo sucio. “La estirpe es la estirpe” narraba el ascenso de estos personajes sin ningún tipo de alcurnia, socialité o finura. Eran primitivos elementos forjados a imagen y semejanza del poderoso, pero con las carteras abiertas para invertir, comprar, robar, lavar. Estos personajes se dejaban ver con las llamadas botineras del espectáculo. Era parte del modus operandi para adquirir status y visibilidad social. Hoy esta estirpe de políticos puede ajustarse a muchísimos países y gobiernos, donde los hombres del poder requieren de un fontanero, ese que haga el trabajo más sucio para que en las alcantarillas, el lodo quede a buen resguardo. Parecerían personajes novelescos, pero en política, la realidad sigue matando la ficción. El poder embrutece y aniquila la congruencia. Son las manos ejecutoras que hoy están detrás de muchísimos señores del poder. Feminismo con “prepago”La prostitución política es un concepto real que no puede soslayarse con el argumento de la violencia de género. Además de los fontaneros detrás del trono, están aquellas mujeres que han invertido una buena parte de recursos en su transformación. Las operaciones estéticas son el inicio de su aventura para conseguir primero que nada un padrino. El patrocinador empieza a promoverlas en una red disfrazada de prostitución política, donde la mujer olvida los argumentos del género, la violencia, el abuso y se pone a las órdenes de quien o quienes las pueden impulsar en el ascenso al Olimpo del poder político. Hace algunos sexenios, una mujer de la política me compartió su experiencia de haber “amarrado” su candidatura a una posición importante de poder, gracias a un encuentro íntimo en las mismísimas oficinas de Bucarelli con uno de los hombres que en esos ayeres manejaba los hilos del poder en México. La mujer recibió no una, sino varias carretadas de dinero federal. Ganó una posición de poder, sin embargo, siguió el camino marcado por la prostitución política, donde tarde o temprano son relevadas por la juventud e inexperiencia de quienes llegan como nuevas ahijadas del poder. Hoy algunas de estas mujeres asumen y presumen en su círculo privadísimo, que operan como scorts de los “mamuts” políticos que controlan San Lázaro y los Congresos Locales. Gobernadoras, presidentas municipales, legisladoras y senadoras de “muto proprio” entran a este “juego de poder”. La decisión de estas mujeres se respeta siempre que lo hagan conscientes de la decisión que han tomado al “tranzar” cuerpo por posiciones de poder. El tema se vuelve polémico, cuando muchas de ellas, conscientes de estar ejerciendo una prostitución política disfrazada, utilizan mañas como volverse “voceras del feminismo” financiado por algún diputado o gobernante en cuestión. La violencia política en razón de género, en manos de estas mujeres, se convierte en otro ardid para victimizarse, cuando en el fondo, saben que están ejerciendo intercambios de servicios sexuales para acceder a candidaturas o cargos que les garantice estar en boletas electorales. El premio se intuye con la propia aceptación de muchas de ellas que olvidan feminismo, violencias y cuestiones de género, pues en lo privado, confiesan que esos solo son escudos para disfrazar los objetivos centrales: Dinero y poder. Amantes y esposas hacen equipoEl arte de la simulación política envuelve el orgullo y doblega el ego de las mujeres que acompañan a los hombres del poder en turno. Los pactos y los acuerdos en las relaciones maritales pasan por el buen desempeño de la simulación, donde las amantes son colocadas en posiciones de poder político como el pago de la cercanía con el poderoso. En tanto, las esposas simulan ignorar, olvidar, desconocer esas relaciones extramaritales de sus maridos, quienes tienen la osadía de reunirlas con sus amantes, en los mismos actos de gobierno. Hay esposas de políticos y gobernantes que, frente a la inminente convivencia con las amantes de sus maridos, deciden desaparecer del foco público y de gobierno, simulando que están, pero hace rato que ya se fueron. Este tipo de historias se multiplican donde los matrimonios de gobernantes se convierten en una farsa muy bien pensada. Hay algunos casos donde las funciones “honorarias” de la esposa ya son prácticamente virtuales, pues en el círculo cercano la ruptura ya se generó, pero en el círculo político, se intentará sostener la farsa hasta que el poder caduque. Muchas historias de poder se tejen en las ambiciones de hombres y mujeres que gobiernan con este entramado de farándula, prostitución y excesos. Quizá por ello les incomoda el ejercicio de una libertad de expresión que exhiba esa realidad de las alcantarillas, donde además de lodo y política, se mueven el poder, los desengaños y mucha ambición.
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