Jaime Mesa: “Nadie tiene el libro que imaginó”

El escritor poblano promociona La mujer inexistente; confiesa que “el fracaso es algo común y corriente cuando escribes”

El escritor Jaime Mesa asegura que la constante de la escritura es la imposibilidad. "Nadie tiene el libro que imaginó. Ese constante fracaso, en unos, se vuelve parte de sus vidas y, en otros, un tema. Todo el que emprende algo fracasa. De ahí esa obsesión en todos mis libros. Pregúntale a cualquier escritor si está satisfecho con su libro y la mayoría dirá que no", confesó el autor de La mujer inexistente en entrevista exclusiva para El Popular, diario imparcial de Puebla. Mesa se encuentra promocionando su cuarta novela publicada por el sello de Alfaguara, hoy jueves 7 de septiembre, se presentará en Profética, Casa de la lectura, junto con las narradoras Fernanda Melchor y Laura C Rosales.

Fotos: José Luis Prado

-A propósito de tu última novela, La mujer inexistente, en donde lo que parece motor de la trama es el plagio, te preguntaría, ¿cuál fue el germen de la obra?

"La novela tuvo dos fuentes principales. ¿La menos dramática pero más plástica? Dos imágenes contundentes: un escritor de prestigio que pierde la memoria y, en consecuencia, su escritura. Y una escritora exiliada que muere abandonada y cuyo cadáver sacan, envuelto en una sábana sucia, de un cuartucho.

La otra fuente tiene que ver con la prodigiosa cantidad de historias de 'querer ser' o de desear el éxito y el reconocimiento a costa de lo que sea, las historias de esas vacas sagradas locales que 'triunfan' entre sus conocidos, pero que son ignoradas por lo que realmente les importa: el gran público y el medio literario. Me interesaba, además, ese viejo mito de la 'obra maestra desconocida', del 'autor enorme' que nadie pela porque, dicen, todo es mafia y que se vuelve una justificación personal para sus malos libros y empeños. La mujer inexistente, entonces, es mi registro sobre todo eso".

-Una vez más, vemos el tema del fracaso que, de cierto modo se conecta con algunas de tus obras anteriores, ¿de dónde viene esa problemática, sobre todo pensando en que cada escritor se construye desde una tradición?

"Yo creo que todo escritor se construye desde un deseo. Cualquiera. No importa. Uno escribe por las razones más raras del mundo. Por enfermedad, por descubrir una rendija de la condición humana, por odio, por obsesión, por alegría. Sin embargo, la constante de la escritura es la imposibilidad. Nadie tiene el libro que imaginó. Ese constante fracaso, en unos, se vuelve parte de sus vidas y, en otros, un tema. Así, todo el que emprende algo fracasa. De ahí esa obsesión en todos mis libros. La unión de nuestros fracasos individuales construye la tradición literaria. Pregúntale a cualquier escritor si está satisfecho con su libro y la mayoría dirá que no. ¿Entonces por qué, si es imposible escribir el libro tal cual lo tenemos en la cabeza, seguimos insistiendo? Todas las combinaciones posibles respecto a esta idea son uno de mis temas esenciales. Acá, en la nueva novela, encuentran un terreno fértil porque, a diferencia de las otras, cuento una historia sobre escritores. La doble derrota, vivir y escribir, se juntan".

-La mujer inexistente me lleva, inevitablemente, a pensar en la Generación Inexistente, ¿tuviste en algún momento la idea de que eso podría acercar o alejar al lector, o hay una clave ahí para entender la lectura de tu novela de otro modo?

"Durante la planeación y la escritura del libro tuvo otro título. Uno relacionado con la memoria, con la pérdida, con el engaño. Pero, al final, junto a mi editor decidimos que era muy abstracto y no decía nada. Durante una reunión editorial, Ramón Córdoba llevaba una lista de títulos para trabajar. El que sobrevivió fue: La escritora inexistente. Discutimos sobre lo que dices, sobre su relación con mi propuesta generacional de nombrarnos como la Generación Inexistente. Pensamos que, aunque no tenía nada que ver, podían confundirse o dar lugar a interpretaciones. Sin embargo, entendimos pronto que el asunto de nombrar a un conjunto de escritores era un tema que le interesaba a una pequeñísima parte de los lectores. Estoy seguro de que el 98 por ciento de los lectores de esta novela jamás han escuchado de la Generación Inexistente. Y no tienen por qué. La segunda parte de la historia se desarrolló en el Covadonga. Era jueves y L M Oliveira me invitó a celebrar la cercanía de la publicación y la elección del título. Durante toda la noche hablamos con muchos amigos y yo les decía el título. A nadie se le quedaba y todos decían: La mujer inexistente por default. Me cansé de corregirlos. A las dos horas Oliveira se dio cuenta. "Ya está, el título es La mujer inexistente." Estaba clarísimo. Primero ampliaba el rango de su lectura y significado y, en segundo lugar, sonaba mejor, más fácil. Así nació el título: la colectividad y el uso lo impusieron".

