[CRÓNICA] Memoria sísmica Puebla: F. y su memoria

El silencio reinaba y, de pronto, un ruido inmenso se apoderó de todo ante el recuerdo del pasado sismo del 19 de septiembre

 [CRÓNICA] Memoria sísmica Puebla: F. y su memoria
Antonio Álvarez | Único templo de la comunidad de San Pedro, Atlixco. [CRÓNICA] Memoria sísmica Puebla: F. y su memoria

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Memorias del Crimen

Pareciera muchas veces que la realidad mexicana es una moneda: en una cara, una ciudanía bondadosa, un pueblo bueno, feliz, feliz, sabio y a prueba de fallos, y en la otra, un gobierno indiferente, torpe y, a veces, hasta malévolo. La realidad es más compleja que eso. Así como hay ciudadanía solidaria también la hay corrupta, de la misma forma que en el gobierno hay gente ineficiente y otra de calidad moral invaluable.

Al final, me repito siempre, la materia prima que conforma al Estado es la ciudadanía.

Un día después del terremoto, el miércoles 20 de septiembre, dediqué la primera parte de mi mañana a repartir memelas a las voluntarias del centro de acopio del zócalo de Puebla. A eso del mediodía fui parte del grupo de funcionarias municipales y estatales, así como de ciudadanas, que pusimos a salvo gran parte de la colección del Museo Regional Casa de Alfeñique, incluido un piano que estaba en el último piso: su edificio se dañó a tal grado que corría peligro de venirse abajo.

Se embalaba como se podía y con lo que se tenía a la mano, pero siempre con cuidado y precisión. Días después, las críticas en redes sociales comenzarían, sobre todo a partir de una nota periodística que solo muestra un lado de la historia, aquella en donde los datos no se verifican y la reputación de las instituciones gubernamentales priva sobre el equilibrio periodístico. ¡La obra del siglo XVI no se manipula sin guantes!, ¡impías e impuras!, ¡qué se puede esperar de esta gente que “dirige” la cultura en nuestra ciudad!, escribían, palabras más, palabras menos, al ver las fotos de cómo rescatábamos cientos de piezas de siglos de antigüedad. Había guantes, pocos; había material de embalaje, limitado, que proporcionó el Museo Amparo. Había sobre todo urgencia, premura en salvar el patrimonio, pero también la vida propia: mientras más rápido saliéramos de ahí, mejor.

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Qué fácil es hablar del “manejo cuestionable de obras”, escribía A. en su muro de FB luego de leer la nota. Sé de buena fuente que quienes se sumaron a estas acciones fueron personas del ámbito de los museos y espacios de exhibición en Puebla, así que no eran principiantes. También sé que trataron de hacer lo mejor que pudieron y de actuar inmediatamente ante el inminente riesgo que representaba el edificio para la colección. En cuanto a la existencia y uso de listas de manejo, de entrega–recepción, sí habrá que exigir explicaciones en tanto es necesario esclarecer la ubicación actual de las obras, continuaba. ¿Y si la colección hubiera sufrido daño por sujetarse a los tiempos establecidos en los protocolos? ¿También habría un artículo al respecto...? Se trata de estar inconformes y “pronunciarse” a lo güey.

Así es A., esta medida fue de urgencia, ante la posibilidad del derrumbe. Quienes decidieron entrar al museo lo hicieron desde la vocación y el amor al arte, le replicaba C. a A. Yo estuve ahí y me admiro de la valentía de quien decidió adentrarse al inmueble pese a sus condiciones. Por otro lado, este no será de ninguna manera el embalaje definitivo, se tomó la decisión de sacar las piezas para ser embaladas adecuadamente en otro espacio. Esto habría que verificarlo puesto que no lo vi. Lo que sí vi es que se hicieron los inventarios por parte de distintas instancias de gobierno, quienes estoy segura de que podrán oficialmente detallar lo sucedido, terminaba C.

Hubo inventarios y actas de entrega-recepción hechas a mano lo mejor que la emergencia permitió y copiadas digitalmente con diversas cámaras de celular. No me lo dijo la prima de una amiga, sino mis propios ojos, mismos que vieron cómo se depositaba el último cargamento de piezas de Alfeñique en las bodegas del Museo Internacional de Barroco, donde se resguardó el resto del acervo. Fui testigo también de cómo el jefe de Museografía del Barroco firmaba la última acta de entrega-recepción, misma que transmití electrónicamente a mis superiores en el momento. De lo que pasó después no soy fuente de primera mano, pero tampoco la reportera que escribió aquella nota y, hasta donde sé, no fue a las bodegas de los museos receptores para comprobar antes de lapidar.

