VARIELALIA

Miguel Campos Ramos Ortografía, una gran novela y los maestros Concluyamos el año con lo que una gran novela recomienda respecto a la ortografía. Me refiero a El periquillo sarniento, de José Joaquín Fernández de Lizardi. Cuenta Pedro Sarmiento, su protagonista, que de niño fue enviado por sus padres, contra su voluntad, a la escuela. Ahí tuvo un maestro que tenía una “maldita puntuación” pues donde debía poner dos puntos ponía coma, y donde ésta debía ir, la omitía… Para demostrar la ignorancia de tal maestro, narra que tenía una imagen de la Concepción a cuyo pie le escribió un día una redondilla, que por supuesto debía decir: “Pues del Padre celestial fue María la hija querida, ¿no había de ser concebida sin pecado original?” Pero el muy ignorante la escribió del siguiente modo: “¿Pues del Padre celestial fue María la hija querida? No, había de ser concebida sin pecado original”. Por versiones como ésta, que además de errada resultaba blasfema pues ponía en tela de juicio la santidad de la Virgen, dice el protagonista de El periquillo que quien no tiene instrucción está destinado a escribir mil desatinos. Y va más allá al afirmar que por eso todos los días se ve en los negocios (hablaba de los últimos años de la Colonia) mil groserías y barbarismos, con una mayúscula entremetida en la mitad de un nombre, como en “ChocolaTería famosa”, o unas letras por otras, como en “Rial estanquiyo de puros y cigaros”, “El Barbero de Cebilla”, “La Horgullosa”, “El Sebero Dictador”, etc. (Nota: amable lector de esta columna, si estás pensando “Bueno, no han cambiado mucho las cosas en 200 años pues en nuestros tiempos los disparates en tal materia siguen a la orden del día, estoy de acuerdo contigo. Pero continúo). El protagonista de la novela de Lizardi se pregunta qué pensarán los extranjeros que vieran semejantes disparates, no ya en un pueblo, sino en la mismísima capital del país, México, y a la vista de tanta autoridad y numerosos sabios de todas las facultades. Y añade: “Sería de desear que no se permitiera escribir estos públicos barbarismos que contribuyen no poco a desacreditarnos”. (Nota segunda: sí, considero que sería de desear. ¡Es de desear!). Y concluye: “…a mí me parece que esta falta se debe atribuir a los maestros de primeras letras, que o miran este punto tan principal de la escritura como mera curiosidad, o como requisito no necesario y por eso se descuidan de enseñarlo a sus discípulos…”. (Nota tercera: ¿será, o es la Secretaría de Educación Pública la que así lo mira?). Pues a propósito, ojo, señores de educación pública: he aquí un libro que bien merece una amplia difusión y exaltación entre los maestros (pero completa, por favor, no en forma de ese digesto que distribuyeron hace algunos años), en estos tiempos de festejos bicentenarios y postbicentenarios, pues las ironías del autor, por voz de su personaje, nos pueden dar luz acerca de cómo era entonces México, para saber cómo y cuánto hemos evolucionado en 201 años. ¡Feliz fin de 2011 y dichoso 2012! [email protected] www.edicionesmagno.com twitter: @miguelcamposram blog: www.elpanoptico.bligoo.com.mx
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