-Hay algo que me parece interesante en la novela, el hecho de que el narrador poco a poco va descubriendo con el lector la historia de Milena Betancur, pero en esta ocasión me parece que trabajaste mucho más en unir la idea de fondo y forma, tan importante para la narrativa, me refiero no sólo a una ruptura temporal sino que, diría, de ciertos géneros como el caso del diario, ¿cómo fue este proceso?

"La forma como tal fue un regalo del ocio durante unas vacaciones, las cuales, al final, tuve que sacrificar. Justo a la semana de estar en una playa, en un complejo de casas dispuestas alrededor de un amplio jardín, que terminaba en una alberca y luego en el mar, mientras caminaba con un clamato en la mano, vi el abandono en que estaba una de las casas ubicada en la esquina. Vi una mesa con caballitos de tequila, con telarañas cruzando los respaldos y las paredes, con dispensario de agua azucarada para los colibríes. Presencié el abandono en medio de un lugar paradisiaco. Y entendí dos cosas: que Milena Betancur vivía ahí y que esa desfachatez ociosa y serena que me cubría era la voz del narrador. La historia ya la tenía pero no sabía cómo contarla. Así, la curiosidad de un hombre común, que despierta al conocer a una mujer que esconde su nombre y que, además, ha escrito toda su vida en unos diarios fue el eje. Cuando entendí eso le dije a mi mujer que tenía que volver a Cholula, ellos se quedaron, y me encerré dos semanas a lograr el tono y el primer capítulo.

"El azar y el ocio fueron el catalizador para preocupaciones formales que yo tenía, claro: las distintas capas de la realidad, las versiones de una misma historia, la imposibilidad de saber o conocer realmente algo, la conciencia de quien escribe un diario a solas, la mentira total de la escritura y la liberación que se siente al descubrir una vida ajena a través de un relato. Esas intuiciones son la forma.

"Esto que pasó con La mujer inexistente es muy curioso y se contrapone con la escritura de mis anteriores novelas en donde yo quería lograr algo proponiendo tal o cual forma. Ahora cultivo dos enigmas: el origen de una historia y el origen de una forma. La forma final de mi novela es la respiración que la misma historia, y el azar, propusieron".

-Pones en escena a un personaje que no tiene nada que ver contigo; es decir, un escritor que no lee, que intenta reescribir la historia de Betancur, ¿cuál fue la motivación de ese suceso?

"Descubrí que la mejor forma de contar algo es usar a un narrador que no sepa mucho del tema, que no sea un experto. Habría sido un error que un 'escritor' contara la novela, o alguien cercano al medio literario. Habría un prejuicio. El narrador que usé es alguien inocente y hasta cierto punto puro, que atiende a la literatura por sus historias sin saber quién es quién o cuál es el tema de moda. Así, su lectura, dudas, curiosidad, podrían ser la de cualquier persona que mira a los escritores y su mundo con extrañeza. Los lectores continuamente nos preguntan sobre cómo escribimos, por qué escribimos, de dónde salen las historias. Son dudas que nosotros hemos despejado a fuerza de escribir y nos parecen algo natural pero a quien no escribe les resulta un misterio. Ese misterio te hace sentir asombro. Los escritores hemos perdido el asombro hacia el medio literario y hacia nosotros mismo.

 

Esta noción del narrador distante al tema no es nueva. Al menos yo la aprendí de una de las obras más notables de la literatura: Cumbres borrascosas. Ahí, grandes temas como la pasión, el amor, el duelo, el sufrimiento, son contados por un espíritu gris y mediocre, que tiene curiosidad, sí, pero que parecería que nunca ha amado, que no entiende por qué los protagonistas hacen lo que hacen. Esa paradoja, esa contradicción, ese enfrentamiento de visiones me interesa mucho porque me devuelve al asombro".

-¿Por qué mostrar la dureza que a veces suele tener el mundo literario, digamos, el background de Milena Betancur, visto desde los ojos del narrador?

"Lo he dicho antes: era una deuda temática. Desde mis primeros intentos por ser escritor me interesaba mucho la vida de los escritores y el medio literario a la par de sus libros. A veces uno me servía para entender lo otro, a veces no. A veces, se contradecían. Y mi interés por ese mundo nunca había sido consignado en una novela. No por rehuir el tema, quizá porque sabía demasiado de él. Y, curiosamente, mis personajes eran escritores. Así que me enfrenté a un callejón sin salida y respondí a eso. No quise hacer una radiografía del medio literario ni tampoco una diatriba. Usé roles conocidos entre nosotros los escritores pero que no son revelados ante el gran público y ese fue el contexto".

