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Noche de museos, una experiencia inolvidable

Noche de museos, una  experiencia inolvidable
NOCHE DE MUSEOS Noche de museos, una experiencia inolvidable

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En total 20 espacios dan un tour por la Angelópolis para que visitantes se acerquen a los acervos de arte, ciencia y tecnología Wendy CASANOVA* Parece que una parte del tiempo se congeló y quedó ahí plasmada en esos balcones con puertas de madera, aquellos miradores que quizá recibieron serenata del amado perdido, empiezo a recorrer las calles de esta capital, sin prisas ni preocupaciones porque es una noche de museos que pinta una excelente oportunidad para entrar gratis a un mundo de maravillas. Está cerquita de la Catedral, sobre la 7 Oriente en el número 4 donde alguna vez fue el colegio de San Pablo, pero en la actualidad es el Museo Taller “Erasto Cortés”, quien fuera grabador, pintor, escritor y profesor durante el siglo 20, en los pasillos se encuentran retratos del él, si observas de cerca notarás un detalle en sus ojos, y entenderás porque es considerado uno de los máximos representantes de las artes plásticas y gráficas en Puebla. El patio es amplio, como el de vecindades antiguas, en el costado un pequeño cuarto se asoma y con apenas 3 estantes con libros de colores es llamada Biblioteca “Emilio Ruiz Pequira”. En el otro costado está el taller de grabado, tapizado de imágenes grabadas, cerdos, calaveras, perros, rostros, caracoles y seres a los cuales alguien tendrá que descifrar su identidad, ahí tres jóvenes trabajan y el olor a tinta impregna el lugar. Hay un pasillo amplio y obscuro al costado que conecta con la Casa de Cultura de la ciudad, buena alternativa para ahorrar tiempo si no quieres rodear la cuadra, son 30 escalones para llegar a la planta alta, plena de arcos amarillos y grises. Cuatro es el número de salas, como los puntos cardinales donde se encuentran, al entrar a la estancia número dos uno cree estar en otro lugar. En total 35 lámparas iluminan la sala, el lugar huele a historia, madera y otro aroma que no logro descubrir. Ahí yacen montadas más de 40 vitrinas que cubren maquetas que nos narran el México de los años 80, detalles precisos de las tiendas de sombreros, de la pulquería, del mercado, del boticario, del carpintero, una exposición imperdible si eres mexicano, hasta chistes de tacos encontrarás ahí. La sala de enfrente alberga el corazón de quien le dio nombre al lugar, cuadros de varios tamaños que retratan el trabajo del maestro Ernesto Cortés, allí se halla a Benito Juárez como un grabado. Retomo la ruta y a 30 pasos encuentro la Fototeca “Juan Crisóstomo Méndez”, un pequeño lugar, guardián de fotografías, pero está cerrado así que sólo logro ver la cortina. Cambio de ruta Bajo por la 7 Oriente hasta la 2 Sur y emprendo el camino para llegar a San Pedro Museo de Arte, pero en la 4 Norte se acerca el guardia del Museo del Tecnológico de Monterrey y me invita a entrar, por ahí dicen que a la comida y a los museos nunca se les dice que no, así que voy a dejar mi mochila a recepción. El guardia me contó que esa casa alguna vez fue un hogar para gente desvalida y moribunda pero en 2011 el Tecnológico de Monterrey la restauró para ser su primer museo, aquí las paredes son rústicas piedras de diferentes tamaños al puro estilo antiguo de construcción, una lámpara de cristal ilumina la primera sala y comienzo a deambular por el piso de mosaico color café con figuras asimétricas. Entonces cuadros, esculturas y frases como “Buscar lo sencillo de la vida a veces es tan difícil” comienzan a dibujarse en los pequeños cuartos que conforman las exposiciones, al final como buena casa, el baño está al fondo a la derecha, al lado hay una fuente, donde una adolescente se toma fotografías, empiezo a pensar que el pequeño desvío del recorrido valió la pena. Llego al Museo de Arte San Pedro, frío y silente, un sisiego sepulcral, el único de mi recorrido. Subo las escaleras al piso siguiente en donde las exposiciones tienen su lugar, de pronto el paisaje obscuro queda atrás, la luz en los vidrios refleja y deslumbra. Hay una exposición de diversidad cultural, y al lado izquierdo una de arte moderno, decido ir a la derecha y comienzo a ver como aquí todo, está resguardado en esas cajas de cristal llamadas vitrinas, unas muñecas de diversos grupos de indígenas llaman mi atención. El sonido de mis botas toca el piso de madera, es el único ruido que se percibe en el lugar cercano, pero en la otra sala el ambiente es un poco más tenebroso pues un video se fondea con la canción Fan Fiction de StephDavidson y no puedo evitar que la piel se erice mientras destellos de luces de muchos colores plasman en el cuarto obscuro figuras geométricas. La sorpresa A unas cuadras de ahí se encuentra la cereza del pastel, el Museo Regional Casa de Alfeñique justo en la esquina de la 4 Orientenúmero 416, al lado del Parián, al entrar me informan un pequeño detalle “no se permiten fotografías señorita” así que ni hablar, sólo mis ojos podrán capturar lo que encuentre ahí dentro, comienzo el camino por la monumental morada y escucho una guía que comenta “es la casa dulce de la ciudad de Puebla”, al instánte no lo comprendí, pero poco después supe a qué se refería. El alfeñique es un dulce típico de la región poblana y según cuenta la leyenda don Ignacio Morales construyó “una casa dulce” para su amada Ana, si eso es verdad en realidad fue una mujer afortunada porque este lugar es un hogar precioso, su fachada es bermeja y contrasta con pequeños ángeles blancos, ornamenta que da un aire de elegancia que cautiva. Subdividida por innumerables salas que albergan tesoros de valor incalculable, porque según se rumora en 1790 esta casa costó cerca de 14 mil 900 pesos en oro, una fortuna para ese tiempo. Vitrinas y cuadros, todo tipo de utensilios que se encuentra en casa de los abuelos, por aquel rincón hay un retrato de don Porfirio Díaz y sus compinches además de bastantes cuadros religiosos cuyos autores son desconocidos en la actualidad, entendí porque no dejan tomar fotografías, uno debe disfrutar esos momentos al observar, sólo ver e imaginando la historia de quién utilizó esa cama, de quién cocinó con aquellas cazuelas de barro, aquella donde los frijoles en su tiempo tomaban el sazón perfecto. Un comedor digno de banquete, unos autos del siglo 18 y un pequeño lugar religioso que se diría un trozo de Catedral ¡en una casa! Bajo las escaleras y llego al final de mi recorrido, observo la fuente que por el momento está seca, pero no por mucho tiempo, porque ha empezado a llover. *Egresada de la Escuela de Periodismo de El Popular, diario imparcial de Puebla