Miguel CAMPOS RAMOS ¿De veras leer hace pensar y ser crítico? En la entrega pasada de esta columna me pregunté: “¿De veras el gobierno no quiere que leamos?” Mi respuesta fue negativa. Ahora planteo: “¿De veras leer hace pensar y ser crítico?” Y mi respuesta es similar: se trata de otro mito que se suma a la lista de los que sirven de excusas para justificar la no lectura. No obstante, quizá haya alguna remota verdad en el temor de los gobernantes ante la posibilidad de que el pueblo lea. En efecto, probablemente algunos libros de no ficción que denuncian hechos ilegales, resultantes de investigaciones periodísticas, sean peligrosos. Pero en tal caso, lo son para los involucrados, no para la generalidad de quienes gobiernan, y casi siempre son libros de ocasión que causan revuelo mientras dura el escándalo. ¿Qué otros los libros serían potencialmente peligrosos? Los que caen en manos de alguien con capacidad de liderazgo, que de por sí piensa y crítica, y que sólo espera la llegada de alguna justificación ideológica para dar forma a sus ideas. Por ejemplo Mi lucha, de Adolfo Hitler, podría ser peligroso en manos de alguien con ideas similares a las de Hitler, y bien harían en prohibírselo (aunque no es recomendable). Pero si ese libro lo leen quienes piensan en todo menos en ser líderes o sentirse superhombres, les resultará innocuo y hasta insulso, no les afectará en lo mínimo, y sólo les proporcionará unas horas de esparcimiento, si es que lo leen completo. Si de veras los libros influyeran determinantemente en quien los lee, quienes hemos leído Don Quijote de la Mancha seríamos dechados de virtudes y casi sabios, y las mujeres que hayan leído Madame Bobary serían infieles lógicas. Este asunto de la influencia de los libros ha sido tema de debate permanente entre intelectuales de todas las épocas, y casi siempre hay acuerdo: los libros no cambian al mundo. Sostengo, y lo señalé en párrafos anteriores, que los libros influyen cuando caen en manos de quien tiene madera de líder y puede encabezar movimientos ideológicos o hasta subversivos. Pero a la mayoría de lectores sólo la entretienen. Máxime que la mayor parte de la literatura de hoy, y lamentablemente la que más se lee, es para pasar el rato. Por ejemplo los libros de vampiros, tan de moda y exitosos. O los de aventuras, estilo las novelas de Arturo Pérez Reverte. Para colmo, no tenemos en México un índice siquiera respetable de lectores. Es de hecho “una minoría que lee literatura de mayoría”, es decir, literatura innocua, ligera y sin sustancia. El lector se preguntará: ¿pero entonces qué caso tiene leer? La respuesta es: mucho. Y es que hasta los libros de entretenimiento, y desde luego los de estudio, activan las neuronas y las hacen asimilar mejor el conocimiento, pues “la lectura es a la mente lo que el ejercicio al cuerpo”, dijo el ensayista inglés Joseph Adisson. Además, quien lee consolida una buena formación cultural y académica. Aunque de esto a que se vuelva líder y cambie al mundo, hay mucha distancia. miguel@dicionesmagno.com, www.edicionesmagno.com, twitter: @miguelcamposram, blog: www.elpanoptico.bligoo.com.mx |