-Yo, que vivo en Puebla, podría imaginar que hay ciertos personajes que hacen sombra a la figura de Milena Betancur, ¿hay algo de eso?

"Cada ciudad tiene sus vacas sagradas de rancho. Escritores que tienen el lema de que son los mejores, pero que el medio literario los rechaza porque hay mafia, hay amiguismo, hay dedazo. Son los más soberbios porque luego de un rechazo editorial o de perder un concurso no revisan su propia obra, más bien acusan al otro. Es decir: no asumen que, quizá, su fracaso o la ausencia de reconocimiento mínimo (no el que imponen ante sus alumnos o su familia) se debe a que sus libros no son buenos. Y toda esta lucha interna: "¿por qué nadie me pela?" se vuelve su verdadera lucha, no la escritura, aunque se escuden en ella. Curiosamente a ellos les importa más la fama que a los autores que tienen fama. Es un rol común en muchas literaturas locales. Además, casi ninguno termina como Milena Betancur. Ella es la excepción. Muchos terminan arrinconados en un puesto menor o mayor, no importa, y tratando de reproducir en su círculo sus prácticas de odio y amargura. Ese tema me interesa mucho porque roza zonas de la condición humana que cuentan grandes historias".

-¿Cómo te sentiste con la distancia que te ofrece un narrador testigo para contar la vida de Betancur, la que, además, se cruza con el diario, cuál fue el efecto que buscabas en la escritura? ¿Hay algo de Jaime Mesa en Jaime Abril?

"El personaje más importante de mis novelas es el narrador. Creo que los matices que aún podemos aportar en el siglo 21 a la revelación del espíritu humano y los grandes temas existenciales vendrán del narrador-personaje, ya no del omnisciente. El narrador omnisciente no miente, no tiene por qué. Pero el narrador-personaje y, sobre todo el testigo, pueden o quieren mentir y engañar. Son narradores que, como nosotros, están inconformes con su realidad y tienen dos maneras de cambiarla: dramáticamente, haciendo algo o reconstruyendo su realidad a través de su discurso. Si cuentas algo de una manera diferente a como ocurrió, me parece que cambia. Si el mundo se construye por las historias y las palabras, es posible que narrar otra versión se vuelva, al final, en la versión verdadera. Este asunto me interesa muchísimo. Y he encontrado en el narrador testigo la voz más poderosa para reconstruir el mundo. En principio, porque ve todo desde afuera y, entonces, va rellenando con sus ideas y emociones lo que no sabe o no entiende.

 

La mujer inexistente tiene dos lecturas. Ha interesado más, incluso así aparece en la cuarta de forros, la segunda: la historia de una mujer relegada que obliga a un escritor con Alzheimer a escribir un libro para saciar su búsqueda de triunfo y que desencadena en un escándalo literario. Pero la primera historia, al menos la que estaba en mi cabeza todo el tiempo es la de un joven lector que conoce a una mujer que esconde que es escritora y la revelación de él al encontrar un libro y un diario en cuatro tomos. El salvaje asombro de confrontar realidad y ficción y la decisión de reivindicar a un monstruo. Esta novela es posible gracias a ese narrador testigo que se atreve a contar algo que nadie quiere contar, al menos no de manera pública. Así, respondiendo a tu pregunta final: si acaso tengo cercanía con un personaje es con este joven. Jaime Abril es la parodia del escritor joven que triunfa con su primer libro y se vuelve más importante, mediáticamente, que alguien que tiene diez libros publicados y una trayectoria"

-Recuerdo que en la presentación de Los predilectos decías que la segunda novela de un escritor es un reto muy difícil, ¿cómo te sientes en este momento en el que tu nombre ya es reconocido en el ambiente literario, no tienes algún asomo de miedo al fracaso?

"La escritura me ha hecho fracasar más veces de las que puedo confesar. He destruido unas cinco novelas, he fracasado en decenas de arranques de las que he publicado y, básicamente, el libro final nunca es tan preciso o claro como lo tenía en la mente. Así que entendí que el fracaso es algo común y corriente cuando escribes. De esta manera no creo en el fracaso de una novela publicada. ¿Cómo podría medirse? que vendas 100 ejemplares, que todas las críticas sean negativas, que nadie te entienda, que tu editorial no te acepte más libros. Pero, si lo revisamos bien, son meros accidentes. Lo importante es la escritura y lo demás es un juego".

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