La realidad mexicana no es una moneda. La realidad mexicana tiene infinidad de caras, superpuestas en ocasiones.

 

K. y su memoria

El día del temblor estuve enferma, con una gripa muy fuerte, así que toda la ayuda que la gente dio la vi a través de los videos que se compartían en redes sociales, nada más. Fue algo frustrante, porque quería ayudar y no podía ir a empaquetar comida a los centros de acopio, ni nada. Cuando me hicieron la invitación para ayudar a rescatar arte sacro me dije, ¡esa es la forma! Por el trabajo que hago ya tengo sensibilidad sobre el trato y la importancia de ese patrimonio. Las que fuimos éramos empleadas de museos o galerías, historiadoras del arte, artistas plásticas, gente que ya está familiarizada con el tema y que aprecia lo que hay que hacer. Creo que muchas personas que no están relacionadas con este mundo, esto de ir a rescatar objetos de las iglesias se les hizo como… así, raro, pero nosotras creíamos que era importante también.

Me tocó ir a dos iglesias, una en Atlixco, cuyo nombre nunca supe, y San Roque, aquí en el Centro de Puebla. La de Atlixco por fuera no se veía tan dañada, pero a la hora de entrar y ver toda la cúpula de unos 20 metros de diámetro caída y toda la destrucción desde el interior… ¡ufff! En general, lo que vi en Atlixco fue mucho peor que la situación en Puebla.

Hay dos imágenes de ahí, de Atlixco, que se me quedaron muy grabadas: había un Cristo que estaba intacto con todo a su alrededor roto. No quiero decir que fue un milagro, pero sí era impresionante cómo estaba ahí, debajo de la cúpula caída, con las bancas y todo a su alrededor hecho pedazos y él, ahí, plácidamente esperando.

La segunda imagen que jamás olvidaré es la del altar todo destruido con las columnas como de 10 metros de alto a punto de colapsar. Y ahí cerca había otro Cristo, como de 40 centímetros, protegido solo por una vitrina de cristal, en un nicho a 3 o 4 metros de altura. La gente de Protección civil nos había dicho que no nos metiéramos ahí porque era muy peligroso, que casi seguro se caía, pero todas acordamos que íbamos a entrar, con mucho cuidado, en silencio, porque la más mínima vibración haría caer cualquier cosa. Y así, todas concentradas, viendo dónde pisábamos, escuchando solo el ruido de nuestros pasos y del polvo moviéndose debajo de nosotras, llegamos hasta el Cristo. Tuvimos que subir el montón de escombro, esquivar las columnas y que luego alguien quitara los vidrios para sacar al Cristo. Caminabas y, como en las películas, escuchabas cómo crujía todo y veías el polvo caer a tu alrededor. Una vez alcanzada, en cadena humana, fuimos pasando la escultura de mano en mano: a mí me tocó transportarla desde el altar hasta un lugar seguro. Es algo que creo que jamás voy a olvidar de toda esta experiencia.

En Puebla, en San Roque, fue distinto. Yo recordaba esa iglesia de mi época como estudiante lasallista. Ahí está la imagen de Justo Juez que, dice “la leyenda”, si le prometes algo y no lo cumples, te va peor. Y además dicen que la mirada te sigue y, bueno, en general la gente le tiene mucho miedo y respeto. Recuerdo que cuando mi mamá me llevó para hacer un reporte de la escuela, ella estaba muy nerviosa por todo esto que la gente cuenta. Entonces, cuando llegué a San Roque para rescatar objetos, todos esos recuerdos me regresaron. Pensé, qué curioso regresar después de tantos años y bajo esas circunstancias tan específicas. Y ahora, heme ahí, embalando a Justo Juez para rescatarlo.

Sé que no salvé vidas humanas, pero después de sentirme tan inútil desde mi cama, el hecho de sacar arte sacro fue un poco como la película Operación monumento donde los personajes quieren resguardar todas esas obras de arte lejos de los nazis. Y durante toda la película crees que es algo chistoso, pero de pronto, al final, te das cuenta de la importancia de preservar ese patrimonio, de ese algo que va a estar ahí cuando tú ya no estés. Y no voy a decir que gracias a mí, pero sí gracias a todas nosotras que estuvimos ahí, todos esos objetos, espero, estarán todavía algunas décadas más por acá.