VARIELALIA

MIGUEL CAMPOS RAMOS  Urge a políticos un código de gramática “No es nada personal, sólo son negocios”, decían los Corleone de la novela El padrino, de Mario Puzo. Así Ernesto Cordero Arroyo, para atenuar la rudeza crítica a su correligionaria Josefina Vázque Mota (quien por cierto le lleva delantera, al menos en popularidad), afirmó que “no se trata de ataques contra su contrincante (…) sino de contraste de proyectos”. Hay un concepto lingüístico que se llama “afinidad semántica”. Se da cuando algunas palabras guardan relación, ya sea de oposición o de parecido. Incluso forman un paradigma. Es el caso de “enemigo”, “contrincante” y “adversario”. Todas guardan una relación de sinonimia. Hace tiempo, en alguna columna, las usé para criticar la postura de Leonel Godoy, al competir contra un correligionario por la candidatura del PRD a la candidatura a gobernador por Michoacán. Godoy afirmó que aquél no era su enemigo sino su adversario, que sus enemigos estaban en el PRI y el PAN. Es fácil, si acude uno al diccionario, encontrar que “enemigo” y “adversario” son palabras sinónimas, y que ambas tienen un mismo fin: vencer al otro, el oponente, el contrario, a costa de lo que sea. En el boxeo, por ejemplo, ¿qué son los que están en el ring? Son enemigos, oponentes, adversarios, contrarios y todo lo que implique oposición, ¿no es cierto? De hecho, “adversario” viene de “adverso”, y “adverso” es ni más ni menos que “opuesto”. Que la palabra “enemigo” mantenga una estrecha relación de sinonimia con “enemistad”, y ésta de antonimia con “amistad”, es lo de menos. Tampoco los adversarios son amigos, pues si lo fueran, nos serían adversarios. Otro curioso paradigma lo conforman las palabras “confrontación”, “enfrentamiento” y la recién estrenada por Ernesto Cordero, “contraste”. Analicémoslas. “Confrontación” se forma con la preposición “con”, que implica “compañía”, más “fronte”, que en latín significa “frente”. O sea, “confrontar” es “poner a varios frente a frente”. Y ¿para qué se les pone frente a frente? Pues ni más ni menos que para que se midan, se comparen, se cotejen, y eventualmente se den con todo, de donde sin duda saldrá un “enfrentamiento” o “choque” derivado de que todos quieren ganar, ninguno, perder. Por su parte, “contraste” es más clara: se deriva de “contra” y del latín “stare”, es decir, “estar”. Por tanto, “contrastar” es, literalmente, “estar en contra”. De aquí que las cosas que se “contrastan” se ponen frente a frente para ser medidas. Luego entonces ¿no es lo mismo “contrastar” que “confrontar”? No cabe duda (y cada vez me convenzo más): a nuestros políticos les urge adentrarse más en los vericuetos del idioma. Con razón Rafael Cardona, durante un foro donde se habló de la necesidad de un “código de ética” para los periodistas y donde participé con una ponencia en la cual me referí a la necesidad de que los susodichos usemos el idioma lo mejor posible, tras oírme sentenció, dándome la razón: “Lo que les urge a los periodistas no es un código de ética, sino un código de gramática”. También a los políticos. [email protected], www.edicionesmagno.com, twitter: @miguelcamposram, blog: www.elpanoptico.bligoo.com.mx
  • URL copiada al portapapeles