Celuloide

Coco e Igor  Israel León O’farrill  Hace tiempo que no veía una película cuyo inicio fuera tan contundente y sólido que nos hiciera ver la fuerza dramática que tendría el resto del filme; de igual manera, que nos describiera sin palabras, sin diálogos, la personalidad de uno de los protagonistas de la película y el interés que provocaría en la otra protagonista. En efecto, la secuencia en que se recrea el momento en que Stravinsky presenta en Paris en 1913 una de sus obras maestras, La Consagración de la Primavera, acompañado por la moderna coreografía de su contemporáneo Vaslav Nijinsky es tan poderosa que provoca calosfríos. De hecho, también vemos la expresión de travieso interés de Coco Chanel por el músico que provocó tanto expresiones de franco rechazo como de curiosidad ante un espectáculo tan avanzado que ni en Paris fue aceptado. Sin hablar de la interesante música de Stravisnky – a momentos primitiva, a momentos de una delicadeza sin par- o de su vanguardista propuesta –que fue recibida como habrá sido el dadaísmo en su momento- podemos decir que después de tan interesante inicio lo que sigue es una espiral de constantes asombros, como una excelente y descriptiva fotografía; actuaciones intensas acompañadas de la presencia escénica de Mads Mikkelsen (Igor Stravinsky) que hemos visto en apuestas atrayentes como Valhalla Rising (2009) y Después de la Boda (2006) y de Anna Mouglalis que vimos en Gracias por el Chocolate (2000) y que interpreta a una ultra sensual Coco Chanel; un envidiable diseño de producción, nada extraño en películas europeas –vestuarios impecables, sugerente ambientación-; un sonido que nos permite apreciar los constantes claroscuros en la música de tan intenso compositor; todo consolidado por el trabajo excelente del director Jan Kounen. Sin duda, una de las mejores propuestas cinematográficas que se rescata de la más reciente muestra de cine francés del año pasado y que apenas se exhibe en un par de salas en Puebla. Es una pena que semejante portento haya tenido tan poca atención de las empresas exhibidoras y del público y que bodrios como La Última Noche de la Humanidad (2011) siquiera siga en más de una sala… Paradojas que representan la peculiar relación entre el cine y el público. Indudablemente es una cinta que vale la pena ver en salas… pero si no hay oportunidad, pues habrá que verla en video a todo volumen. Comentarios y consultas http://israelleon.wordpress.com/
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