Historias de 35mm

El cine en tercera dimensión  H. F. PALACIOS El cine y la tecnología siempre han tenido una estrecha relación, aunque el primero no se encuentra limitado por la segunda. Existen películas contemporáneas filmadas con cámaras antiguas, que gracias a la técnica y uso de mejores recursos cinematográficos, suelen ser mejores trabajos que algunas otras que emplean tecnología superior. Esta ha sido siempre la discusión acerca del cine en 3D. Ciertamente su imagen es muy estética y se presta mucho al espectáculo, lamentablemente no por eso hace a una película mejor que otra no filmada en ese formato. La estereoscopía, consiste en colocar dos imágenes iguales superpuestas que por medio de un proceso óptico son separadas para el ojo izquierdo y el derecho respectivamente. Posteriormente el cerebro junta ambas imágenes y es así como se crea la ilusión de profundidad en una imagen. Gracias a la reciente proliferación de películas producidas en tercera dimensión, muchos podrían llegar a pensar que se trata de una técnica recientemente descubierta. Lo cierto es que lleva más de 100 años entreteniendo a distintas generaciones. Se presume que el método fue utilizado para el cine por primera vez en el año 1915; estamos hablando de los principios del cine mismo, así que no es nuevo que se hable de la técnica. En los años 50 se produjeron de manera cotidiana películas de cartelera que utilizaban el truco de los famosos lentes color rojo y cyan (que no es otra cosa que el nombre fresa para un derivado del azul). Como era de suponerse, la moda pasó y la atención del público se centró en otras técnicas o incluso en otros géneros. Fue hasta las décadas de los 70 y 80 que el cine en 3D hizo su reaparición, combinada con el uso de formatos de pantalla como el IMAX que engrandecía aún más la experiencia para el espectador. Películas como Avatar (2009), que se convirtió en la película más taquillera de la historia, permitieron el regreso una vez más a la popularidad del formato 3D al cine en años recientes. El conflicto de este formato radica en que no es utilizado de tal manera que justifique su uso, se emplea como una simple variante de atraer al espectador con lucecitas brillantes de colores. Sin embargo, existen excepciones. La cueva de los sueños olvidados (2010) de Werner Herzog, es sin duda una experiencia que justifica por completo el uso del formato en 3D. Para quienes no lograron verla durante la Gira de Documentales Ambulante el pasado miércoles, se trata de un documental acerca de unas cuevas en Francia, que contienen las pinturas rupestres más antiguas y mejor conservadas del mundo. Al tener tanta importancia, la cueva se encuentra cerrada al público y son pocos los científicos que pueden ingresar a ella para hacer estudios. Afortunadamente, la película pudo filmarse en su interior, mostrándonos imágenes inolvidables. ¿Qué mejor manera hay de justificar su uso que mediante la documentación de una experiencia que ninguno de nosotros podría tener? Se me ocurre que las películas en 3D causarían un mayor impacto si se trataran más de documentales acerca de vivencias que normalmente no podríamos experimentar, como un viaje al espacio, en vez de las aventuras de superhéroes en spandex.
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